Buenos Aires (AT) – La historia de un adolescente austríaco con raíces turcas reabre un debate urgente en Europa: cómo prevenir la radicalización islamista en menores a través de las redes sociales. El caso estremece por la edad del acusado y por el nivel de violencia que llegó a concebir como “normal”.

Un chico, un cuchillo y una idea mortal
Tenía apenas 15 años cuando decidió planear un atentado en nombre del Estado Islámico (EI) en Viena. El joven, oriundo de Austria y con ascendencia turca, fue arrestado a principios de este año por la policía austríaca antes de que pudiera llevar a cabo el ataque, que según sus propios dibujos, iba a ocurrir en la zona del Westbahnhof, una de las estaciones más transitadas de la ciudad. El tribunal lo condenó recientemente a dos años de prisión, de los cuales dieciséis meses fueron suspendidos condicionalmente.

Un caso modelo de radicalización digital
El proceso judicial mostró con crudeza el mecanismo de radicalización de adolescentes a través de plataformas como TikTok. A los 13 años, el joven empezó a consumir contenidos religiosos cada vez más extremos. Influencers de Alemania hablaban en sus transmisiones sobre la “obligación de combatir la incredulidad”. Tras el ataque de Hamas a Israel en octubre de 2023 y el inicio de la guerra en Gaza, el algoritmo lo llevó a recibir contenidos cada vez más violentos.
El chico, que hasta entonces había practicado la religión musulmana de forma poco estricta, comenzó a adoptar una lectura cada vez más radical del islam. Según su propio testimonio, empezó a creer que “si alguien insulta la religión, es legítimo matarlo”. El fiscal del caso lo describió como un ejemplo preocupante del “nuevo terrorismo casero y autodidacta” que se expande entre menores en Europa.

Acoso escolar y adoctrinamiento virtual
En paralelo a su radicalización digital, el joven era víctima de acoso escolar. Contó que lo encerraban en el baño para que faltara a clases y que se burlaban de él mientras rezaba. Incluso fue fotografiado y ridiculizado frente a sus compañeros. “Una profesora me dijo que no estamos en Arabia Saudita”, relató ante el tribunal. Como respuesta, empezó a mostrar videos de decapitaciones en el aula y llegó a presentarse en la escuela con un cuchillo.
Durante ese tiempo, fue contactado por personas que se presentaban como miembros del EI. Le dijeron que vivía en la misma ciudad que K. F., el autor del atentado de Viena en noviembre de 2020, en el que murieron cuatro personas. El adolescente comenzó a imitarlo, copió su juramento al grupo y grabó un video repitiéndolo palabra por palabra. “Sin juramento de lealtad, tenés un final malo, no uno bueno”, le escribió uno de sus interlocutores.

Preparativos concretos
Guiado por otro reclutador, el joven comenzó a reunir materiales para fabricar una bomba casera. Compró algunos de los componentes en un local de ferretería. También se proveyó de varios cuchillos, una machete y trató sin éxito de conseguir una pistola. Incluso confesó haber contemplado la idea de atacar a un policía en una comisaría cercana a su casa. “Cuando salía, llevaba un cuchillo encima”, afirmó.
Dibujó un croquis del atentado que pensaba cometer en el Westbahnhof. Sin embargo, no llegó a ejecutarlo. “Al dibujarlo era como un juego”, explicó con voz baja ante el tribunal. La defensora Anna Mair admitió: “Fue bueno que lo detuvieran a tiempo y que, por suerte, fue demasiado cobarde”.

Veredicto y futuro incierto
El joven fue condenado por pertenencia a una organización terrorista y por planear un atentado. El juez dispuso que reciba asistencia intensiva durante su libertad condicional. En tres meses, tras descontar la prisión preventiva, quedará libre. El magistrado remató con una frase que resuena más como advertencia social que como consejo personal: “Cuando uno está cansado, tiene menos tiempo para hacer pavadas”.




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