La Puerta de Brandeburgo recuperó su función original el 22 de diciembre de 1989, apenas seis semanas después de que cayera el Muro de Berlín. Aquel día, miles de alemanes del Este y del Oeste pasaron por primera vez en casi tres décadas bajo los arcos neoclásicos del monumento que se había convertido en el símbolo más poderoso de la división europea. La reapertura materializó en piedra y bronce lo que el derribo del Muro había iniciado: el fin de la Guerra Fría y el comienzo de la reunificación alemana. Ahora, 36 años después, Europa rindió homenaje a una puerta que fue testigo privilegiado de guerras, dictaduras, revoluciones y la reconciliación de un continente partido.

De la paz prusiana al triunfo napoleónico
La historia del monumento comenzó en 1788, cuando el rey de Prusia Federico Guillermo II ordenó su construcción como símbolo de paz. El diseño estuvo a cargo de Carl Gotthard Langhans, Superintendente de Edificios de la Corte, quien se inspiró en la Acrópolis de Atenas. La estructura, finalizada en 1791, consta de doce columnas dóricas —seis a cada lado— y se extiende 68 metros de largo por 26 de alto.
En su cima, una cuadriga tirada por cuatro caballos era conducida originalmente por Irene, la diosa griega de la paz. Sin embargo, Napoleón Bonaparte modificó ese simbolismo para siempre. En 1806, tras derrotar a los prusianos en las batallas de Jena y Auerstedt, el emperador francés fue el primero en usar la Puerta para celebrar una victoria militar. No conforme con eso, se llevó la cuadriga y la diosa a París como botín de guerra.
La venganza prusiana llegó en 1814. Cuando el general Ernst von Pfuel ocupó París tras la derrota napoleónica, recuperó la estatua y la devolvió a Berlín. Karl Friedrich Schinkel rediseñó entonces el conjunto para transformarlo en un arco de triunfo prusiano: Irene dejó de ser la diosa de la paz para convertirse en Victoria, diosa del triunfo. La figura fue adornada con el águila prusiana, una Cruz de Hierro en su lanza y una corona de hojas de roble, símbolos que décadas después serían apropiados por el régimen nazi.

El nazismo y la devastación de la guerra
Adolf Hitler utilizó la Puerta de Brandeburgo como símbolo del Tercer Reich. Durante doce años, el monumento representó la propaganda del partido nazi y la nueva era que pretendía dominar el mundo. La Segunda Guerra Mundial la dejó en pie, pero maltrecha: agujereada por balas, sus columnas heridas por esquirlas de bombas y disparos de tanques soviéticos, resistió cuando Berlín era un campo de ruinas en 1945.
La cuadriga de bronce con la diosa Victoria fue destruida durante los combates finales. Solo se salvó la cabeza de uno de los caballos, hoy conservada en el museo Märkisches. Lo que actualmente corona la Puerta es una réplica del original.
El 12 de julio de 1945, pese a los daños, la Puerta vio pasar bajo sus arcos al mariscal británico Bernard Montgomery junto a los mariscales soviéticos Gueorgui Zhúkov y Konstantín Rokossovski, a quienes “Monty” acababa de condecorar. Era el preludio de la Guerra Fría que dividiría Europa durante casi medio siglo.

Treinta años de clausura bajo el Muro
Con Alemania dividida entre aliados y soviéticos, la Puerta de Brandeburgo quedó en la zona de ocupación soviética. Durante dieciséis años, los berlineses pudieron cruzar libremente entre los sectores oriental y occidental, hasta que el 13 de agosto de 1961 una alambrada de púas de 42 kilómetros partió la ciudad en dos. El Muro de Berlín separó familias, amistades y proyectos, dejando la Puerta clausurada del lado comunista.
Entre 1945 y 1957 ondeó sobre el monumento una bandera soviética con hoz y martillo, reemplazada luego por la de la República Democrática Alemana. En junio de 1953, un levantamiento obrero exigiendo democracia y reunificación logró arrancar la bandera soviética, pero fue aplastado por tanques: murieron 383 personas en el primer movimiento de resistencia al comunismo en Europa del Este.

Los discursos que marcaron una época
En junio de 1963, el presidente estadounidense John F. Kennedy visitó la Puerta, donde los soviéticos habían desplegado enormes pancartas rojas que impedían ver el sector oriental. Desde el vecino distrito de Schöneberg, Kennedy pronunció ante medio millón de alemanes uno de los discursos más célebres de la Guerra Fría: “Hay mucha gente en el mundo que realmente no comprende cuál es la gran diferencia entre el mundo libre y el mundo comunista. ¡Que vengan a Berlín!”. Concluyó declarando: “Como hombre libre, me enorgullezco de decir ‘Ich bin ein Berliner’ (“Yo soy un berlinés”)”.
Veinticuatro años después, en 1987, Ronald Reagan eligió hablar con la Puerta y su cuadriga victoriosa a sus espaldas. Fue la tarde en que desafió al líder soviético Mijail Gorbachov: “Secretario General Gorbachov, si usted busca la paz, si usted busca la prosperidad, ¡venga aquí, a esta Puerta! Señor Gorbachov, ¡abra esta puerta! Señor Gorbachov, ¡tire abajo este muro!”.
La noche que cambió Europa
El Muro cayó el 9 de noviembre de 1989 no porque Gorbachov lo derribara, sino porque el régimen de Alemania del Este era insostenible y la Unión Soviética agonizaba. Miles de alemanes cruzaron al sector occidental a través de las fronteras húngara y austríaca, y al día siguiente echaron abajo el Muro a golpes de pico y maza.
Aquella noche, miles de berlineses del Este cruzaron al otro lado por primera vez. Entre ellos estaba Angela Merkel, una joven de 35 años que con el tiempo sería canciller de la Alemania unificada. Días después, el violonchelista Mstislav Rostropovich homenajeó a Beethoven entre los escombros. El día de Navidad, Leonard Bernstein dirigió a la Orquesta Filarmónica de Berlín con la Sinfonía número 9 ante la recién reabierta Puerta, modificando el “Himno a la Alegría”: cambió la palabra “alegría” (Freude) por “libertad” (Freiheit).

La madrugada del 2 al 3 de octubre de 1990, la Puerta fue elegida para celebrar la reunificación alemana. Sobre ella se izó la única bandera del país: negra, roja y amarilla. En julio de 1994, Bill Clinton habló allí sobre la paz en Europa. En noviembre de 2009, Merkel la cruzó a pie junto a Gorbachov y el polaco Lech Walesa en los festejos de los veinte años de la caída del Muro.
El 13 de agosto de 2011, un minuto de silencio evocó frente a la Puerta los cincuenta años de la construcción del Muro y homenajeó a quienes murieron intentando huir hacia el Oeste. En junio de 2013, Barack Obama abogó allí por la reducción del arsenal atómico mundial. En febrero de 2022, durante la invasión rusa a Ucrania, la Puerta fue iluminada con los colores amarillo y azul de la bandera ucraniana.

Un testigo privilegiado de la historia
La Puerta de Brandeburgo es el testigo silencioso de más de dos siglos de historia europea: guerras, revoluciones, dictaduras, divisiones y reconciliaciones. Hoy, cuando resurgen tensiones en el continente, Europa la homenajea para recordar el día en que volvió a abrirse para que corrieran de nuevo a través de ella los aires de la libertad. El monumento que representó la paz en 1791, el triunfo prusiano en 1814, la propaganda nazi en los años 30, la división de Europa durante la Guerra Fría y finalmente la reunificación alemana en 1990, permanece como recordatorio de que los muros caen y las puertas siempre pueden volver a abrirse.








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