Buenos Aires (AT) – El Argentinisches Tageblatt mirá con entusiasmo hacia el futuro en un mundo que cambia. Después de un primer medio año con un nuevo formato, la experiencia y la respuesta de una comunidad de usuarios y lectores a ambos lados del Atlántico nos confirman la necesidad de un medio que busca explicar y analizar más que titular. En tiempos de fake news, ruido mediático e infotainment 360º, la meta debe ser acercar siempre la información que sirva para entender de dónde venimos para proyectar así hacia dónde queremos ir. Es por eso, que les proponemos en esta fecha especial también una mirada atrás para recordar 1889, un año que no fue uno más. Hace 135 años, el mundo que ya se planteaba comunicación en tiempo real, la “incubación” de humanos y, claro está, una nueva forma de movilizarse a – 18 kilómetros por hora.
La torre más alta del planeta
El 31 de marzo de 1889, se inauguró oficialmente la Torre Eiffel. El motivo fue el centenario de la Revolución Francesa, que se celebraba ese año en París, con una exposición mundial. Una torre de 300 metros de altura debía erigirse a la entrada de la exposición para impresionar a los invitados de todo el mundo. Alexandre Gustave Eiffel y sus colegas, los ingenieros Maurice Koechlin y Émile Nouguier, ganaron el concurso de ideas y se les permitió realizar su proyecto. Durante 40 años, la Torre Eiffel, que recibió el nombre de su constructor, fue el edificio más alto del mundo, con 324 metros. La torre que lleva su nombre fue la obra más conocida de Eiffel. Cuatro años antes, el ingeniero francés había participado de otro ícono de la ingeniería moderna: la construcción de la Estatua de la Libertad en Nueva York, cuyo armazón lleva el sello de Eiffel.
El primer automóvil del mundo
Fue en la misma exposición mundial de París que el alemán Gottfried Daimler revolucionaría el mundo de la movilidad. En colaboración con Wilhelm Maybach, presentó el “Motor-Quadricycle”. Alcanzaba una velocidad de unos 18 km/h y se considera el primer automóvil. Daimler y Maybach habían desarrollado anteriormente la primera motocicleta de la historia, un vehículo con motor de gasolina, de ½ CV de potencia, denominada “Reitwagen”. El resto es historia.
El primer teléfono automático
Fue el miedo a perder clientes que en 1889 motivó al director de funerarias estadounidense Almon Strowger a desarrollar una alternativa automática para el teléfono de la época. Hasta ese momento, todas las llamadas debían ser administradas manualmente por una central telefónica. La solución de Strowger consistió en un aparato que se conectaba a la central a través de cuatro líneas. El abonado podía pulsar una combinación de teclas, con lo que un dispositivo especial (el marcador rotatorio) establecía automáticamente la conexión correcta solicitada por el usuario.
La primera máquina de coser eléctrica
Con la ayuda del inversor Edward Clark, el inventor Isaac Merrit Singer desarrolla la primera máquina de coser eléctrica en 1889. La máquina contaba con un motor eléctrico Edison. Un año después Singer comenzó a vender sus máquinas al 90 % del mercado mundial de máquinas de coser. La base del invento había sido un equipo con una lanzadera recta, un brazo en suspensión, un prénsatelas que sujetaba la tela estirada y una aguja con un ojo en el extremo más cercano a la tela.
La primera incubadora
Para combatir la elevada tasa de mortalidad de los bebés prematuros, empezaron a surgir ideas en el siglo XIX. Hacia 1880, el obstetra francés Étienne Tarnier diseñó la “incubadora“, inspirada en una incubadora para huevos de gallina. El niño yacía en ella bajo un techo de cristal sobre una superficie tumbada. El aire podía calentarse calentando varias botellas de agua situadas debajo. De este modo, se alcanzaba una temperatura que correspondía al calor del útero. La incubadora era también un espacio protector contra las infecciones, donde el niño podía seguir desarrollándose. Fue en septiembre de 1888, cuando Edith Eleanor McLean se convirtió en el primer bebé que se colocó en una incubadora en un hospital de Nueva York, según recuerda el Tagesspiegel. Con un peso de 1106 gramos, de otro modo habría tenido pocas posibilidades, pero la incubadora demostró su utilidad: Edith sobrevivió.
Hacé tu comentario