Buenos Aires (AT) – La noche del 12 de septiembre de 1990, en el estadio Constant Vanden Stock de Bruselas, marcó el fin de una era. Allí, en un campo lejos de su patria, se reunió por última vez la selección de fútbol de la República Democrática Alemana (RDA), un equipo que se estaba despidiendo no solo de la cancha, sino de un país que en cuestión de semanas dejaría de existir. La historia había acelerado su curso y, mientras el mundo contemplaba la caída del Muro de Berlín, el fútbol de Alemania Oriental daba sus últimos pasos en silencio, con una mezcla de nostalgia, incertidumbre y orgullo.
El equipo, liderado por el joven Matthias Sammer, se enfrentaba a la selección de Bélgica en lo que inicialmente iba a ser un partido de clasificación para la Eurocopa de 1992. Sin embargo, el destino quiso que este encuentro se transformara en un amistoso, ya que las dos Alemanias habían decidido unir sus fuerzas. El fútbol, como en muchas ocasiones, reflejaba los cambios políticos que se avecinaban. El himno de la RDA resonó por última vez, y los 14 jugadores que componían esa mítica selección cantaron con emoción las estrofas que hablaban de una patria que ya no existiría.
Un partido que casi no fue
El entrenador Eduard Geyer, último seleccionador de la RDA, recordaría años más tarde las dificultades que enfrentó para reunir a un equipo. A medida que la unificación se acercaba, muchos jugadores ya habían firmado contratos con equipos de la Bundesliga de Alemania Occidental, dejando de lado su compromiso con la selección de la RDA. La motivación para jugar se había desvanecido en muchos, y hasta 22 jugadores declinaron participar en el encuentro. “Llamé por teléfono como un tonto, pero todos tenían alguna excusa”, recordaba Geyer con cierta amargura.
Matthias Sammer, quien se convertiría en el héroe de la noche, también estuvo a punto de no presentarse. Al llegar al campo de entrenamiento, descubrió que apenas había 13 jugadores listos para viajar a Bruselas. Pensó en regresar a Stuttgart, pero no encontró un vuelo disponible. Finalmente, se quedó, y esa decisión cambiaría su vida y la historia del fútbol de la RDA.
El último acto de heroísmo
El partido comenzó con un ambiente solemne. Los jugadores de la RDA sabían que, aunque se trataba de un amistoso, no era un juego cualquiera. No jugaban solo por un resultado, sino por todo lo que representaban, por sus años de esfuerzo bajo la bandera de un país que pronto desaparecería. Sammer, quien había firmado recientemente con el Stuttgart, demostró por qué se le consideraba uno de los mejores jugadores del equipo: anotó los dos goles que dieron la victoria a la RDA por 2-0. Fue un líder dentro y fuera del campo, asumiendo con honor la responsabilidad de despedir a la selección.
“Fue fenomenal, jugó como un verdadero capitán”, diría más tarde Uwe Rösler, uno de los compañeros de Sammer aquella noche. Y es que, aunque era un amistoso, la intensidad con la que se jugó demostraba que para esos hombres, ese partido era mucho más. Era la última oportunidad de dejar una huella imborrable en la historia.
Una despedida llena de nostalgia
Al finalizar el encuentro, el ambiente estaba cargado de emociones. No había gritos de euforia, ni celebraciones desmedidas. Los jugadores sabían que no habría otra oportunidad de vestir esa camiseta. Geyer, consciente de la trascendencia del momento, permitió que el arquero suplente, Jens Adler, ingresara al campo en los últimos minutos. Adler, quien nunca había jugado un partido internacional y nunca más lo haría, se mostró nervioso, pero cumplió su sueño de representar a su país, aunque fuera por unos segundos.
“Mi única pena es no haberme quedado con la camiseta”, confesó Rösler tiempo después, recordando que había cambiado su camiseta número cinco al final del partido. Para todos ellos, ese simple gesto habría sido un valioso recordatorio del día en que un equipo, un país y una forma de vida se despidieron del mundo.
El legado de la RDA en el fútbol
Aquel equipo, que había comenzado su historia en 1952 con una derrota ante Polonia, terminó con una victoria que, irónicamente, marcaba también el fin de una nación. La RDA, que había brillado en los Juegos Olímpicos y que en 1974 había sorprendido al mundo al derrotar a la Alemania Federal en la Copa del Mundo, tenía en ese último equipo quizás a su generación más talentosa. Matthias Sammer, quien posteriormente sería una pieza clave en la Alemania reunificada, se convirtió en un símbolo de la transición entre dos mundos.
Sammer, junto a otros como Ulf Kirsten y Andreas Thom, se unieron a la selección de la Alemania unificada, pero muchos otros no tuvieron la misma suerte. El fútbol de la RDA se desvaneció junto con su país, y aquellos que alguna vez representaron sus colores vieron cómo sus sueños se transformaban con la caída del Muro.
Un adiós incompleto
Se había planeado un último encuentro simbólico entre las dos Alemanias, una celebración de la reunificación que habría tenido lugar en noviembre de 1990. Sin embargo, un trágico incidente en Leipzig, donde un aficionado murió a manos de la policía durante un partido, llevó a la cancelación del encuentro. Así, el partido en Bruselas se convirtió en el último suspiro del fútbol de la RDA.
La victoria ante Bélgica fue más que un simple resultado en un partido amistoso. Fue la despedida de una generación de futbolistas que, a pesar de las dificultades políticas y personales, dejaron su huella en la historia del fútbol. Aquel 12 de septiembre de 1990, en Bruselas, no solo se cerró un capítulo del deporte, sino también un capítulo de la historia de Alemania y del mundo.
Mientras las firmas que sellaban la reunificación de Alemania se secaban en Moscú, los jugadores de la RDA cerraban su propio ciclo, mirando hacia un futuro incierto pero con la cabeza en alto, conscientes de que habían sido parte de algo más grande que ellos mismos.
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