Buenos Aires (AT) – Fundada en 1930 en Fürth por Max Grundig, la marca homónima comenzó con un pequeño taller de reparaciones de radios. Durante la posguerra, Grundig supo capitalizar la creciente demanda de radio receptores y lanzó el “Heinzelmann”, un kit de construcción que le permitió sortear las prohibiciones de las fuerzas aliadas sobre la fabricación de radios. Con este producto, la empresa ganó popularidad y una sólida base para su expansión.
En los años 50 y 60, Grundig creció exponencialmente. El “Heinzelmann” fue solo el comienzo de una línea de productos que incluía televisores, grabadoras de cinta y radios portátiles. Para mediados de los 60, Grundig era el mayor fabricante de radios y televisores de Europa, con una participación de mercado dominante y un prestigio difícil de igualar. “La marca Grundig se convirtió en un símbolo de la reconstrucción alemana y el poder de la ingeniería del país,” afirmó Dirk Steinke, experto en historia de la tecnología.
La competencia asiática y el error en la apuesta por el Video 2000
Sin embargo, a finales de los años 70, comenzaron a aparecer las primeras señales de problemas. Empresas japonesas, como Sony y Panasonic, introdujeron dispositivos electrónicos más económicos y eficientes, ganando terreno en el mercado de consumo. Grundig, acostumbrado al dominio europeo, subestimó la competencia y, en un intento de mantener su independencia tecnológica, decidió apostar por su propio formato de videocassette, el Video 2000, en lugar del sistema VHS, que finalmente dominaría el mercado global.
La insistencia de Grundig en este formato propio se convirtió en un lastre financiero. Para 1982, la compañía comenzó a experimentar pérdidas, una situación sin precedentes en su historia. Grundig había perdido su “olfato” para los cambios de mercado, y la visión de Max Grundig, el fundador, ya no era suficiente para enfrentar la marea tecnológica. Según Steinke, este fue “un punto de inflexión en la historia de Grundig. La empresa no supo adaptarse a los estándares globales y quedó rezagada”.
La venta a Philips y la pérdida de identidad
En 1984, Max Grundig, ya debilitado y sin opciones, vendió la empresa al gigante holandés Philips. Aunque Philips intentó revitalizar la marca, no logró devolverle el protagonismo de los años anteriores. A medida que la producción de dispositivos electrónicos se trasladaba a Asia para reducir costos, la capacidad de competir de Grundig seguía disminuyendo.
Para 2003, después de varios intentos fallidos de reestructuración y ante la acumulación de pérdidas millonarias, Grundig se declaró en bancarrota. El cambio de milenio y el auge de la tecnología digital encontraron a la empresa sin rumbo. En sus últimos años, Grundig pasó por varios cambios de propietarios hasta ser adquirida finalmente por la turca Koç Holding, que mantuvo el nombre pero trasladó la producción a Asia. Hoy, los productos Grundig se producen bajo la marca Beko en Turquía, pero la esencia alemana se ha perdido.
La Grundig moderna: un nombre sin la esencia de antaño
A pesar de seguir comercializando productos electrónicos bajo la marca Grundig, el enfoque actual es completamente diferente al de sus días de gloria. Ahora, la mayoría de sus dispositivos, como televisores, radios y pequeños electrodomésticos, están orientados al mercado de consumo masivo y compiten principalmente en precio, en lugar de innovar como en sus primeros años. Hoy en día, Grundig forma parte de un conglomerado y su enfoque se alinea con la estrategia de productos de bajo costo de Beko.
Markus Klug, analista de mercado en el sector de la tecnología de consumo, explica que “lo que vemos hoy bajo el nombre Grundig no tiene conexión real con la filosofía de la empresa original. Es una marca reaprovechada para satisfacer la demanda de productos de consumo asequibles en Europa y Asia”. Según Klug, este cambio de estrategia explica la desconexión de los actuales productos Grundig con su identidad histórica como marca alemana de alta tecnología.
Grundig y el legado perdido de la innovación tecnológica alemana
La historia de Grundig es un recordatorio de los cambios vertiginosos en el mercado de la tecnología de consumo y de cómo la falta de adaptación a estándares y preferencias globales puede llevar al declive de una empresa. Durante décadas, Grundig fue sinónimo de innovación y calidad en Europa; su caída marca el fin de una era en la que Alemania dominaba el sector de la electrónica de consumo.
Para muchos consumidores, la marca sigue evocando nostalgia y un tiempo en el que los productos electrónicos alemanes eran referentes de calidad. Hoy, sin embargo, esa imagen es solo un recuerdo. Como explica Steinke, “la marca Grundig es un emblema de una época pasada; lo que queda es una marca sin conexión con sus raíces ni con la identidad de sus años dorados”.
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