La noche del 9 de noviembre de 1989 quedó grabada en la memoria de millones de personas. Esa jornada, tras casi tres décadas de división, el Muro de Berlín dejó de ser un límite infranqueable. Entre las primeras figuras que protagonizaron ese instante histórico estuvo Aram Radomski, un joven fotógrafo y activista de 26 años, que se convirtió en el primer ciudadano de la República Democrática Alemana (RDA) en cruzar hacia el Oeste.
Radomski no era un desconocido para la oposición interna al régimen. Había pasado por prisión, había filmado en secreto las protestas que crecían en Leipzig y Berlín, y había desafiado a la Stasi, la temida policía política, con grabaciones que luego circulaban en los noticieros occidentales. Aquella noche, sin embargo, su nombre entró definitivamente en la historia.

El anuncio inesperado
Aram Radomski estaba en su departamento en el barrio Prenzlauer Berg cuando vio la conferencia de prensa de Günter Schabowski, vocero del Comité Central del Partido Socialista Unificado (SED). El funcionario, visiblemente incómodo, respondió a la pregunta de un periodista sobre cuándo entraba en vigor la autorización para viajar al Oeste. Buscando entre papeles, balbuceó: “Hasta donde yo sé… de inmediato, sin demora”.
Ese anuncio, transmitido en vivo por televisión, fue interpretado por miles de berlineses como el fin del Muro. Radomski reaccionó rápido: fue a buscar a un amigo, caminó hasta el paso fronterizo de Bornholmer Strasse y pidió hablar directamente con el jefe de guardia.

El encuentro con Harald Jäger
En el cruce, Radomski se topó con el teniente coronel Harald Jäger, responsable de esa sección de frontera. Jäger estaba desbordado: decenas de ciudadanos se agolpaban exigiendo pasar, mientras las órdenes desde la cúpula política eran contradictorias. Radomski, desafiante, reclamó: “Queremos que abran la frontera”.
En declaraciones posteriores, el propio Jäger reconoció que tomó la decisión de dejar salir a los manifestantes para evitar un estallido violento. “Eran cientos, luego miles. No teníamos instrucciones claras. Si usábamos las armas, podía ser una masacre”, explicó años después.
Radomski fue el primero en atravesar la barrera esa noche. Su documento recibió un sello que lo declaraba oficialmente “ausgebürgert” (expulsado). Pese a la ambigüedad del momento, siguió caminando y pisó, por primera vez en su vida, el suelo del Berlín Occidental.

El rol de un activista incómodo
Aram Radomski no había llegado a ese punto de la nada. Hijo del escritor crítico Gert Neumann, fue detenido en 1983 tras una pelea con agentes de la Stasi que había sido provocada deliberadamente para intimidarlo. Pasó seis meses en prisión y su novia extranjera fue deportada.
Lejos de quebrarse, decidió profundizar su activismo. Junto con el camarógrafo Siegbert Schefke, comenzó a filmar en secreto el deterioro de edificios históricos, la contaminación ambiental y las crecientes manifestaciones opositoras. Esas cintas eran sacadas clandestinamente hacia el Oeste, donde medios como la ARD y la ZDF las difundían en noticieros que millones de ciudadanos de la RDA podían ver sintonizando el “Westfernsehen”.
El 9 de octubre de 1989, Radomski y Schefke lograron registrar desde la torre de la iglesia de San Nicolás la mayor manifestación en Leipzig hasta ese momento, con 70.000 personas gritando “Wir sind das Volk” (Somos el pueblo). Esas imágenes dieron vuelta al mundo y mostraron la fragilidad del régimen de la RDA.

“Tuve suerte, nada más”
Cuando cruzó hacia el Oeste aquella noche de noviembre, Radomski experimentó una mezcla de euforia y desconcierto. “Apenas pasamos, fuimos a ver a un amigo que no veíamos hace años y terminamos celebrando en un bar hasta la madrugada”, relató en entrevistas recientes.
Consultado sobre qué significó ser el primero, respondió con modestia: “Tuve suerte, nada más. Lo importante fue que ese día terminó la RDA. Volvimos a tener una vida normal”.
Su testimonio refleja el espíritu de miles de ciudadanos que, tras décadas de represión, sintieron que la caída del Muro era más que un acontecimiento político: era la recuperación de la dignidad.

