Una nueva tendencia surgida en Alemania sacudió las redes sociales globales con una propuesta que mezcla perplejidad, humor y algo de controversia: el “hobby dogging“, la práctica de pasear, entrenar y ejercitar perros imaginarios utilizando correas, arneses y comandos de obediencia como si el animal estuviera físicamente presente. La moda nació en Bad Friedrichshall, al norte de Stuttgart, y se expandió rápidamente a través de plataformas como Instagram, TikTok y YouTube, generando millones de visualizaciones y comentarios divididos entre la incredulidad y la curiosidad.
Barbara Gerlinger, entrenadora canina de 65 años, es la figura central de este fenómeno. La instructora diseña cursos específicos de “hobby dogging” que incluyen conos, obstáculos y una considerable dosis de imaginación. “¡Hop! ¡Hop! ¡Hop!”, grita mientras los participantes saltan sobre pequeños postes con correas reforzadas. Los asistentes acarician el aire a sus pies y sacan de sus bolsillos premios imaginarios. “¡Bien! ¡Muy bien!”, exclama Gerlinger. Casi se puede escuchar el jadeo inexistente.

Del chiste local al viral global
La idea surgió de manera casual en la sede de un club local. Un comentario de pasada, una risa rápida, pero el pensamiento permaneció en la mente de Gerlinger. Su filosofía es clara: el problema nunca es el perro, sino quien está del otro lado de la correa. La entrenadora diseñó personalmente las correas para que parezca que alguien pasea un perro invisible.
“Es un poco loco”, admitió Gerlinger según reportó la agencia alemana DPA. “Pero, ¿qué no es loco? Vivimos en un mundo loco”. La instructora publicó algunos videos en línea con su hijo y se volvieron virales. Uno de sus clips alcanzó casi 5 millones de visualizaciones. Su historia llegó hasta Estados Unidos y Japón, multiplicando la cobertura mediática del fenómeno.

Cómo se practica y qué equipo se utiliza
Los participantes emplean el mismo equipo que los dueños de perros reales: arnés, correa y, ocasionalmente, elementos de adiestramiento como conos y obstáculos. Las sesiones incluyen ejercicios básicos de obediencia (sentado, quieto, marcha al lado), circuitos improvisados de agilidad y prácticas de comunicación no verbal entre “dueño” y “animal” imaginario.
Gerlinger explicó que se trata de entrenamiento mental, de concentración. A veces, durante el adiestramiento canino convencional, la gente simplemente no escucha sus indicaciones. Pero cuando los perros son imaginarios, las distracciones disminuyen. Si solo imaginas al perro, te ves obligado a prestar atención a ti mismo: tu postura, tu voz, la tensión de tu cuerpo. “Es bastante agotador concentrarse durante 20 minutos en algo que no está allí”, señaló.
Para la entrenadora, también funciona como una buena forma de preparación para manejadores de perros antes de que las patas reales entren al curso.

Motivaciones de los participantes
Los asistentes reportados van desde personas que buscan practicar sin las distracciones de un animal real hasta quienes lo consideran ejercicio mental o terapia ligera. Anette Hilkert, de 61 años, elogia a una imaginaria Chantal al final de su correa: “Buena chica, mi princesa”. La boxer invisible acaba de sentarse junto a ella. “No solo le hablo a la correa. El perro invisible debe tener un nombre”, explicó Hilkert.
Chantal era también el nombre de su perra fallecida. Para Hilkert, pasear una correa y arnés vacíos por el terreno tiene perfecto sentido. Con Chantal puede practicar ensayos en seco antes de poner a Mottchen, su perro real, en la correa. Sin errores, sin estrés, solo la correa y un poco de imaginación. Mientras tanto, Mottchen espera pacientemente a pocos metros en el baúl del auto.

Beneficios proclamados y reacciones divididas
Los promotores del hobby dogging presentan la actividad con posibles beneficios para la salud mental y emocional. Quienes participan aseguran que ayuda a reducir el estrés, mejorar la concentración y fomentar rutinas de movimiento al aire libre. Gerlinger explicó en entrevistas que la práctica se enfoca en la atención plena, la coordinación y la comunicación corporal, elementos que pueden generar sensación de calma y control.
Algunos participantes mencionan que funciona como actividad simbólica para quienes perdieron una mascota, permitiéndoles mantener la rutina asociada al paseo y al vínculo emocional sin tener un animal real. Otros lo practican como dinámica grupal que favorece la socialización en contextos urbanos donde las actividades comunitarias al aire libre son limitadas.

Entre el ridículo y la viralización
Los comentarios en internet son mordaces. “Lo que sea que hayan estado fumando, yo también quiero”, escribió un usuario. Algunos responden con humor: “Le quité el arnés al perro y ahora no puedo encontrarlo”. Otros expresan incredulidad y desdén: “El mundo se vuelve cada vez más loco”.
Gerlinger simplemente se encoge de hombros ante el ridículo. “Ya no están todos bien”, ríe mientras reparte correas sin perros a los participantes. “Vos tenés un rottweiler, agarrá un arnés más grande”, indica. La actividad evita gastos veterinarios, alfombras llenas de pelo, babas, comportamientos agresivos, ladridos y la necesidad de recoger deposiciones. Como muchas modas virales, su continuidad dependerá de la aceptación social, la cobertura mediática y si los promotores logran darle un marco práctico que la legitime ante el público.




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