sábado, 7 de junio de 2025

Olas de calor. Inundaciones, avalanchas, lluvias torrenciales y sequías: durante los últimos años, los efectos y consecuencias del cambio climático se hicieron más patentes que nunca. Inundaciones en Brasil, olas de calor extremo en la India, hambruna en África Oriental. Al mismo tiempo, Europa y el norte de África sufren una sequía histórica, los ríos se secan y muchos países declararon el estado de emergencia. Actuar se vuelve una cuestión urgente.

La crisis climática afecta tanto a los países del norte como a los del sur. ¿Cómo estamos experimentando estos cambios y cómo nos estamos adaptando? ¿Qué soluciones existen y qué medidas sensatas hay que tomar para combatir el cambio climático? Con “Bitácora de la crisis climática” queremos documentar en cuatro artículos la crisis climática y sus consecuencias en Brasil, Argentina y Alemania y dar voz a las personas que se ven afectadas personalmente por estas consecuencias.

“Bitácora de la crisis climática” es una colaboración exclusiva entre el Goethe-Institut Buenos Aires y el Argentinisches Tageblatt para analizar nuestro presente, mirando el mañana. En esta entrega: por qué el garbanzo tiene el poder para combatir el cambio climático.

Por Anna M. Goretzki (*)

Tras semanas de sequía, la primera lluvia cae con fuerza sobre los campos del sur de Brandeburgo. Llueve a cántaros. La visibilidad es escasa, los pinos apenas se distinguen y el agua se cuela rápidamente en los zapatos. Pero ni el clima impide la cosecha.

“¡Cosechar bajo la lluvia, nunca lo habíamos hecho!”, bromea Isabella Krause. Lejos de quejarse, sonríe. Coordina un proyecto ambicioso: desarrollar una cadena de valor para el cultivo de garbanzos en una de las regiones más secas de Alemania.

El proyecto se llama Kichererbsen-Ring y reúne a investigadores, agricultores, empresas alimentarias y redes locales. El objetivo: impulsar el cultivo de garbanzos en los suelos arenosos de Brandeburgo, al este del país, una región golpeada por el cambio climático.

Garbanzos, semillas en macetas
El alimento del futuro. (Foto: Elisabeth Berlinghof)

Una aliada contra la crisis climática

La cosecha de hoy no va al mercado, sino al laboratorio. Isabella Krause trabaja junto al científico ambiental Marvin Teschner, de la cooperativa agrícola de Trebbin, y a Elisabeth Berlinghof, experta en leguminosas del Centro Leibniz de Investigación del Paisaje Agrícola (ZALF).

Juntos recorren el campo. Arrancan plantas de garbanzo, cuentan cuántas crecen por metro cuadrado y analizan sus características. El resultado es alentador: el crecimiento ha sido uniforme, las vainas están llenas y el rendimiento promete.

Aunque los garbanzos no son habituales en esta zona, la sequía creciente los vuelve una opción viable. La clave está en adaptarse al nuevo clima. «Es una planta estupenda», dice Marvin Teschner mientras llena sacos blancos con las plantas. «No exige mucho al suelo, necesita poca agua y se adapta muy bien al cambio climático».

Pero los beneficios no acaban ahí. Como otras leguminosas —soja, guisantes o judías— los garbanzos pueden fijar nitrógeno del aire gracias a una simbiosis con bacterias del suelo. Esto reduce la necesidad de fertilizantes artificiales, cuyo proceso de fabricación es altamente contaminante.

¿El cultivo del futuro?

«Las legumbres son el alimento del futuro», asegura Elisabeth Berlinghof. Su valor nutricional es alto, requieren pocos recursos y ayudan a regenerar los suelos. Isabella Krause, por su parte, lo confirma con entusiasmo: «Los garbanzos dejan nitrógeno útil en el suelo. Es como un regalo para los cultivos que vienen después».

Anna Marie Goretzki, garbanzos
Una alternativa en la lucha contra el cambio climático. (Foto: Anna Marie Goretzki)

Krause recorre ferias y encuentros con agricultores que buscan alternativas viables ante el cambio climático. Su respuesta siempre es la misma: garbanzos. Cree que Brandeburgo tiene condiciones ideales para este cultivo resistente a la sequía y al calor.

El proyecto no se limita al campo. La asociación Kichererbsen-Ring busca crear conexiones entre productores, procesadores, distribuidores y centros de investigación. Todo para que los garbanzos encuentren su lugar también en los platos regionales.

Una apuesta política

Alemania se lo toma en serio. El Gobierno federal se ha propuesto que, para 2030, al menos el 10 % de las tierras agrícolas del país se destinen al cultivo de leguminosas. Para Elisabeth Berlinghof, los garbanzos tienen un papel crucial en ese objetivo.

Cambiar hábitos nunca es fácil, admite. Pero, en este caso, hay una excepción. «Pocas veces es tan fácil hacer algo bueno por el clima», concluye, «como comiendo garbanzos locales».

(*) Anna M. Goretzki es etnóloga y periodista. Escribe habitualmente sobre clima, agricultura y alimentación para medios de comunicación alemanes.

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