La historia de Borgward comenzó en 1925 en Bremen, Alemania, y terminó en bancarrota apenas tres décadas más tarde, en 1961. La marca fundada por Carl Friedrich Wilhelm Borgward fue sinónimo de innovación, diseño y audacia empresarial. Llegó a emplear a 23.000 personas y a producir algunos de los autos más emblemáticos de la posguerra europea, como el Borgward Isabella, verdadero ícono de la “Wirtschaftswunderzeit”, la era del milagro económico alemán.
Pero detrás del fulgor de sus modelos deportivos y de lujo, se escondía una gestión financiera frágil y personalista, que terminó arrastrando a la compañía a un colapso resonante.
Lo que pocos recuerdan es que la historia de Borgward no se limitó a Alemania. En la Argentina, la marca quedó ligada para siempre al Rastrojero, esa camioneta utilitaria creada por el Estado que se transformó en símbolo del trabajo argentino.
Este texto busca recuperar la doble historia: la de un empresario visionario que supo adelantarse a su tiempo en Alemania y la de una filial argentina que resistió incluso cuando la casa matriz había desaparecido.
De un triciclo a un imperio automotor
Carl Borgward fue un hombre obsesionado con los autos desde su infancia. En 1925 patentó su primera creación: el Blitzkarren, un triciclo motorizado pensado como transporte ligero de carga. Simple, barato y resistente, se convirtió en un éxito inmediato, utilizado incluso por la Reichspost para repartir cartas y paquetes en Bremen.
Pronto llegaron otros modelos, como el Goliath Rapid, con mayor capacidad de carga. A fines de la década de 1920, uno de cada cuatro vehículos utilitarios en Alemania llevaba la marca Borgward o Goliath.
La expansión fue rápida. En 1938, Borgward inauguró una planta en Bremen-Sebaldsbrück y comenzó a producir automóviles bajo su nombre. Durante la guerra, sin embargo, la fábrica se dedicó a fabricar vehículos militares, utilizando mano de obra forzada, incluidos prisioneros de campos de concentración, un capítulo oscuro en la historia de la compañía.
El “Leukoplastbomber” y la Isabella
Tras pasar por un proceso de desnazificación en el que fue catalogado como “Mitläufer” (seguidor sin peso político), Borgward recuperó el control de su empresa en 1948. Desde entonces, su genio innovador quedó en evidencia.
En 1949 presentó el Lloyd LP 300, un auto económico con carrocería de materiales sintéticos que rápidamente fue bautizado por la gente como “Leukoplastbomber” (el bombardero de curitas) debido a la fragilidad de su carrocería reparada con cinta adhesiva. Fue un éxito inmediato en el segmento más popular y rivalizó con el Volkswagen Escarabajo.
Pero el modelo más recordado fue el Borgward Isabella, lanzado en 1954. Con su diseño elegante, prestaciones modernas y versiones deportivas como el coupé Isabella TS, se convirtió en un sueño aspiracional para la clase media europea. En plena década del 50, Borgward llegó a ser el cuarto fabricante alemán, solo detrás de Volkswagen, Opel y Mercedes-Benz.
Innovación sin control
A pesar de los éxitos, la empresa acumulaba problemas financieros. Borgward invertía sin cesar en nuevos modelos, prototipos y hasta proyectos tan disímiles como helicópteros militares. No sabía de límites: “Cinco minutos antes de ganar dinero, ya lo estoy gastando”, confesó alguna vez.
La diversidad de modelos resultaba insostenible. En lugar de concentrarse en unas pocas líneas rentables, la compañía ofrecía una gama excesivamente amplia, lo que generaba altos costos de desarrollo y poca rentabilidad.
El apodo que circulaba en Bremen era lapidario: “Borgen und warten” (“Pedir prestado y esperar”).
En 1961, con una deuda de 200 millones de marcos, el Senado de Bremen decidió cortar el salvavidas financiero y la compañía quebró. El 11 de septiembre de ese año se declaró la bancarrota definitiva, dejando en la calle a 23.000 trabajadores. Carl Borgward murió dos años después, en 1963, de un ataque cardíaco, convertido en símbolo trágico del empresario innovador pero imprudente.
La resurrección frustrada
Tras la quiebra, los activos fueron vendidos a inversores mexicanos que fabricaron hasta 1970 el Borgward P100. Décadas más tarde, el nieto de Carl Borgward intentó revivir la marca en China, produciendo SUV bajo capitales asiáticos. El intento terminó en 2022 con una nueva quiebra.
Pero en la Argentina, la marca Borgward había encontrado un destino inesperado y mucho más duradero.
