Alemania introdujo en enero de 2011 el combustible E10 en sus estaciones de servicio con el objetivo de reducir las emisiones del transporte y avanzar hacia una matriz energética más sustentable. Quince años después, el balance mostró una adopción parcial, marcada por la desconfianza de los automovilistas, críticas ambientales persistentes y un debate que, lejos de cerrarse, volvió a ganar intensidad.
El E10 es una nafta que contiene hasta un 10% de bioetanol, un alcohol producido a partir de cultivos vegetales. La lógica detrás de su incorporación fue climática: al provenir de plantas, el CO₂ que se libera en su combustión es, en teoría, el mismo que el cultivo absorbió durante su crecimiento. Sin embargo, esa ecuación simplificada nunca terminó de convencer a todos los actores involucrados.

Un arranque accidentado y lleno de dudas
Cuando el E10 llegó a los surtidores, la reacción inicial fue de rechazo. Aunque su precio era más bajo que el de la nafta tradicional, muchos conductores temieron por la compatibilidad de sus vehículos. Circularon advertencias sobre posibles daños en plásticos, metales livianos y componentes del motor, además de un eventual aumento del consumo.
A los pocos meses, la Deutsche Automobil Treuhand (DAT), respaldada entre otros por la asociación automotriz Verband der Automobilindustrie, difundió un estudio según el cual cerca del 90% de los vehículos a nafta eran aptos para usar E10. Incluso se publicó una lista detallada por modelo. Aun así, la información no logró disipar el escepticismo.

Críticas políticas y fallas de comunicación
Las objeciones no llegaron solo desde los consumidores. El entonces ministro de Economía, Rainer Brüderle, sostuvo que la industria petrolera y los fabricantes de autos no habían informado de manera adecuada. Desde el ADAC y el sector agropecuario se escucharon reproches similares.
Más duro fue Herbert Reul, por entonces eurodiputado y referente energético de la CDU, quien calificó la introducción del E10 como “idiota” y pidió que desapareciera de las estaciones. El combustible, sin embargo, llegó para quedarse.

¿Solución climática o falso remedio?
Las críticas ambientales tampoco se diluyeron con el tiempo. Organizaciones como Greenpeace cuestionaron el uso de tierras agrícolas para producir combustible en lugar de alimentos. “La comida va al plato, no al tanque”, fue y sigue siendo uno de los lemas más repetidos.
Desde el Bundesverband Bioethanol, la mirada es opuesta. Según esa entidad, el bioetanol permite ahorrar actualmente alrededor de 3,5 millones de toneladas de CO₂ por año en Alemania. Sin ese aporte, advirtieron, el balance climático del transporte sería “considerablemente peor”.

Seguro, más barato y aun así poco elegido
Con el paso de los años, los argumentos técnicos perdieron peso. La DAT asegura que todos los vehículos vendidos en Alemania desde 2012 son compatibles con E10. Para Daniel Kaddik, titular de la asociación de estaciones de servicio independientes, el combustible es “técnicamente seguro, ampliamente compatible y prácticamente omnipresente”.
A pesar de eso, la demanda sigue siendo moderada. Aunque cuesta en promedio seis centavos menos por litro que el Super E5, el E10 representa apenas cerca del 30% del mercado de naftas, si bien con una tendencia reciente al alza. Para el ADAC, ese nivel de adopción resulta decepcionante frente a su potencial.

¿El principio del fin del E5?
El debate sumó un nuevo capítulo con la propuesta de eliminar la obligación legal de ofrecer Super E5 en todas las estaciones, como ya ocurrió en Austria. El ADAC y la industria petrolera coinciden en que liberar espacio en los surtidores permitiría introducir combustibles con menor huella de carbono.
El director de la asociación en2x, Christian Küchen, sostuvo que dejar atrás la “nafta protegida” E5 facilitaría la llegada de alternativas como el diésel HVO o gasolinas con menor intensidad de CO₂. A 15 años de su lanzamiento, el E10 sigue siendo menos una historia de éxito que un reflejo de las tensiones entre clima, mercado y confianza del consumidor.




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