jueves, 3 de octubre de 2024

Buenos Aires (AT)Willy Brandt, nacido como Herbert Frahm en 1913, fue una de las figuras más influyentes en la política alemana del siglo XX. Fue miembro del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) y se destacó por su resistencia al régimen nazi, lo que lo llevó al exilio en Noruega y Suecia. Tras la Segunda Guerra Mundial, Willy Brandt regresó a Alemania y se convirtió en uno de los líderes más visibles de la política alemana. En 1957, fue elegido alcalde de Berlín, un puesto que ocupó en uno de los momentos más delicados de la historia de la ciudad: la construcción del Muro de Berlín en 1961.

Durante su mandato como alcalde (1957-1966), Berlín estaba en el centro del conflicto ideológico de la Guerra Fría. Willy Brandt se enfrentó a la dramática división de la ciudad, trabajando para mantener la conexión con el Berlín Oriental, a pesar del aislamiento impuesto por el muro. Bajo su liderazgo, Berlín Occidental logró mantenerse como un símbolo de libertad y resistencia frente a la opresión comunista.

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WIlly Brandt dando un discurso.

El canciller de la Ost-Politik

En 1969, Willy Brandt se convirtió en el primer canciller socialdemócrata de la Alemania Federal. Desde su llegada al cargo, se destacó por una política exterior conocida como Ost-Politik (“política hacia el Este”), que buscaba mejorar las relaciones entre Alemania Occidental y Alemania Oriental, así como con los países del bloque soviético. Esta política marcó un cambio radical en la diplomacia alemana, que hasta entonces se había centrado en la confrontación.

Willy Brandt creía firmemente que la reconciliación con el Este era la única vía para avanzar hacia la paz en Europa. Para ello, su gobierno firmó importantes acuerdos con la Unión Soviética, Polonia y la RDA, reconociendo las fronteras post-Segunda Guerra Mundial y promoviendo la cooperación. En 1970, su icónico gesto de arrodillarse frente al monumento a las víctimas del gueto de Varsovia simbolizó su compromiso con la reconciliación y la paz, lo que le valió el Premio Nobel de la Paz en 1971.

El discurso en Schöneberg: un mensaje de unidad

El 9 de noviembre de 1989, el Muro de Berlín, que había dividido a Alemania durante casi tres décadas, comenzó a caer, abriendo las puertas a una nueva era de reunificación. Al día siguiente, Willy Brandt pronunció un histórico discurso frente a miles de berlineses en el Ayuntamiento de Schöneberg. Con su característico tono calmado pero lleno de determinación, Willy Brandt habló del significado de ese día para los alemanes y para Europa entera.

En su discurso, Willy Brandt comenzó reconociendo la emoción del momento y calificándolo como “un hermoso día después de un largo camino”. Sin embargo, también fue consciente de que, aunque la caída del muro era un gran paso, la reunificación plena aún estaba lejos. “Nos encontramos en una estación intermedia. No hemos llegado al final del camino”, advirtió.

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Un encuentro entre Willy Brandt y el presidente de los Estados Unidos, John F. Kennedy, en marzo de 1961.

La Ost-Politik en acción

La caída del Muro de Berlín validaba, en muchos sentidos, la política de Ost-Politik que Willy Brandt había promovido como canciller. En su discurso, enfatizó que la división de Alemania no podía continuar, y que la reunificación debía lograrse de manera pacífica y en consonancia con la historia y el contexto europeo. “Las partes de Europa están volviendo a unirse”, afirmó, aludiendo al colapso de los regímenes comunistas en Europa del Este.

Brandt también recordó que la división de Alemania y de Berlín no había comenzado con la construcción del muro en 1961, sino que fue el resultado del “régimen nazi terrorista y la terrible guerra que desató”. Para Brandt, la caída del muro era una consecuencia inevitable del flujo de la historia, un proceso que estaba “en marcha” y que no podía detenerse.

Un llamamiento a la unidad pacífica

Durante su discurso, Willy Brandt expresó su esperanza de que tanto Estados Unidos como la Unión Soviética reconocieran la importancia de los cambios que estaban ocurriendo en Alemania. Con una mirada hacia el futuro, Willy Brandt también subrayó la necesidad de evitar conflictos y trabajar en soluciones pacíficas, destacando que Alemania no debía buscar “problemas con las tropas soviéticas que aún están en suelo alemán”. Era vital, en su opinión, que la reunificación y los cambios en Europa se realizaran en el marco de la cooperación internacional y el respeto mutuo.

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La imagen más recordada de Willy Brandt: su gesto de arrodillarse en respeto a las víctimas del Gueto de Varsovia en 1970.

El legado de Willy Brandt

El discurso de Willy Brandt del 10 de noviembre de 1989 es un recordatorio del papel fundamental que jugó en la política alemana y en la reunificación de Alemania. Su visión de una Europa pacífica, su valentía en tiempos de división y su compromiso con la reconciliación marcaron el camino hacia una Alemania reunificada.

