Alexander Zverev volvió a quedar en el centro de la escena, y no precisamente por su tenis. El alemán, número tres del ranking ATP, encendió la polémica en el Masters 1000 de Shanghái al acusar a la organización del circuito profesional de “beneficiar” a las nuevas figuras, Carlos Alcaraz y Jannik Sinner.
“Odio que todas las pistas sean iguales. Sé que los directores quieren que Jannik y Carlos lleguen a la final”, lanzó sin rodeos el tenista tras vencer al francés Valentin Royer por 6-4 y 6-4. Zverev sostuvo que la “homogeneización” de las superficies rápidas, cuya velocidad cayó de un índice de 42,4 a 34,8, altera el equilibrio competitivo y perjudica a jugadores con estilos menos agresivos.
“Fue un ataque directo a la estructura del circuito”, reconoció luego un dirigente de la ATP que prefirió mantenerse en el anonimato. Las declaraciones de Zverev, amplificadas en redes y medios especializados, reavivaron un debate técnico que Roger Federer había abierto semanas atrás, aunque con un tono más analítico.

Sombra judicial: un pasado que no se borra
La denuncia deportiva no es la única que persigue al alemán. Alexander Zverev, de 28 años, arrastra una historia judicial por violencia de género que aún marca su imagen pública.
En 2020, la rusa Olga Sharypova, su expareja, lo acusó de haberla maltratado física y psicológicamente durante su relación. La ATP abrió una investigación, pero en enero de 2023 decidió archivarla por “falta de pruebas concluyentes”. Sin embargo, el caso volvió a escena cuando otra exnovia, Brenda Patea, también lo denunció por agresión.
El año pasado, el jugador llegó a un acuerdo económico extrajudicial de EUR 200.000 (US$ 234.000) para cerrar el proceso, sin que mediara una condena penal. “No hay más acusaciones. Hace nueve meses que no las hay”, respondió Zverev cuando una espectadora interrumpió a los gritos su discurso tras perder la final del Abierto de Australia contra Jannik Sinner.

El episodio, ocurrido frente a miles de espectadores en el Rod Laver Arena, expuso la incomodidad del alemán y la tensión que arrastra su figura en cada aparición pública.
Entre el éxito deportivo y el vacío personal
En lo deportivo, Alexander Zverev se mantiene entre los mejores del mundo, aunque sin lograr todavía un título de Grand Slam. Este año alcanzó la final en Melbourne, pero su rendimiento ha sido irregular desde entonces. En Wimbledon, cayó sorpresivamente en cinco sets ante el francés Arthur Rinderknech y reveló un costado poco habitual entre los jugadores de elite.
“Sufro mentalmente. Me siento muy solo”, confesó en la conferencia de prensa posterior a su derrota. “Nunca me había sentido así en la vida. Incluso cuando gano, no siento alegría. Me cuesta encontrar motivación”, agregó el alemán, que se describió “vacío” y “sin entusiasmo” dentro y fuera de la cancha.
Su testimonio llamó la atención en el circuito y abrió una conversación sobre la salud mental en el tenis profesional, un tema que ya habían expuesto figuras como la japonesa Naomi Osaka y el australiano Nick Kyrgios. Pese a sus controversias, Zverev sigue siendo una de las principales atracciones del circuito.
Entre el talento indiscutido, las confesiones personales y un historial judicial que lo persigue, Alexander Zverev se convirtió en un símbolo incómodo del tenis moderno: un atleta brillante y polémico que parece no encontrar paz ni dentro ni fuera de la cancha.




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