martes, 29 de abril de 2025

Por Sebastian Schoepp(*)

Buenos Aires / Múnich – Después de unos meses, además de las noticias de agencia y las críticas de cine, se me permitió escribir columnas y editoriales para el Argentinisches Tageblatt, en los que analizaba con ojo crítico la situación política interna y la vida cotidiana de mi país de acogida, lo que, mirando atrás, a veces me parece un poco descarado. Pero era joven y ambicioso. En general, me sentía bien “integrado” en Argentina. Pero también había un lado oscuro que al principio no entendía.

Un día, en busca de fuentes y contactos, fui al Círculo de la Prensa y me presenté. El secretario, aparentemente peronista, que me recibió, escupió veneno y bilis.

“¡Trabajás para los Alemann, los explotadores, felicitaciones!”, me dijo. Roberto Alemann y su hermano Juan eran considerados expertos financieros en el país, y eso también lo sabían los militares que dieron un golpe de Estado en 1976 e instauraron un sistema totalitario como nunca se había visto ni siquiera en la Argentina, acostumbrada a las dictaduras.

Roberto fue nombrado ministro de Economía bajo el general Galtieri y Juan, secretario de Estado. La verdad es que no sabía muy bien qué pensar. Para mí, todo aquello estaba en total contradicción con la tradición familiar: ¿cómo podían los Alemann, que habían dado refugio a emigrantes antifascistas, hacer causa común con una dictadura militar?

Pero todo seguía una lógica interna que solo fui comprendiendo de a poco. Quizás esa fue la lección más importante que aprendí durante mi estancia en Argentina: que algunas acciones de las personas solo se pueden explicar a partir de su biografía; y que a veces la vida implica soportar ambivalencias, aunque al principio parezcan incomprensibles.

Ambivalencias que parecen incomprensibles

El motivo de esta ambivalencia se remontaba a mucho tiempo atrás: cuando, tras un golpe militar en 1943, los peronistas fueron tomando de a poco el poder en Argentina, el Argentinisches Tageblatt afirmaba que Hitler había resucitado en Argentina. Los simpatizantes de las potencias del Eje tomaron la delantera. Solo tras una enorme presión internacional, sobre todo por parte de EE.UU., el Gobierno militar rompió relaciones con las potencias del Eje en la primavera de 1944. Argentina fue el último país en declarar la guerra a Alemania, el 27 de marzo de 1945, en parte para asegurarse una parte del botín de la victoria, es decir, las sucursales de empresas alemanas en el país.

Para muchos emigrantes, Juan Domingo Perón era un “discípulo del fascismo”. De hecho, la estructura estatal de Perón, en particular el control de la prensa, se parecía mucho al sistema que Mussolini había establecido en Italia. Perón había sido agregado militar en la Italia fascista en la década de 1930 y ahí había aprendido mucho. También aparecieron acá y allá en el Tageblatt noticias sobre la llegada de submarinos alemanes, aparentemente con altos cargos nazis a bordo, aunque bien ocultas.

A pesar de todas las precauciones con la censura, el Tageblatt fue prohibido tres veces entre 1943 y 1945. Ernesto Alemann no tenía ninguna duda de quién estaba detrás: “Estaba convencido de que el gobierno militar, siguiendo las insinuaciones nazis, quería acabar con el Argentinisches Tageblatt”, escribió en sus memorias.

El Tageblatt también entró en conflicto con los peronistas en materia de política económica. Como presidente, Perón introdujo por primera vez un sistema social en Argentina, y los trabajadores, que hasta entonces apenas tenían representación política, se convirtieron en una fuerza poderosa. Empresas como la de los Alemann fueron objeto de huelgas, “y yo solía despedir a los trabajadores en huelga”, escribió Alemann más tarde. Una prohibición que duró semanas llevó a la empresa al borde de la quiebra. La caída de Perón en 1955 lo impidió.

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Isabel Perón fue la segunda esposa de Juan Domingo Perón. Tras la muerte de Perón en 1974, “Isabelita” asumió la presidencia. En ese momento era vicepresidenta de Argentina. Durante su mandato, la tasa de inflación alcanzó el 180 %. El 24 de marzo de 1976, su Gobierno fue derrocado por una junta militar. (Foto: Archivo La Nación)

El “restablecimiento del orden”

A partir de entonces, en la casa de los Alemann se aplicó la siguiente norma: quien mantuviera a raya a los peronistas era su aliado. Así ocurrió en 1976, cuando una junta militar derrocó a la viuda de Perón, Isabel, apodada “Isabelita”, y la destituyó de la presidencia. Antes se habían producido disturbios similares a una guerra civil y una parte considerable de la burguesía acogió inicialmente con satisfacción el “restablecimiento del orden”, como se dijo, según los Alemann, pero también el escritor Borges y los editores de los grandes diarios Clarín y La Nación. Solo se podía entender si se había vivido la situación anterior, me dijeron mis compañeros de redacción cuando les pregunté.

