El 28 de mayo de 2025 marcó un antes y un después para los habitantes del pequeño pueblo suizo de Blatten, en el cantón del Valais. En apenas medio minuto, una masa de 9 millones de metros cúbicos de roca, hielo y tierra se desprendió del pico Kleines Nesthorn y arrasó el valle del Lötschental. Más del 90% del pueblo quedó sepultado. Un hombre de 64 años murió y los casi 300 residentes fueron evacuados.
Entre los sobrevivientes se encuentra Lukas Kalbermatten, dueño del histórico Hotel Edelweiss, que su familia había administrado por tres generaciones. Lo perdió todo, pero decidió no quedarse inmóvil. Junto a otras familias, organizó un hotel provisorio en la localidad vecina de Wiler, donde se refugió la mayoría de los desplazados. “No teníamos tiempo para lamentos”, explicó días después. “Lo importante era actuar rápido”.
Un pueblo bajo el barro
El derrumbe dejó una franja de 2,5 kilómetros de ancho, con zonas donde el lodo alcanzó más de 100 metros de altura. El paisaje alpino se transformó en un campo de rocas y agua estancada. Casas, hoteles, caminos y tendidos eléctricos desaparecieron bajo una capa espesa de barro y escombros.

El Hotel Edelweiss, emblema local, quedó reducido a un montón de madera y concreto. A pocos metros, el hotel Nest- und Bietschhorn, otro de los más antiguos del valle, también fue destruido. Su copropietario, Laurent Hubert, recuerda haber visto la escena “pulverizada”.
Pese al impacto, el espíritu de reconstrucción se impuso. Hubert y su esposa, Esther Bellwald, trabajan junto a Kalbermatten en la creación de un nuevo alojamiento llamado Momentum, que abrirá el 18 de diciembre en la cima del teleférico que conecta Wiler con las montañas. “Este proyecto es nuestra manera de mirar hacia adelante”, afirmó Hubert. “Es la luz al final del túnel”.
Mientras tanto, los trabajos de emergencia no se detienen. Excavadoras y grúas despejan caminos, reparan redes eléctricas y reconstruyen puentes. Algunas familias regresaron por unas horas a los restos de sus casas para recuperar objetos. Entraron con botes de remos o cuerdas, en medio de un barro espeso que cubría ventanas y techos. En un improvisado depósito comunal, los rescatistas colocaron fotografías, libros y vestidos de novia recuperados entre los escombros. Cada objeto se convirtió en una pequeña victoria sobre el desastre.
Riesgo latente en la montaña
A pesar de los avances, los peligros persisten. Según Manfred Ebener, coordinador de las obras de estabilización, unas 400 000 toneladas de roca y hielo siguen en equilibrio precario en la ladera del Kleines Nesthorn. Los sensores instalados en el terreno registran desplazamientos mínimos pero constantes.
“Los movimientos están disminuyendo”, explicó Ebener. “Pero cuando llegue la primavera, con el deshielo, habrá más filtraciones de agua y eso puede reactivar los deslizamientos”.
Por eso, las autoridades mantienen la zona bajo estricta vigilancia y restringen el acceso a los sectores más inestables. El ejército suizo participa con maquinaria pesada y drones para monitorear grietas. El objetivo es garantizar que no haya nuevas avalanchas antes de reabrir las rutas del valle.
El gobierno del cantón estima que la reconstrucción completa llevará varios años. Los primeros proyectos de vivienda podrían estar listos en 2028, y el retorno total a un nuevo Blatten se proyecta recién para 2030. La prioridad inmediata es asegurar una infraestructura básica para que el turismo, principal motor económico del valle, pueda reactivarse.
Reconstruir y entender lo ocurrido
El derrumbe del Kleines Nesthorn no fue un hecho aislado. En los últimos años, los glaciares suizos retrocedieron a un ritmo sin precedentes. Los expertos vinculan ese proceso al calentamiento del aire y del subsuelo, que debilita la estructura de la roca congelada y provoca deslizamientos como el de Blatten.
Aunque los científicos todavía analizan las causas exactas, los habitantes del valle observan los cambios con preocupación. “No soy experto”, reconoció Ebener, “pero todos vemos que el clima ya no es el mismo. Las montañas se están moviendo”.
En esta región, donde el turismo depende de la estabilidad de los glaciares y de las rutas alpinas, el impacto ambiental se traduce directamente en la vida cotidiana. Los inviernos más cálidos reducen la temporada de esquí y aumentan el riesgo de deshielos repentinos.

Pese a todo, la comunidad se resiste a desaparecer. Los vecinos se organizan para levantar nuevas estructuras en zonas más seguras y diseñar un modelo turístico que conviva con los riesgos naturales. “No queremos que Blatten sea recordado solo por la tragedia”, dijo Kalbermatten. “Queremos que vuelva a ser un lugar donde la gente venga a disfrutar de las montañas”.



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