Las dudas y el regreso al Este
La experiencia no estuvo exenta de ambigüedad. Al salir, su documento fue sellado como si hubiera renunciado a la ciudadanía de la RDA. “Por un momento pensé: ¿y si no puedo volver?”, contó. Sin embargo, la presión de la multitud terminó por abrir definitivamente la frontera. A la mañana siguiente regresó tranquilamente a su departamento en el Este.
Ese gesto ilustró la paradoja del momento: un régimen que aún existía formalmente, pero que ya no tenía poder real para imponer sus propias reglas.

De opositor a testigo histórico
Tras la reunificación alemana en octubre de 1990, Radomski revisó los archivos que la Stasi había acumulado sobre él. Descubrió que hasta amigos cercanos habían trabajado como informantes. “La Stasi sabía todo. No sé por qué nunca nos detuvieron de nuevo. Tal vez algunos ya no querían sostener ese sistema”, reflexionó.
Radomski evitó asumir un papel de héroe. “Lo que ocurrió fue la consecuencia de lo que la gente había hecho en los meses previos. Nosotros aportamos, pero fueron cientos de miles en las calles los que cambiaron la historia”, declaró.

El otro lado de la frontera
El contraste entre Este y Oeste tampoco resultó tan deslumbrante como muchos habían imaginado. Al salir de Bornholmer Strasse, Radomski tomó un taxi Mercedes y se dirigió a Schöneberg, un barrio del Oeste. El trayecto, oscuro y desolado, le pareció similar a lo que había dejado atrás. “Esperaba el brillo del Kurfürstendamm, pero lo primero que vi fue un barrio tan triste como Prenzlauer Berg”, recordó entre risas.
De todos modos, la experiencia de libertad era incomparable. En Kreuzberg, junto a amigos, levantó su primer vaso de cerveza occidental y celebró el comienzo de una nueva era.

Los últimos momentos de la RDA
El desplome del régimen comunista alemán no fue un hecho repentino, sino la consecuencia de un proceso acelerado en el transcurso de 1989.
- 19 de enero: Erich Honecker, jefe de Estado, declaró que el Muro seguiría en pie “cien años más” si persistían las razones de su existencia.
- 7 de mayo: organizaciones ciudadanas denunciaron fraude en las elecciones municipales, lo que encendió la mecha de las protestas.
- 4 de septiembre: en Leipzig, más de 1000 personas iniciaron las marchas de los lunes que se multiplicaron semana a semana.
- 9 de octubre: 70.000 ciudadanos marcharon en Leipzig; la represión se abstuvo de actuar, un punto de inflexión.
- 4 de noviembre: hasta un millón de personas se reunieron en Alexanderplatz exigiendo libertades básicas.
- 7 de noviembre: renunció el gobierno en pleno.
- 9 de noviembre: Schabowski cometió el lapsus que desencadenó la apertura de los pasos fronterizos.
En apenas diez meses, un sistema que parecía impenetrable se desmoronó sin disparar un solo tiro.

Una memoria compartida
Hoy, a 35 años de la reunificación alemana, el nombre de Aram Radomski ocupa un lugar singular en esa historia. Fue un testigo privilegiado y un protagonista accidental de un hecho que marcó el final de la Guerra Fría.
En entrevistas posteriores resumió el legado de aquel 9 de noviembre de 1989: “La división fue el castigo después de la guerra. La reunificación, en cambio, fue un regalo: nos enseñó que los alemanes podíamos volver a vivir juntos en paz”. La historia de Radomski recuerda que los grandes cambios muchas veces empiezan con gestos individuales: un joven que se anima a pedirle a un guardia que abra una barrera, y un oficial que decide no apretar el gatillo.







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