domingo, 19 de octubre de 2025

Antes de convertirse en el entrenador de fútbol que llevó a la Selección Argentina Sub 20 a la final del Mundial de Chile, Diego Placente atravesó experiencias tan extremas como inesperadas. Fue campeón juvenil, jugó un Mundial con la Mayor y conoció el éxito en Europa. Pero también vivió una etapa de encierro en una cárcel alemana, acusado de evasión fiscal, y un episodio curioso en River Plate que mezcló fútbol, rock y picardía. Su historia refleja la de un futbolista apasionado, con un perfil humano fuera del molde.

Formado en las divisiones inferiores de Argentinos Juniors, Placente debutó en Primera y pronto fue transferido a River Plate. En el club de Núñez se consolidó como lateral izquierdo y fue parte de una generación brillante. Con Marcelo Bielsa y José Pekerman integró selecciones nacionales que marcaron época. Fue campeón mundial Sub 20 en Malasia 1997 y representó a la Argentina en el Mundial de Corea-Japón 2002. También participó de la Copa América 2004 y de la Copa Confederaciones 2005.

Tras cuatro temporadas en River, dio el salto a Europa. Firmó contrato por cinco años con el Bayer Leverkusen, equipo con el que alcanzó notoriedad en la Bundesliga. Luego pasó por el Celta de Vigo, el Burdeos de Francia, San Lorenzo y Nacional de Montevideo, hasta cerrar su carrera en Argentinos Juniors. Su trayectoria profesional fue sólida, marcada por regularidad y disciplina.

Sin embargo, una década después, su vida dio un giro. Viajó a Alemania para participar de un partido de homenaje organizado por el Leverkusen y terminó detenido. El motivo: una presunta deuda fiscal pendiente desde su etapa como jugador. Lo que debía ser un reencuentro afectivo se transformó en una experiencia límite que lo marcaría para siempre.

El día que Diego Placente fue detenido

Tenía 36 años cuando llegó al aeropuerto de Fráncfort en 2013. Iba a participar de un evento con exjugadores. Al pasar el control migratorio, la policía lo detuvo. Sobre él pesaba una orden de captura emitida por la Fiscalía alemana, que lo acusaba de no declarar EUR 2.700.000 correspondientes a su transferencia de River al Leverkusen.

diego placente
El encierro en Alemania dejó a Placente una enseñanza que hoy transmite como entrenador.

“Fueron 28 días detenido”, contó tiempo después. Lo trasladaron a una cárcel común y lo obligaron a vestir el overol naranja. “Pensaba que las cárceles europeas eran distintas, pero igual fue duro. Me revisaban cada noche y me despertaban para ver si estaba bien”, recordó. Dormía solo en una celda, sin televisión ni radio, y empezó a escribir un diario para sobrellevar la rutina.

La acusación sostenía que debía dinero al fisco. Placente explicó que el tema era contable y que los impuestos habían sido pagados en Argentina. Debió permanecer casi un mes privado de su libertad mientras su abogado presentaba las pruebas.

En la prisión de Colonia, donde era conocido por su paso en el Leverkusen, los guardias y presos lo trataron con respeto. Jugó al fútbol con otros internos y hasta integró la “selección de la cárcel”. Le ofrecieron la camiseta número 3, pero pidió jugar de enganche. “Uno se adapta a todo”, contó con humor. Finalmente, logró demostrar que había cumplido con sus obligaciones fiscales. Quedó libre después de pagar una multa de EUR 90.000.

diego placente
Placente convirtió un mes tras las rejas en una anécdota de resistencia y humor.

Placente no guardó rencor. Agradeció el apoyo de su familia, de excompañeros y de Rudi Völler, entonces dirigente del Leverkusen. “Fue un período muy difícil sin mi mujer ni mis hijos, pero todos me trataron bien”, resumió al salir. A pesar de la experiencia traumática, expresó su deseo de volver algún día a Alemania, país que marcó su carrera deportiva.

El fútbol, el rock y la rebeldía

El costado más feliz de Placente aparece en sus recuerdos de River. Durante el torneo Clausura 2000, vivió una anécdota que mezcla estrategia y pasión musical. En la previa de un Superclásico contra Boca, sabía que estaba al límite de amarillas. En la fecha anterior, frente a Vélez, se hizo amonestar adrede. Quería “limpiarse” para poder jugar el clásico… y asistir al recital de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota en el estadio Monumental.

“Si no me amonestaban ese fin de semana, me perdía el show. Le pedí la amarilla al árbitro y no me la sacaba. En un lateral la demoré y ahí me la dio. Pude ir al recital y jugar el Boca-River después. Maté dos pájaros de un tiro”, recordó entre risas.

El exfutbolista fue fanático del rock nacional desde joven. Admirador del Indio Solari, confesó que en su etapa como entrenador intentó contactarlo a través de Juan Román Riquelme. “Me hubiera gustado ser músico. Me gusta la vida del artista, esa mezcla de pasión y libertad”, dijo alguna vez.

Del encierro a la Selección Sub 20

Hoy, con 48 años, Placente dirige al seleccionado argentino Sub 20 y volvió a ocupar un lugar central en el fútbol nacional. Con un estilo sereno y metódico, condujo al equipo a la final del Mundial de Chile, donde enfrentará a Marruecos. Su pasado de jugador lo ayuda a conectar con los jóvenes, y su experiencia en Europa le dio una visión más completa del juego.

Los que lo conocen destacan su carácter firme y su sensibilidad. Aquellos 28 días en prisión, la soledad y el contacto con personas que nada tenían que ver con el fútbol, lo transformaron. En lugar de resentimiento, sacó una enseñanza: “De todo se aprende. Hasta de lo que más duele”, suele repetir.

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En la cárcel alemana, Placente volvió a encontrar refugio en una pelota y un cuaderno.

Su vida parece guiada por una constante: la búsqueda de sentido más allá del resultado. Desde sus primeros pasos en Argentinos Juniors hasta la conducción técnica en la Sub 20, Placente representa la historia de un futbolista que sobrevivió a la presión, al éxito y a los golpes de la vida.

En su libro personal, los capítulos no siempre hablan de títulos o de goles, sino de humanidad. El mismo que un día se hizo amonestar para ver a Los Redondos y otro pasó un mes tras las rejas en Alemania, hoy enseña a una nueva generación lo que aprendió fuera de la cancha: que el fútbol, como la vida, exige adaptarse, resistir y volver a empezar.

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