La Blanqueada, una quesería con sede en 9 de Julio, provincia de Buenos Aires, protagonizó este año un episodio que pocos imaginaban. La firma familiar, con tres cuartos de siglo en el rubro, logró destacarse en el World Cheese Awards, un certamen realizado en Suiza y que reúne a productores de los cinco continentes y que funciona como un termómetro reputado de la industria.
En la reunión de Berna, desarrollada del 13 al 15 de noviembre, obtuvo medalla de plata para su Sardo y medalla de bronce para su Gouda, en una competencia con más de 5.200 muestras. El reconocimiento sorprendió a parte del sector, pero no a quienes conocen el trabajo de la empresa. Su director, Polo Sarnícola, aseguró a Cadena 3 que el premio “confirmó una línea de trabajo que lleva décadas en construcción”.
Una identidad quesera que empieza a ser reconocida
La presencia argentina en el concurso no fue casual. Productores de distintas regiones se organizaron para presentar una oferta diversa y sólida. Apymel, la entidad que agrupa a las pymes lácteas, alentó a las empresas a competir. La Blanqueada decidió participar por primera vez, en medio de conversaciones entre colegas que buscaban medir la calidad local en un entorno exigente.
El resultado generó repercusión inmediata. Consultas desde el exterior, contactos inesperados y una validación que excedió los premios. Según Sarnícola, el queso argentino atraviesa un momento de desarrollo sostenido, con regiones que ya muestran matices propios y estilos definidos. La competencia internacional dejó al descubierto que el país puede dialogar de igual a igual con productores europeos.
El certamen también permitió un intercambio técnico valioso. Empresas que nunca habían participado observaron procesos ajenos, evaluaron tendencias y tomaron decisiones para ajustar maduraciones, mejorar salados o revisar microbiologías. Para La Blanqueada, ese aprendizaje se volvió tan importante como el podio.
Un origen humilde y una fábrica marcada por crisis varias
Los comienzos de la empresa remontan a 1950. El padre de Sarnícola inició la producción con vacas propias y leche recolectada en tambos vecinos. El trabajo se hacía de forma artesanal, con tarros de chapa y procesos manuales. Uno de los nombres decisivos de aquella época fue Francisco González, un joven que ingresó a los 16 años y permaneció en la quesería durante toda su vida laboral. Su nivel técnico y compromiso fueron determinantes para sostener la primera etapa del negocio.
Polo creció entre el tambo y la fábrica. Pasó años entre rutinas escolares y jornadas en las cámaras de maduración. Estudió Economía Agropecuaria, completó un MBA y, a mediados de los 90, regresó a 9 de Julio para hacerse cargo de la actividad. El contexto no era alentador. Hubo períodos con inundaciones que paralizaron caminos, conflictos laborales, falta de maquinaria y un punto en el que la empresa quedó cerca de cerrar.
La familia entendió que no tenía margen para seguir igual. La decisión fue tajante: reconstruir. No se trataba de una ampliación. Era empezar de nuevo. Con el tiempo, levantaron una planta moderna dentro del mismo predio, incorporaron tecnología que la empresa no tenía, ajustaron protocolos de calidad y armaron un equipo estable con formación técnica. Ese núcleo humano se convirtió en el recurso más valioso del proyecto.
Expansión, mercados y un crecimiento que necesita estructura
La Blanqueada procesa hoy 33.000 litros de leche diarios y produce cerca de 5.000 kilos de queso por día. Una parte de la materia prima proviene del tambo propio. El resto llega desde productores de la cuenca, que aportan volumen y regularidad. El sector tambero, explica Sarnícola, modernizó sus prácticas y mejoró estándares que antes no eran habituales. La busca de calidad dejó de ser un diferencial y pasó a ser una condición.
La empresa cuenta con más de 70 empleados entre el tambo y la fábrica. Sus quesos circulan en Buenos Aires, en ciudades del interior y en destinos turísticos del sur del país. La marca encontró un lugar en segmentos gourmet y en gastronomía especializada, aunque su proyección tiene límites concretos. Hoy, si aparece un mercado grande en el exterior, la capacidad de producción no alcanza para responder. Para Sarnícola, ese dato ordena la estrategia: expandirse, pero a un ritmo que no comprometa calidad ni liquidez.
La compañía evalúa ampliaciones, pero no prioriza la velocidad. Prefiere reforzar mecanismos internos antes de dar saltos comerciales. Esa filosofía forma parte de su identidad: avanzar, pero solo cuando el proceso está bajo control.
Un país complejo y un optimismo que no se negocia
Sarnícola reconoce los obstáculos del entorno argentino: carga impositiva, burocracia, negociaciones gremiales, costos logísticos. Pero su visión no se reduce a ese inventario. Para él, el país ofrece condiciones únicas para emprender, siempre que exista disciplina y capacidad de adaptación. “Me gusta vivir acá y trabajar acá. Se puede avanzar”, afirmó en su diálogo con la emisora.
Su postura puede sorprender en un sector acostumbrado a dificultades, pero él lo explica desde la experiencia. La Blanqueada superó crisis que parecían definitivas. Reconstruyó su estructura desde cero. Formó un equipo robusto. Y ahora compite y gana en escenarios internacionales sin perder la identidad de su región.
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