El nuevo documental “Babo” triunfa en Netflix, en especial en Alemania, donde es hoy uno de los temas más comentados. La película sigue al rapero Haftbefehl, figura central del hip hop alemán, durante un período marcado por el éxito masivo y una autodestrucción empujada por la cocaína.
El film se volvió el más visto de la plataforma en ese mercado, y el fenómeno encendió una conversación pública inesperada. De pronto, Alemania discute racismo, arte, consumo de drogas, precariedad social y los límites de la exposición mediática. En el centro de todo aparece él, un músico que convirtió su vida en una narración feroz, íntima y dolorosa.
Un artista admirado y discutido
Haftbefehl, nacido como Aykut Anhan, se consolidó como uno de los raperos más influyentes del país. Su apodo, “Babo”, quedó fijado desde su irrupción en la escena con un tema que marcó época. Para sus admiradores, su manejo del lenguaje, su cadencia y su habilidad para unir múltiples registros configuran una obra que influenció a una generación completa.
Para muchos jóvenes con origen migrante, su figura funciona como un punto de identificación. Incluso hubo docentes y representantes estudiantiles que propusieron incluir sus letras en actividades escolares.

Pero las críticas van en la dirección opuesta. Lo consideran un músico misógino y antisemita, por ciertos fragmentos de su repertorio. También lo ubican como un símbolo de la romantización del delito y del consumo. Esa tensión alimenta el interés por el documental, donde la discusión deja de centrarse solo en el artista y avanza hacia temas sociales más amplios. La película abrió un espacio donde conviven elogio y rechazo, pero también un análisis más profundo sobre cómo se construye un ícono cultural en un país atravesado por debates identitarios.
Lenguaje, identidad y la fuerza de su personaje
En sus álbumes, Haftbefehl narra una vida marcada por la pobreza, el tráfico de drogas y un ascenso meteórico en la industria musical. La superficie de sus letras puede parecer típica del rap callejero. Sin embargo, su estilo se distingue por un uso particular del idioma.
Cambia de registro sin aviso, alterna alemán con turco, árabe y kurdo, y crea una jerga propia que los lingüistas estudian como parte de un fenómeno juvenil urbano multicultural. Esa mezcla genera un impacto fuerte en oyentes de mundos sociales distintos, desde adolescentes de clase media hasta chicos criados en complejos habitacionales.

Lo que muestra el documental es que su capacidad para hablar y construir imágenes potentes lo ubica como un orador, más que como un músico que solo encadena rimas. La película retrata cómo su mensaje se fusiona con su imagen. El tono de su voz, su cuerpo inquieto, su respiración entrecortada y una emocionalidad que no oculta lo convierten en un narrador visceral. Su figura se apoya en una combinación de dureza y vulnerabilidad que muchos perciben como auténtica. Ese contraste es el motor de su magnetismo público.
Pero esa misma autenticidad expone algo más: el abismo de su adicción. En varias escenas se ve el deterioro físico causado por la cocaína. Su respiración suena como un traqueteo. En un momento, después de una sobredosis, arranca los tubos en terapia intensiva y sale corriendo para volver a consumir. Amigos, colegas y asistentes cuentan historias similares. Lo describen como una “fuerza de la naturaleza”, alguien que desborda cualquier límite.
Una vida que se revela sin filtros
El propio Anhan explica por qué decidió mostrar todo eso. En los primeros minutos del documental dice que quiere dejar su historia grabada “por si algo le pasa”, para que quede contada desde su punto de vista. El film presenta su rol de padre fallido, su relación conflictiva con su pareja y sus impulsos autodestructivos. También recuerda a su hermano, quien terminó engañándolo para llevarlo a un centro de rehabilitación en Turquía. Según el relato, ese fue el único modo de frenar un curso que podía terminar peor.

La película encuadra su figura dentro del concepto del “genio romántico”, un artista suspendido entre la creación y la locura. Una escena muestra a Haftbefehl escuchando una canción del músico folk Reinhard Mey. El rapero se emociona, reconoce la fragilidad del tema y la vincula con su propia vida. Ese momento revela el costado más sensible de un personaje acostumbrado a ocultarse detrás de una coraza ruda.
El desenlace ofrece una imagen ambigua. Anhan aparece con sobrepeso, la nariz deformada por el consumo y un temblor en la pierna que no puede controlar. Dice que está mejor, que hizo terapia. Ese cierre deja una cuota mínima de esperanza, aunque sin borrar la gravedad de su situación.
Netflix y un debate abierto en Alemania
Lo interesante es que el documental no busca explicar quién es realmente Haftbefehl. En cambio, se convierte en un disparador. La conversación pública gira hacia lo que el film no muestra: el rol de la madre ausente, las desigualdades que afectan a los chicos migrantes, el racismo estructural, la falta de oportunidades y las heridas sociales que atraviesan a Alemania. La película funciona como excusa para hablar de temas que, en general, quedan relegados.
El país parece dividido entre quienes lo veneran y quienes no lo soportan. Sin embargo, el fenómeno produjo un efecto inesperado. Al hablar de él, Alemania encuentra un punto de conversación común. Un terreno donde conviven debates sobre música, política, desigualdad y violencia. Un espacio donde distintas miradas pueden coexistir.



Hacé tu comentario