El 22 de junio de 1974, en Hamburgo, Jürgen Sparwasser convirtió el gol más famoso en la historia del fútbol alemán dividido. Ese derechazo, que venció al arquero Sepp Maier y selló la victoria de la República Democrática Alemana (RDA) frente a la República Federal Alemana (RFA), trascendió lo deportivo. Para el régimen comunista fue propaganda; para el Oeste, un golpe inesperado. Y para el propio Sparwasser, un peso que lo acompañó toda su vida.
Su nombre quedó inscripto en la memoria colectiva de los alemanes como sinónimo de aquel partido único. Décadas después, él mismo ironizó: “Cuando me muera, en mi lápida sólo hace falta poner: Hamburgo 1974. Todos sabrán quién está enterrado ahí”.

El contexto de un duelo político
Ese encuentro del Mundial 1974 se vivió como un duelo de sistemas. En la cancha estaban los campeones europeos de la RFA, candidatos al título en su propio país, frente a los “underdogs” de la RDA. La victoria por 1 a 0 tuvo consecuencias paradójicas: la RFA quedó segunda en el grupo y, gracias a eso, ingresó en una fase más accesible que la catapultó al título mundial. Muchos bromearon con que Sparwasser había sido, indirectamente, “el goleador que hizo campeón al rival”.
Franz Beckenbauer, el “Kaiser”, incluso sugirió en tono de homenaje: “Hay que darle a Sparwasser la medalla número 23 de campeón del mundo”.

Una carrera marcada por la camiseta del Magdeburgo
Sparwasser nació en 1948 en Halberstadt y desarrolló toda su carrera profesional en el 1. FC Magdeburg, club con el que conquistó tres campeonatos de liga y cuatro copas nacionales. Con ese equipo alcanzó la gloria continental en 1974, cuando derrotaron al Milan en la final de la Recopa de Europa, el único título internacional ganado por un club de la RDA.
En 53 partidos con la selección de Alemania Oriental, anotó 15 goles, pero fue aquel contra la RFA el que definió para siempre su legado. A nivel olímpico, ganó la medalla de bronce en Múnich 1972.
Las estadísticas respaldan su peso como delantero: 173 goles oficiales con el Magdeburgo, sólo superado por Joachim Streich.

El precio de la fama
El gol en Hamburgo convirtió a Sparwasser en héroe popular, pero también en rehén de su propia imagen. El régimen lo mostró como símbolo del socialismo triunfante. Él, sin embargo, nunca recibió los beneficios materiales que muchos creían. “Me acusaban de haber recibido una casa o un auto por ese gol. No me dieron nada de eso. Fue un mito que me persiguió toda la vida”, confesó.
A la presión pública se sumó la incomodidad de ser usado políticamente. Tras retirarse por problemas de cadera en 1979, se negó en varias ocasiones a ocupar el cargo de entrenador principal del Magdeburgo, ya que eso implicaba transformarse en representante directo del Estado.

La represión y la decisión de huir
El régimen no olvidaba. Su hija, de 19 años y embarazada, presentó un pedido de salida hacia el Oeste, lo que desató represalias. A Sparwasser lo presionaban para que aceptara puestos vinculados al aparato político. El exdelantero explicó años más tarde: “Las opciones eran Bautzen o una vida libre”, en referencia a la temida prisión de la RDA.
El momento de quiebre llegó en enero de 1988, durante un torneo de veteranos en Saarbrücken, en la entonces Alemania Occidental. Su esposa, de visita en Lüneburg, se encontraba del otro lado. La oportunidad era única.

Una fuga de película
El 9 de enero de 1988, Sparwasser dejó un breve mensaje en la recepción del hotel de Saarbrücken. Aprovechó un descuido, salió del lugar y se encontró con una conocida que lo llevó a Frankfurt. Allí lo esperaba su mujer. Relató años después: “Me latía fuerte el corazón, sabía que ya se habrían dado cuenta de mi ausencia. Pero cuando la vi aparecer, entendí que habíamos logrado lo imposible”.
El Ministerio para la Seguridad del Estado, liderado por Erich Mielke, no logró impedir la fuga. El propio Sparwasser bromeó luego: “Ese día, Mielke se quedó dormido”.
La noticia explotó en la RDA. La agencia oficial ADN habló de “traición” y acusó a “fuerzas enemigas” de haberlo “captado”. El golpe simbólico fue enorme: no se trataba de un joven futbolista en actividad, sino de una figura icónica del deporte socialista.

Una nueva vida en el Oeste
La prensa occidental lo protegió en los primeros días. El diario Bild lo alojó en un hotel de Hamburgo y difundió en exclusiva sus primeras entrevistas. Enseguida, clubes como el Eintracht Frankfurt le ofrecieron trabajo. Fue asistente técnico de Karl-Heinz Feldkamp y más tarde dirigió al SV Darmstadt 98 en la segunda división.
Su carrera como entrenador nunca alcanzó el mismo brillo que la de jugador. “El negocio del fútbol profesional en el Oeste no era lo mío”, admitió tiempo después. También presidió la Vereinigung der Vertragsfußballspieler (VdV), la asociación de futbolistas profesionales, entre 1997 y 1999.
Desde hace más de tres décadas vive en Bad Vilbel, cerca de Frankfurt, junto a su familia. Allí asegura haber encontrado la estabilidad que le negó su vida en la RDA.

El recuerdo imborrable
Sparwasser cumplió 77 años en junio. Aunque insiste en que su vida no se reduce a aquel gol, sabe que su nombre siempre estará ligado a Hamburgo 1974. Cada aniversario lo encuentra respondiendo cartas de fanáticos, recibiendo invitaciones a homenajes y, a veces, esquivando entrevistas. “Es un recuerdo que ya no quiero cargar todos los días. Fue importante, pero mi vida fue mucho más que eso”, dijo a la revista Kicker.
No obstante, mantiene el vínculo con el fútbol. Sigue de cerca la campaña del Magdeburgo, club que por primera vez logró mantenerse en la segunda división alemana. Viaja a la ciudad de su juventud y, como abonado, se sienta en la tribuna como un hincha más.

El gol que unió y dividió
La jugada del minuto 77 sigue siendo analizada medio siglo después. El centro de Erich Hamann desde la derecha parecía inofensivo, rodeado de defensores de la RFA como Berti Vogts y Horst-Dieter Höttges. Pero el balón le picó extraño en la nariz, confundió a los rivales y terminó en el arco. “Fue una situación sin chances, pero salió perfecta”, reconoció Sparwasser.
Ese tanto no sólo definió un partido, también expuso las tensiones de la Guerra Fría en 90 minutos de fútbol. Y, de algún modo, anticipó la fragilidad de un sistema político que 15 años más tarde se derrumbaría con la caída del Muro.

La otra cara de la gloria
Su figura muestra las contradicciones de una época: un ídolo celebrado por un régimen que lo asfixiaba, un deportista usado como símbolo político que eligió arriesgarlo todo para recuperar la libertad. Treinta y cinco años después de la reunificación, el nombre de Jürgen Sparwasser sigue resonando como un puente entre dos Alemanias que ya no existen. Su gol de 1974 y su fuga de 1988 son capítulos inseparables de una misma historia: la de un hombre atrapado entre la pelota y la política.

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