El 9 de noviembre de 1989 marcó un antes y un después en la historia contemporánea. La caída del Muro de Berlín simbolizó la liberación de millones de personas y el fin de una etapa de tensión política que había dividido al mundo. Ese día, el empresario periodístico Jorge Fontevecchia observó la noticia por televisión y tuvo una idea que años después se transformó en un hecho histórico: traer un fragmento del Muro a la Argentina para exhibirlo al público.

La iniciativa buscaba resaltar la importancia de la libertad de expresión y acercar a los argentinos un símbolo tangible de la Guerra Fría. Fuente de inspiración y testimonio, ese pedazo de historia recorrió miles de kilómetros antes de convertirse en un objeto de reflexión y enseñanza.

Un pedazo de Berlín en Buenos Aires

Fontevecchia contactó al embajador de Alemania Oriental para consultar la posibilidad de obtener un tramo del Muro. Una semana después, recibió la respuesta: podían venderle 20 metros de la sección ubicada en la Plaza de Potsdam. Esa parte del Muro, intervenida por artistas callejeros, se convirtió en un símbolo del arte y la resistencia. El único requisito fue una donación de EUR 10.000 destinada a la construcción de una escuela en Alemania, compromiso que la Editorial Perfil cumplió.

muro berlin
Jorge Fontevecchia y Dieter Lamlé, el embajador alemán en Argentina, junto al fragmento del Muro de Berlín.

El traslado del Muro no fue sencillo. Se requirieron 500 días y más de 100 personas para mover los bloques de concreto desde Berlín hasta Buenos Aires. El recorrido incluyó el cruce del Atlántico en barco y la logística para conservar la integridad de cada sección. Al llegar a la Argentina, Fontevecchia decidió destruir parcialmente el tramo: pequeños trozos de concreto se distribuyeron entre los lectores de la Revista Noticias, cada uno con certificado de autenticidad.

El resto del Muro se instaló primero en la antigua sede de la editorial en Chacabuco 271 y luego se trasladó al nuevo edificio en California 2715, en Barracas. Allí permanece como un testimonio histórico y educativo, que pueden ser visitado por el público y los empleados.

Junto con los bloques, el Gobierno alemán envió un regalo inesperado: un Trabant 600 Sedán, el automóvil más conocido de la Alemania Oriental. Sencillo y económico, su carrocería estaba hecha de duraplast, un plástico reforzado con fibras naturales y restos de algodón. Tenía capacidad para cuatro pasajeros y motor de dos tiempos. Se fabricó entre 1960 y 1991, y su entrega podía demorar hasta 10 años. La unidad argentina estuvo guardada casi 20 años antes de ser restaurada y exhibida en el comedor de empleados de la editorial, con un cartel que lo recuerda como “símbolo del comunismo”.

Breve historia del Muro de Berlín

Tras la Segunda Guerra Mundial, Alemania quedó dividida en cuatro sectores bajo control de Estados Unidos, Reino Unido, Francia y la Unión Soviética. Berlín también se dividió en cuatro sectores, aunque quedó rodeada por la zona soviética. La tensión entre el bloque capitalista y el comunista llevó a la creación de dos estados: la República Federal de Alemania (RFA) en el oeste y la República Democrática de Alemania (RDA) en el este.

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El Trabant exhibido en Argentina.

Entre 1949 y 1960, más de tres millones de ciudadanos de la RDA cruzaron la frontera en busca de mejores condiciones de vida. En junio de 1961, 160.000 personas abandonaron Alemania Oriental. Ante este éxodo, Walter Ulbricht, presidente de la RDA, decidió construir el Muro de Berlín el 13 de agosto de 1961. Su objetivo declarado era proteger al país de supuestos elementos fascistas, aunque en la práctica se convirtió en un instrumento de represión.

El Muro tenía 155 kilómetros de longitud y 3,6 metros de altura. Comenzó como una cerca de alambre y evolucionó a estructuras de concreto armado, con alambres de púa, torres de vigilancia y patrullas armadas. La llamada “franja de la muerte” impedía cualquier intento de fuga, y quienes lo intentaban se enfrentaban a disparos y perros entrenados. Entre 140 y 327 personas murieron al intentar cruzar, según diferentes registros.

Vivir con el muro

El Muro de Berlín separó familias, amigos y comunidades enteras. La población del este estuvo bajo control estricto de la Stasi, la policía secreta, que vigilaba cada movimiento. La censura, la escasez y las restricciones de viaje eran parte de la vida cotidiana. Sin embargo, la esperanza y la valentía no desaparecieron. Muchos intentaron escapar mediante túneles, globos o escondiéndose en vehículos. Algunos lograron cruzar, otros pagaron con su vida.

La caída del Muro, el 9 de noviembre de 1989, fue producto de varios factores: protestas masivas en la RDA, reformas en la Unión Soviética impulsadas por Mijaíl Gorbachov y la crisis económica que debilitaba al régimen comunista. Un anuncio erróneo de un portavoz de la RDA generó una reacción inmediata: miles de berlineses se agolparon en los puestos de control. Los guardias, sin órdenes claras, abrieron las barreras y la gente comenzó a derribar el Muro con martillos y picos. Fue la noche más feliz de Alemania, según los medios de la época.

El Muro en Argentina y Mendoza

La iniciativa de Jorge Fontevecchia no fue única. Hoy, bloques del Muro se conservan en más de 40 países. En Argentina, Editorial Perfil exhibe uno de los tramos más extensos y mejor conservados. El fragmento está abierto al público y se utiliza como recurso educativo.

Recientemente, un nuevo tramo se instaló en la Bodega Huarpe Riglos, en Agrelo, Mendoza. Con 3,60 metros de alto, 1,50 metros de ancho y más de 2,5 toneladas, el bloque se convirtió en un símbolo de reflexión. La intervención artística estuvo a cargo de Egar Murillo y Vivian Levinson, quienes trabajaron sobre el Muro para explorar los conceptos de libertad, resistencia y unidad.

Darío Werthein, presidente de la Fundación Norma y Leo Werthein, destacó que la pieza permite “reflexionar sobre el significado de la libertad” y representa un testimonio tangible de un pasado doloroso y complicado. La instalación forma parte de la Colección Pampa, que desde hace más de 25 años reúne obras de arte moderno y contemporáneo, y fue posible gracias al Grupo Werthein.

Cada fragmento del Muro de Berlín conserva historias de división, valentía y resistencia. Los bloques en Argentina permiten recordar la opresión y al mismo tiempo celebrar la libertad alcanzada. La iniciativa de Fontevecchia y la Fundación Werthein demuestra la importancia de que la historia pueda trasladarse y ser apreciada fuera de su lugar de origen.

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