Buenos Aires (AT) – El 7 de julio de 1985 quedó grabado en la historia del deporte alemán. Ese día, Boris Becker, un adolescente pelirrojo de Leimen, se consagró como el campeón más joven de Wimbledon. A cuatro décadas de aquella hazaña, su figura sigue generando fascinación, tanto por lo logrado en la cancha como por los altibajos de su vida personal.
Becker conquistó Wimbledon con solo 17 años y 227 días, tras vencer al sudafricano Kevin Curren por 6-3, 6-7, 7-6 y 6-4. Nunca antes un tenista tan joven ni uno no preclasificado había ganado el prestigioso torneo. Su estilo agresivo, con “saque y volea” como sello, rompió con la imagen tradicional del tenis británico. Durante el torneo, el joven Becker ofreció una serie de partidos dramáticos, plagados de caídas, lesiones y remontadas impensadas.

Partidos épicos camino a la gloria
Su camino incluyó un durísimo encuentro ante Joakim Nyström en tercera ronda, en el que salvó tres match points y ganó en cinco sets por 9-7. Luego, superó al estadounidense Tim Mayotte pese a torcerse el tobillo. En semifinales se impuso al sueco Anders Järryd tras un paréntesis por lluvia. Cada victoria fue una muestra de temple, resiliencia y talento precoz.

El día de la consagración
En la final, Becker demostró temple y audacia. Desde el ingreso al court central, pasó por delante de Curren para marcar presencia. “No vine a jugar bien. Vine a ganar”, diría luego. Su tenis fue una demostración de entrega total: se arrojó al césped, protestó, se ensució, gritó. El match culminó con un saque imposible de devolver. Becker se arrodilló, incrédulo, mientras Alemania entera lo celebraba.
La victoria de Becker resonó profundamente en Alemania, donde se convirtió en un símbolo de esperanza y éxito. “El país me abrazó, pero a veces sentí que me ahogaba”, confesó Becker, aludiendo a la presión que sintió tras convertirse en una figura pública. Su estilo de juego, caracterizado por potentes saques y una actitud combativa, rompió con la imagen tradicional del tenista elegante y conservador que predominaba en Wimbledon.

De promesa a leyenda
Tras ese primer Wimbledon, Becker ganó otros cinco Grand Slams, incluidos otros dos Wimbledon en 1986 y 1989. En total, disputó siete finales en el All England Club. Fue el motor de un boom tenístico en Alemania y, junto a Steffi Graf, llevó el tenis a la cima del interés popular. Pero la fama tuvo un precio.

Altibajos en la vida personal
Desde joven, Becker vivió bajo el foco mediático. Su vida privada, sus romances, conflictos y negocios fallidos alimentaron los titulares durante años. Tras su retiro del tenis profesional en 1999, su vida personal se convirtió en un torbellino de problemas legales y financieros.
En 2002, fue condenado por evasión fiscal en Alemania. Luego, una corte británica lo sentenció por ocultar activos durante su proceso de bancarrota. Pasó ocho meses en prisión antes de ser deportado a Alemania.”He atravesado un profundo valle de lágrimas, pero ahora estoy bien”, afirmó Becker tras su liberación, mostrando su resiliencia ante la adversidad.

“Yo no soy su Boris”
A diferencia de Steffi Graf, que optó por un bajo perfil, Becker nunca pudo (ni quiso) alejarse de la exposición. “Nunca fui su Boris”, dijo alguna vez, rechazando la idealización que Alemania había hecho de él. Con el tiempo, el niño prodigio se volvió un adulto con luces y sombras, pero siempre en el centro de la escena.

Un renacimiento tras la caída
Pese a los escándalos, Becker ha sabido reinventarse. Fue entrenador de Novak Djokovic, comentarista en medios internacionales y ahora espera a su quinto hijo. En una entrevista con Sports Illustrated, aseguró: “Estoy un break arriba. Ventaja Becker. Volví al partido”. Aunque hoy no puede ingresar a Wimbledon, el torneo que lo hizo leyenda sigue muy presente en su vida.

Icono eterno
En Alemania, su primer Wimbledon sigue siendo un hito imborrable. Aunque en el club londinense su figura ha pasado a un segundo plano, en su país sigue siendo emblema y debate. Cuarenta años después, Boris Becker es mucho más que un campeón: es un símbolo de talento precoz, caídas dolorosas y una inagotable voluntad de volver a empezar.




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