Era un negocio mutuo: los generales incorporaron a los Alemann al Gobierno como fachada civil, ya que gozaban de gran prestigio ante el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial, sobre todo Roberto, que conocía bien Estados Unidos, ya que había sido embajador en Washington en la década de 1960. Los hermanos Alemann, por su parte, veían en la dictadura militar un vehículo adecuado para imponer reformas económicas ultraliberales, al igual que había pasado en el vecino Chile bajo el régimen de Augusto Pinochet.

No había pasado mucho tiempo desde mi llegada a Argentina en 1990. El peso que tenía el apellido Alemann lo noté al cambiar plata. A mi llegada, recibí 5.000 australes por un dólar. Después, la moneda se desplomó a un ritmo vertiginoso. Los rumores de que Roberto Alemann estaba a punto de ser nombrado ministro detuvieron brevemente la caída.

Sin embargo, cuando estaba delante de la casa de cambio para cambiar dólares, llegó la noticia de que Alemann había rechazado el cargo de ministro. Se sentía demasiado grande para eso. Fue su última intervención en la política argentina, con consecuencias notables. El tipo de cambio se desplomó drásticamente en cuestión de minutos y, de repente, un dólar valía 9.000 australes. Cambié la plata y corrí al supermercado, pero fui demasiado lento. Las cajeras, con la radio pegada a la oreja, ya habían ajustado los precios.

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En el punto álgido de la hiperinflación a finales de los años 80, los consumidores podían ver cómo la moneda argentina (entonces llamada “Austral”) perdía valor, a menudo cada hora.

Peor que la inflación

Pero la hiperinflación no era lo peor. Una mañana de diciembre de 1990, me despertó el ruido de disparos en la calle. Desde la distancia, sonaba como fuegos artificiales. En la redacción, mis compañeros me esperaban con sonrisas sarcásticas. “¿Qué decís ahora? Acá te ofrecemos todo, hasta un golpe de Estado”, dijo con ironía el redactor jefe Gorlinsky, pero enseguida agregó: “No te preocupes, acá vivimos muchos golpes de Estado, este no es de verdad”. De hecho, al cabo de un día, todo había pasado.

Al final de mis prácticas, en mi certificado se reconocía mi talento para “los análisis agudos”. Así, el tiempo que pasé en el Tageblatt fue un buen entrenamiento para tareas posteriores y contribuyó de manera decisiva a que, años más tarde, me convirtiera en responsable de América Latina en la redacción de política exterior de un importante diario alemán.

Al final, el Dr. Roberto incluso me entregó un cheque del Banco Alemán Transatlántico por mis artículos. Orgulloso, lo llevé a mi banco local, donde el cajero lo cobró. Dijo que nunca había tenido uno así en sus manos. Después escribí mi tesis de máster y un libro sobre la historia del Tageblatt de 1933 a 1945, que hace tiempo que está agotado y, para mi gran sorpresa, sigue siendo prácticamente el único sobre el tema. Se encuentra en muchas bibliotecas científicas, e incluso el Museo Memorial del Holocausto de Estados Unidos, en Washington, tiene un ejemplar.

Sin embargo, me equivoqué en una predicción. En aquel entonces escribí que el Tageblatt no tendría un gran futuro, sin imaginar que 35 años después tendría la oportunidad de recordar mi etapa ahí, ¡y nada menos que en el propio Argentinisches Tageblatt!

(*) Sebastian Schoepp (1964) es periodista y escritor. En 1990/91 realizó una pasantía en el Argentinisches Tageblatt. Después trabajó durante casi 30 años para el Süddeutsche Zeitung, últimamente en la redacción de política exterior, donde era responsable de España y Latinoamérica. Desde 2021 es escritor independiente. Entre sus publicaciones en la editorial Westend-Verlag (Fráncfort) se encuentran: “Das Ende der Einsamkeit: Was die Welt von Lateinamerika lernen kann” (El fin de la soledad: lo que el mundo puede aprender de Latinoamérica); “Mehr Süden wagen: Oder wie wir Europäer wieder zueinander finden” (Atreverse a ser más sureños: o cómo los europeos podemos volver a encontrarnos); “Seht zu wie ihr zurechtkommt: Abschied von der deutschen Kriegsgeneration” (Mirad cómo se las arreglan: adiós a la generación alemana de la guerra). Acaba de publicar su nuevo libro “Seelenpfade” (Caminos del alma), sobre el senderismo en Alemania como alternativa ecológica a los viajes de larga distancia. Sebastian Schoepp vive cerca de Múnich.

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Sebastian Schoepp. (Foto: Marc Hoch)
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