Después de más de cien años, parte del legendario tesoro de la familia imperial Habsburgo volvió a ver la luz. En un banco de la provincia de Quebec, Canadá, fueron halladas varias piezas que se creían perdidas desde la caída del Imperio Austrohúngaro, entre ellas el célebre diamante amarillo conocido como el Florentino. La noticia, revelada por el semanario alemán Der Spiegel y confirmada por The New York Times, conmocionó tanto a historiadores como a expertos en arte y joyería.
El hallazgo incluye joyas pertenecientes a figuras centrales de la historia europea: objetos personales de la emperatriz María Teresa, de la reina María Antonieta y del último emperador, Carlos I de Austria. Según relató Karl Habsburg-Lothringen, actual jefe de la casa Habsburgo y nieto del emperador, las piezas estuvieron ocultas en Canadá desde los años cuarenta.

Del exilio al secreto familiar
La historia del tesoro perdido se remonta a noviembre de 1918, cuando el emperador Carlos I —ya depuesto tras el fin de la Primera Guerra Mundial— ordenó trasladar las joyas familiares desde la Schatzkammer de la Hofburg de Viena hasta Suiza, con la intención de preservarlas ante la disolución del imperio. Entre las piezas figuraban la corona de diamantes de la emperatriz Isabel, una reloj de esmeraldas que María Teresa había regalado a su hija María Antonieta y otros objetos de alto valor histórico.
Con la muerte del emperador en 1922 y el avance del nazismo, la familia Habsburgo volvió a huir. Zita, su viuda, llevó consigo parte del tesoro en un discreto maletín marrón. En 1940, tras escapar de Bélgica y cruzar Francia y Portugal, logró llegar a Canadá, país que le ofreció refugio. Allí, el tesoro fue guardado en secreto, tal como dispuso la emperatriz: solo podría hacerse público un siglo después de la muerte de su esposo.
“Mi abuela Zita quiso proteger algo más que las joyas: quiso preservar la dignidad y la historia de nuestra familia”, explicó Karl Habsburg al Spiegel. “Por eso pidió que su existencia se mantuviera en secreto durante cien años”.

El diamante perdido y la herencia simbólica
La pieza más célebre del tesoro es el Florentino, un diamante amarillo de 137,2 quilates, considerado a comienzos del siglo XX como el cuarto más grande del mundo. Su paradero fue objeto de múltiples teorías: se dijo que había sido robado, dividido o incluso vendido en el mercado negro europeo. Las fotografías recientes publicadas por Der Spiegel confirman no solo su existencia, sino también su impecable estado de conservación.
El joyero vienés Christoph Köchert, heredero de una casa que ya servía a los Habsburgo en tiempos imperiales, examinó las piezas y elaboró un informe técnico que confirma su autenticidad. “No hay duda: se trata de los originales”, concluyó el experto.

Un legado que se queda en Canadá
Karl Habsburg aseguró que la familia no tiene intención de trasladar las joyas a Austria. “Canadá nos dio refugio cuando Europa nos dio la espalda. Allí las joyas estuvieron seguras durante la guerra y allí seguirán”, explicó. El plan es que la colección sea exhibida de forma permanente en ese país, “como muestra de agradecimiento y memoria”.
El gesto tiene una fuerte carga simbólica. Canadá fue, en palabras del propio Habsburg, “la segunda patria” de su abuela y de sus hijos, quienes lograron rehacer su vida lejos de la persecución nazi.

Entre el mito y la historia
Aún no todos los objetos perdidos reaparecieron. Entre las piezas ausentes se encuentra la famosa corona de la emperatriz Isabel (“Sisi”), así como varios collares y broches que permanecen en paradero desconocido. Los historiadores creen que parte del tesoro pudo haberse dispersado durante los traslados del exilio.
El resurgimiento del tesoro Habsburgo, un siglo después, no solo reaviva la fascinación por el esplendor imperial, sino también por las sombras que acompañaron el fin de una era. Un hallazgo que combina historia, mito y gratitud —y que, desde las bóvedas de Quebec, devuelve algo del brillo perdido del viejo Imperio austrohúngaro.




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