Buenos Aires (AT) – A fines del siglo XIX, hornear en casa era casi una lotería. Las levaduras tradicionales fallaban seguido, y otros agentes leudantes, como el carbonato de amonio o la potasa, requerían mucha pericia. En ese contexto, el joven farmacéutico August Oetker identificó una necesidad concreta que cambiaría para siempre la relación entre la industria y la cocina doméstica: un producto confiable, estándar y fácil de usar.

Una solución práctica, un negocio millonario
En 1893, apenas dos años después de haber adquirido una farmacia en Bielefeld, August Oetker lanzó al mercado un producto revolucionario: “Backin”, un polvo para hornear dosificado y fácil de usar. El sobre contenía exactamente la cantidad necesaria para 500 gramos de harina. Esta aparente simpleza marcó un antes y un después.
Si bien no fue el inventor del polvo de hornear —otros químicos como Justus von Liebig ya habían experimentado con mezclas similares décadas antes—, Oetker fue el primero en entender su potencial comercial. Agregó al preparado un poco de almidón de maíz para conservarlo mejor y comenzó a distribuirlo en sobres individuales, con un concepto que lo diferenciaba claramente de los competidores.
En apenas cinco años, entre 1895 y 1900, pasó de producir 600.000 unidades a más de dos millones. Ya no le interesaba seguir atendiendo en la farmacia: había encontrado su fórmula del éxito.

Una estrategia comercial pionera
El diferencial no fue sólo químico, sino estratégico. Desde el principio, Oetker comprendió la importancia de la publicidad. Sus sobres venían impresos con recetas; en los diarios colocaba avisos que hablaban de practicidad, calidad y confianza.
En 1899, tras un concurso público, adoptó como logotipo una silueta femenina de perfil —conocida como “Hellkopf”— que sigue presente en los envases hasta hoy. La imagen funcionaba como distintivo frente a los competidores y como guiño a las amas de casa: la elección inteligente era comprar del “Doctor de Bielefeld”.
Fue también pionero en el desarrollo de contenido culinario con fines promocionales. En 1910 editó los primeros libros de cocina Dr. Oetker, con consejos y recetas que reforzaban la relación entre la marca y la cocina hogareña. Ese mismo año financió un cortometraje publicitario para proyectarse en cines, titulado “Backpulver, was sonst?” (“¿Polvo de hornear? ¡Qué otra cosa!”).

Johanna Kind se convierte en la imagen de la marca Dr. Oetker
Johanna tenía unos 20 años en las primeras fotos y, en los años siguientes, fue contratada repetidamente para sesiones publicitarias. En 1907 se casó, pasó a llamarse Ulrich y contó con detalle sus experiencias como modelo para Dr. Oetker. A principios de siglo, la fotografía era todavía un trabajo laborioso. Debido a las limitaciones técnicas de las cámaras, era necesario permanecer inmóvil durante minutos. Para las personas fotografiadas era una tortura cuando se recreaban escenas de cocina.
En una entrevista en 1963, lo recordaba vívidamente: “Si me movía, había que repetir todo el procedimiento al día siguiente. A menudo ya no me apetecía nada. Pero entonces llegaba el Dr. Oetker y me prometía algo bonito si me quedaba quieta. Como siempre era tan amable con nosotros, normalmente me animaba rápidamente a volver a posar. Cuando mi foto aparecía en la revista “Woche” y mis amigas me preguntaban por ella, me sentía muy orgullosa”.
A Johanna le gustaba su trabajo y también tenía una buena relación personal con la familia Oetker. Con Rudolf Oetker, el hijo del fundador, la unía una amistad desde la infancia. Caroline Oetker, la esposa del Dr. August Oetker, siempre estaba dispuesta a escucharla y la consolaba cuando no se encontraba bien o estaba frustrada por las agotadoras sesiones fotográficas.

Expansión y diversificación
La innovación no se detuvo con el polvo para hornear. Dr. Oetker fue ampliando su línea de productos con otros insumos prácticos, como fécula de maíz y polvo para preparar postres instantáneos. Tras la muerte de August Oetker en 1918, a los 56 años, la empresa siguió creciendo de la mano de sus descendientes.
En las décadas siguientes, se diversificó hacia nuevos productos y hábitos de consumo: gelatinas, levadura seca, mezclas para tortas y, en 1970, la primera pizza congelada producida en Alemania. Para entonces, la marca ya era un símbolo de eficiencia y confianza en las cocinas de todo el país.

De un título a un imperio global
August Oetker murió en 1918, a los 56 años, pero su legado no sólo continuó, sino que se expandió. Sus sucesores supieron adaptarse a nuevas tendencias alimentarias: desde gelatinas y levaduras estables hasta la primera pizza congelada alemana, lanzada en 1970.
Hoy, la Oetker-Gruppe está compuesta por más de 350 empresas independientes, con presencia en todos los continentes. La base de su expansión fue la estandarización de un insumo simple, pero útil, y una visión de marketing adelantada a su tiempo. Más allá del polvo para hornear, el verdadero legado de Oetker fue demostrar que el éxito industrial también puede empezar con una receta bien medida y una marca bien construida.







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