La Ost-Politik de Willy Brandt no solo ayudó a reducir las tensiones en Europa durante la Guerra Fría, sino que sentó las bases para la reunificación alemana menos de dos décadas después. Como él mismo afirmó en Schöneberg: “Nada será como antes”, una declaración que refleja tanto el final de una era como el inicio de una nueva etapa de esperanza para Alemania y Europa.

El discurso completo en el Ayuntamiento de Schöneberg

Queridos berlineses, queridos compatriotas de allá y de acá,

este es un hermoso día después de un largo viaje, pero sólo estamos en una estación intermedia. Aún no hemos llegado al final del camino. Aún nos queda un largo camino por recorrer.

La unión de los berlineses y de los alemanes en general se manifiesta de forma conmovedora, de forma que nos conmueve, y lo hace de la forma más conmovedora cuando familias separadas vuelven a reunirse finalmente de forma inesperada y con lágrimas en los ojos.

También me conmovió la imagen del policía de nuestro lado que se acerca a su colega del otro lado y le dice: “Ahora que nos hemos visto durante tantas semanas, tal vez meses, a distancia, hoy me gustaría estrecharte la mano”. Ésa es la forma correcta de enfocar el problema: darse la mano, ser vengativo sólo cuando sea absolutamente necesario. Pero superar las divisiones siempre que sea posible. Así lo he sentido este mediodía en la Puerta de Brandemburgo, y hay muchos aquí en la plaza que también estuvieron este mediodía en la Puerta de Brandemburgo.

Como alcalde durante los difíciles años de 1957 a 1966, la época en que se construyó el Muro y después, y como alguien que tuvo mucho que ver en y por la República Federal de Alemania con la reducción de las tensiones en Europa y con el grado de conexiones objetivas y contactos humanos que fue posible en cada caso, quiero saludar cordialmente esta tarde a los berlineses de todas las partes de la ciudad. E igualmente a los compatriotas de allí y de aquí, de ambas partes de Alemania. Y me gustaría añadir que mucho dependerá ahora de si nosotros -nosotros los alemanes, a ambos lados de la frontera- demostramos estar a la altura de la situación histórica.

Los alemanes se están acercando, esa es la cuestión, los alemanes se están acercando de una manera diferente a la que la mayoría de nosotros esperábamos. Y nadie debe pretender en este momento saber exactamente cómo los habitantes de los dos Estados entablarán una nueva relación entre sí. Lo único que importa es que entren en una relación diferente, que puedan unirse y desarrollarse en libertad.

Y una cosa es segura, como se ha dicho antes en la Cámara de Representantes: es seguro que nada en la otra parte de Alemania volverá a ser como antes. Los vientos de cambio que soplan en Europa desde hace tiempo no han podido pasar de largo a Alemania.

Siempre estuve convencido de que la división de hormigón y la división por alambradas y la franja de la muerte iban a contracorriente de la historia. Y lo puse por escrito este verano -pueden leerlo si quieren- sin saber exactamente lo que ocurriría en otoño: Berlín vivirá y el Muro caerá. Por cierto, queridos amigos, un trozo de ese espantoso edificio, un pedazo, podría incluso quedar en pie como monstruo histórico. Del mismo modo que decidimos conscientemente dejar en pie las ruinas de la Iglesia Memorial tras acaloradas discusiones en nuestra ciudad.

No siempre es fácil para los que aún son tan jóvenes y los que están creciendo darse cuenta del contexto histórico en el que estamos inmersos. Por eso no sólo digo que aún nos queda mucho camino por recorrer para superar la división, sino que también recuerdo que la división antinatural -y con qué rabia, pero también con qué impotencia hablé contra ella desde este mismo lugar el 16 de agosto del 61- quiero decir: por supuesto que no empezó sólo el 13 de agosto de 1961.

La miseria de Alemania comenzó con el régimen terrorista nazi y la terrible guerra que desencadenó. Esa terrible guerra que convirtió Berlín, como tantas otras ciudades alemanas y no alemanas, en desiertos de escombros. La división de Europa y Alemania, reproducida en Berlín de muchas maneras, surgió de la guerra y de la desunificación de las potencias vencedoras. Y ahora estamos experimentando, y esto es algo grandioso -y doy gracias a Dios Nuestro Señor por poder ser testigo de ello-, que las partes de Europa están creciendo juntas de nuevo.

Y estoy seguro, queridos amigos, estoy seguro de que el Presidente de los Estados Unidos y el primer hombre de la Unión Soviética, que Bush y Gorbachov apreciarán lo que está ocurriendo aquí cuando se reúnan en un barco en el Mediterráneo en un futuro próximo. Y estoy seguro de que nuestros amigos franceses y británicos -no olvidemos, junto con los estadounidenses, a los probados protectores de Berlín Occidental en años difíciles, en largos años difíciles- estoy seguro de que apreciarán con nosotros el proceso de cambio y los nuevos comienzos.

