Buenos Aires (AT) – Intel ha dado marcha atrás con uno de sus planes industriales más ambiciosos en Europa: la construcción de una megafábrica en Magdeburgo, Alemania. El anuncio oficial confirma lo que desde hacía meses parecía inevitable: la falta de demanda sostenida y los problemas financieros pusieron fin a una inversión estimada en EUR 30.000 millones (US$ 35.240 millones).

Se cae el proyecto que prometía 3.000 empleos
La decisión fue confirmada por Lip-Bu Tan, CEO de Intel, al presentar los resultados del último trimestre. “Solo expandiremos capacidad cuando haya demanda suficiente por parte de nuestros clientes”, declaró el ejecutivo, en lo que describió como una nueva “disciplina de gasto”. El mismo criterio se aplicará al frustrado proyecto en Polonia y también afectará la planta en construcción en Ohio, Estados Unidos.
En Magdeburgo se proyectaba levantar una planta de última generación que generaría unos 3.000 puestos de trabajo directos. La obra estaba programada para comenzar en 2024 y representaba la punta de lanza de una estrategia europea de relocalización de la industria de semiconductores.
Solo habrá nuevas plantas si hay suficiente demanda”,
advirtió la empresa
Una estrategia ambiciosa que no resistió la realidad
La planta en Alemania formaba parte del plan del anterior CEO, Pat Gelsinger, quien buscaba convertir a Intel en un proveedor global de servicios de fabricación de chips. En ese marco, Europa y Estados Unidos parecían aliados clave, interesados en reducir su dependencia de Asia en este sector estratégico.
Sin embargo, los avances fueron lentos. Las demoras en los procesos tecnológicos y las dudas de los clientes pusieron en jaque el calendario. Aunque el gobierno alemán había comprometido 9.900 millones de euros en subsidios, Intel necesitaba duplicar esa cifra con fondos propios. La sangría financiera volvió inviable el proyecto. A fines de 2024, Gelsinger dejó su cargo y fue reemplazado por Lip-Bu Tan.
Un recorte tras otro
La compañía atraviesa un momento crítico. En el último trimestre reportó ingresos por 12.900 millones de dólares, sin variaciones interanuales, y un rojo operativo de 2.900 millones, superior al del año anterior. El número de empleados bajará a 75.000 antes de fin de año, según comunicó Tan a través de un correo interno, lo que representa una reducción del 15%.
El ejecutivo criticó con dureza el rumbo anterior. Calificó las inversiones en nuevas fábricas como “imprudentes y desmedidas”, y cuestionó la sobreestimación de la demanda. Incluso admitió que la compañía podría abandonar el desarrollo de su próxima arquitectura de procesadores, conocida como 14A, si no consigue clientes suficientes. La noticia provocó una caída del 4% en la cotización bursátil de Intel.
Ni los subsidios estatales alemanes lograron salvar el proyecto.
Un líder que perdió su lugar en el mercado
Intel fue durante años sinónimo de liderazgo en la industria de los semiconductores. Su dominio en el mercado de PC no logró replicarse en el segmento móvil, donde fue superado por Qualcomm y TSMC. Tampoco pudo posicionarse en el desarrollo de chips para inteligencia artificial, donde Nvidia le saca una ventaja considerable.
La retirada de Magdeburgo es apenas un síntoma más de una crisis más profunda: la compañía perdió su capacidad de anticipar el rumbo del sector y ahora paga el precio.

¿Y qué tiene que ver esto con Argentina?
La salida de Intel de proyectos estratégicos en Europa y Estados Unidos abre interrogantes sobre el futuro de la industria global de chips. Para países como Argentina, que aspiran a desarrollar polos tecnológicos, la señal es clara: los grandes jugadores priorizan eficiencia y demanda real por sobre la expansión geopolítica. Al mismo tiempo, podría abrirse una ventana de oportunidad para mercados emergentes con costos competitivos y talento técnico disponible. Pero esa oportunidad solo será real si hay planificación, incentivos adecuados y estabilidad macroeconómica.





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