Ochenta años después del final de la Segunda Guerra Mundial, Alemania todavía no logra desprenderse del legado más peligroso de aquel conflicto: los explosivos enterrados. Miles de bombas, granadas y municiones siguen apareciendo cada año durante obras o excavaciones en distintas regiones del país.
En Baviera, por ejemplo, se desactivaron en 2024 unas 87 toneladas de armas y municiones de la época previa a 1945, según datos del Ministerio del Interior bávaro. El año anterior habían sido 126 toneladas. El Estado alemán, a través de empresas especializadas, asumió el costo de la destrucción final de los artefactos, un gasto que superó los EUR 2 millones (US$ 2,3 millones), frente a EUR 1,3 millones (US$ 1,5 millones) en 2023.

Cuando las obras despiertan bombas
El hallazgo de explosivos suele producirse durante trabajos de construcción o ampliación de infraestructura. “Cada vez que se edifica sobre terrenos que fueron escenarios de combate o bombardeos, las probabilidades de encontrar munición aumentan”, explicó Markus Fricke, director de la Sprengschule Dresden, una de las pocas instituciones del país autorizadas a formar técnicos en eliminación de artefactos.
El procedimiento implica costos elevados para los propietarios de los terrenos donde se realizan los hallazgos. El desenterramiento y traslado inicial corren por cuenta de empresas privadas y los dueños deben afrontar gastos que van desde EUR 2.000 (US$ 2.320) hasta más de EUR 100.000 (US$ 116.440), dependiendo del tamaño del hallazgo. En Baviera funcionan actualmente más de 20 firmas privadas dedicadas a esta actividad.

Un oficio peligroso y necesario
Artur Geringer, un técnico en formación de 43 años oriundo del distrito de Aichach-Friedberg, trabaja con proyectiles rusos del período bélico. “Esa granada debe ser destruida”, dice con naturalidad mientras sostiene una pieza real en un campo de pruebas en Sajonia. Su capacitación, financiada por la empresa para la que trabaja, cuesta alrededor de EUR 20.000 (US$ 23.288).
“No es un trabajo para cualquiera, pero aprendemos exactamente cuáles son los riesgos de cada arma y cómo actuar para desactivarlas sin peligro”, explica Geringer. Ese día logró detonar con éxito una granada sin causar daños colaterales. La formación en este tipo de tareas sigue siendo esencial: “Ochenta años después, la necesidad de profesionales en la eliminación de explosivos no ha disminuido”, subraya Fricke.

Cifras que alarman: el caso Renania del Norte-Westfalia
La situación no es exclusiva del sur alemán. En el estado federado de Renania del Norte-Westfalia (NRW), los equipos de desactivación encontraron y neutralizaron en 2024 1.606 bombas, un incremento del 40% respecto al año anterior.
El ministro del Interior de NRW, Herbert Reul, reconoció que “todavía hoy grandes peligros yacen bajo nuestros suelos”. Y añadió:
“Cada bomba que encontramos y neutralizamos es un servicio a nuestros hijos, nietos y bisnietos. Esta tarea debe continuar con intensidad, porque el día en que ya no se necesite está aún muy lejos”.
El aumento de los hallazgos se explica, en parte, por la expansión de obras públicas y privadas. En 2024, los servicios de desactivación participaron en más de 35.500 intervenciones, frente a 32.162 el año anterior. El gobierno regional destinó EUR 20 millones (US$ 23,3 millones) a estas tareas, de los cuales el gobierno federal reembolsó apenas una fracción.

El legado invisible
Los especialistas coinciden en que los explosivos que permanecen bajo tierra son una herencia silenciosa, pero letal, del siglo XX. “Es una carrera contra el tiempo y la corrosión”, advierten los técnicos. Las bombas con espoletas químicas o mecánicas, envejecidas por décadas de humedad, se vuelven cada vez más inestables. Mientras Alemania avanza en nuevas infraestructuras y en su transformación energética, la amenaza latente de su pasado bélico recuerda que la paz, al menos bajo tierra, aún no está completamente asegurada.




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