Estoy seguro de que nuestros vecinos de Europa Oriental comprenden lo que nos mueve y que encaja con la nueva forma de pensar y la remodelación de la acción política que ellos mismos, los europeos centrales y orientales, están cumpliendo y exigiendo. La seguridad que podemos ofrecer a nuestros vecinos y a las grandes potencias de este mundo es que no buscaremos una solución a nuestros problemas que no se ajuste a nuestras obligaciones con la paz y con Europa. Y en la convicción común de que la Comunidad Europea debe seguir desarrollándose y de que la fragmentación de nuestro continente debe superarse definitivamente.

Por aquel entonces, en agosto del 61, no sólo exigimos con rabia: el Muro debe desaparecer. También tuvimos que decirnos a nosotros mismos que Berlín debía seguir viviendo a pesar del Muro. Reconstruimos la ciudad, con la ayuda del gobierno federal, que tampoco queremos olvidar. Otros que vinieron después de nosotros añadieron cosas importantes a la reconstrucción. Pero aquí en Berlín, además de todas las tareas en el centro de la ciudad, la construcción de viviendas y la reconstrucción cultural y económica, teníamos la tarea de mantener abierto el camino hacia Alemania en Berlín y a través de Berlín.

Esto nos obligó a pensar más intensamente en cómo podíamos, en la medida de lo posible, contrarrestar los efectos especialmente brutales de la separación, incluso cuando las cosas parecían casi desesperadas. Y, por supuesto, no siempre hubo el mismo acuerdo sobre la mejor manera de lograrlo.

La fecha del 18 de diciembre de 1963 es especialmente memorable para mí, no sólo porque era mi cumpleaños -entonces tenía 50 años-, sino porque fue el día en que, gracias a los permisos -entonces no podíamos conseguir más que eso-, cientos de miles de personas, muchas más de las que esperábamos, pudieron cruzar, no sólo para reunirse con sus familiares en Berlín Este, sino también con los que venían de “la zona”, como decíamos entonces. Aquello era terriblemente insuficiente, seguía siendo terriblemente frágil, pero no nos dejamos disuadir de dar todos los pequeños pasos posibles para fomentar el contacto entre la gente y evitar que la cohesión de la nación se extinguiera.

Tuvo que pasar casi una década antes de que los cambios que entonces eran posibles pudieran lograrse mediante un tratado de transportes y un tratado básico. Después siguieron un gran número de acuerdos y convenios. Y sigue siendo cierto que no podíamos permitir que se creara un vacío, un espacio vacío, por razones nacionales.

También era correcto aliviar y mejorar en lo posible las condiciones exteriores de una Alemania dividida y de su pueblo. Ese fue el contenido de nuestra política de tratados, también con importantes socios del Este. Ese fue el contenido de nuestro trabajo hacia la conferencia paneuropea de Helsinki, un comienzo difícil, pero comprometido con los derechos humanos, comprometido con la cooperación, comprometido también con la reducción del armamento y el sobrearme en Europa. Y este lento avance hacia la estabilidad, hacia la reducción y no el aumento del armamento, está dando ahora sus frutos.

Está en marcha y ha contribuido significativamente a que ahora nos encontremos ante unas condiciones marco mejoradas. Y yo añadiría: si entiendo bien a mis compatriotas de la otra parte de Alemania, entonces están de acuerdo conmigo y creo que con todos los que estamos aquí: ninguno de ellos quiere dificultades con las tropas soviéticas que siguen en suelo alemán. Cada vez serán menos. La presencia militar de otros cambiará. No queremos problemas, queremos soluciones pacíficas, también en nuestras relaciones con la superpotencia del Este.

Quisiera decir también que, al hecho de que haya un faro de esperanza en la Unión Soviética y de que haya movimientos democráticos en Polonia y Hungría -y seguirán en otros lugares-, se ha añadido un nuevo factor de una calidad muy especial. Nuestros compatriotas de la RDA y de Berlín Este han tomado las riendas de su propio destino, y lo han hecho de forma inequívoca para que todo el mundo lo oiga.

El propio pueblo ha hablado, ha exigido cambios, entre ellos el derecho a una información veraz y a la libre circulación y la libertad de asociación organizativa. Y creo que este movimiento popular en la otra parte de Alemania sólo puede encontrar su realización en unas elecciones verdaderamente libres. Y también creo, al igual que el alcalde Momper, que puede ser una tarea que merezca la pena participar en el trabajo de renovación sobre el terreno y, si es posible, no dejarlo en manos de los que se quedan.

Lo repito una vez más: nada volverá a ser como antes. Esto significa que en Occidente no se nos juzgará sólo por los eslóganes de ayer, sino por lo que estemos dispuestos y seamos capaces de hacer hoy y mañana, tanto espiritual como materialmente. Y espero que los cajones no estén vacíos en lo que se refiere a lo espiritual. También espero que las arcas no estén demasiado vacías.

Y espero que las agendas dejen espacio para lo que hay que hacer ahora. La voluntad de no señalar con el dedo, sino de mostrar solidaridad, de encontrar un equilibrio, de empezar de nuevo, será puesta a prueba. La tarea ahora es volver a unirnos, mantener la cabeza despejada y hacer lo mejor que podamos para cumplir nuestros intereses alemanes, así como nuestro deber para con nuestro continente europeo.

Gracias por su atención.

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