El desembarco en la Argentina: motores para el Rastrojero
La historia argentina de Borgward está íntimamente ligada al Rastrojero, la camioneta utilitaria que el Estado argentino comenzó a producir en 1953 a través de IAME (Industrias Aeronáuticas y Mecánicas del Estado).
Los primeros Rastrojeros salieron con motores nafteros Willys, reciclados de tractores importados. Pero pronto esos motores se agotaron y fue necesario buscar alternativas diésel.
Se convocaron a varias empresas: Fiat de Italia, Jenbach de Austria, Perkins de Inglaterra y Borgward de Alemania. Los motores alemanes, de cuatro cilindros y 42 HP, se impusieron.
Así nació un acuerdo para que Borgward proveyera 20.000 motores diésel y estableciera una planta en la Argentina.
Borgward Argentina en Isidro Casanova
El 4 de marzo de 1954 se constituyó formalmente Borgward Argentina S.A., con una planta de 16 hectáreas en Isidro Casanova, en el partido de La Matanza, provincia de Buenos Aires. La empresa comenzó importando motores desde Alemania, pero a partir del séptimo millar debía fabricarlos localmente.
El capital inicial fue de dos millones de pesos, aportado mitad por la casa matriz y mitad por inversores argentinos encabezados por Rodolfo Freude, influyente empresario con lazos políticos.
Entre 1958 y 1959 se inició la producción nacional del motor Borgward D4M, que impulsaría a miles de Rastrojeros Diesel (RD).
Del Rastrojero al Isabella criollo
Con el cambio político tras 1955 y la apertura de importaciones, Borgward Argentina comenzó a traer automóviles terminados, entre ellos el célebre Isabella. Incluso algunos fueron preparados para competición, logrando destacadas actuaciones en los autódromos locales.
En 1958 se amplió el acuerdo: además de motores, la planta debía producir autos Borgward Isabella y el camión B-611. Para ello se creó una nueva empresa mixta, Dinborg Industrias Argentinas Automotrices, en asociación con DINFIA, la ex IAME.
Los planes de producción eran ambiciosos: 500 unidades en 1960, 2.000 en 1961 y hasta 4.000 en 1964. Pero la quiebra en Alemania en 1961 frustró todo.
Una filial huérfana que sobrevivió
Mientras en Bremen el gigante caía, en la Argentina Borgward se transformó en una rara avis: la única filial en el mundo que conservó la marca pese a la quiebra de la matriz.
A partir de entonces, buscó licencias de otras empresas para seguir fabricando motores. Produjo el D301 E1, bajo licencia de Hanomag, y más tarde firmó acuerdos con Peugeot para fabricar el motor Indenor XD-4.88, que equipó al Peugeot 404 Diesel y a los nuevos Rastrojeros.
Incluso llegó a exportar motores a Francia en 1972, un hecho inédito para una planta periférica.
De Peugeot al último intento con VM
En los años 70, Borgward Argentina diversificó su producción. Fabricó motores Indenor para Peugeot, Dodge y Chevrolet, además de cajas de cambios bajo licencia ZF y autopartes para IME.
En 1980, sin embargo, llegó el golpe más duro: el cierre de IME y del Rastrojero, su principal cliente. La empresa intentó sobrevivir con motores bajo licencia de la italiana VM Motori, utilizados en Ford F-100 y Ranchero. Pero la hiperinflación de los 80 y la caída de la industria local la dejaron sin aire.
Según distintas fuentes, Borgward Argentina sobrevivió hasta fines de los años 90, pero ya muy lejos de su esplendor original.
El legado de Borgward en la Argentina
La marca Borgward quedó asociada para siempre a dos recuerdos. En Alemania, al sueño truncado de Carl Borgward y a la elegancia de la Isabella. En la Argentina, a los motores diésel que dieron vida al Rastrojero, símbolo del trabajo en el campo y en la ciudad.
El contraste es brutal: en Bremen, el nombre Borgward fue sinónimo de caída estrepitosa; en Buenos Aires y Córdoba, representó continuidad y adaptación.
Dos historias, un mismo destino
La historia de Borgward refleja la tensión entre innovación y gestión. En Alemania, la audacia de Carl Borgward lo llevó a ser pionero en tecnologías como el diésel, la suspensión neumática y las carrocerías pontón, pero también lo condujo a la quiebra.
En la Argentina, la marca encontró un espacio inesperado: se integró a la estrategia estatal de sustitución de importaciones y sobrevivió como proveedora clave de la industria local, incluso cuando su matriz ya no existía.
Hoy, Borgward es un nombre que apenas resuena en círculos de coleccionistas y amantes de la historia automotriz. Pero detrás de ese olvido se esconde un relato fascinante que une a Bremen con Isidro Casanova, al Isabella con el Rastrojero, y que habla tanto de la historia alemana como de la argentina.
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