Annalena Baerbock asumió esta semana la presidencia de la Asamblea General de Naciones Unidas, convirtiéndose en la primera mujer europea en ocupar ese cargo en 80 años. Lo hizo en un contexto global signado por conflictos armados, crisis humanitarias y creciente desconfianza hacia las instituciones multilaterales y la diplomacia internacional en general.
La alemana inauguró el 80º período de sesiones con un discurso contundente: “No es momento de celebraciones”, advirtió, aludiendo a los millones de personas atrapadas en conflictos, pobreza extrema o desplazamientos forzados. Desde Nueva York, con tono firme y una agenda ambiciosa, convocó a los 193 Estados miembros a “recuperar el sentido de comunidad” y avanzar en reformas que devuelvan a la ONU capacidad de acción.

Del ecologismo militante a la diplomacia global
Baerbock, de 44 años, fue ministra de Relaciones Exteriores de Alemania entre 2021 y 2025, y antes de eso lideró el partido ecologista Los Verdes junto a Robert Habeck. Es considerada parte del ala “realista” dentro de su espacio político. Se formó en derecho internacional en la London School of Economics y trabajó como periodista, asesora parlamentaria y negociadora política en la Unión Europea.
Su perfil ha sido siempre el de una dirigente tenaz, ambiciosa y con fuerte vocación internacional. Como ministra durante la administración de Olaf Scholz, impulsó una política exterior feminista, defendió el apoyo militar a Ucrania tras la invasión rusa y promovió una transición ecológica industrial para Alemania.
Ahora, como presidenta de la Asamblea General de la ONU —cargo protocolarmente superior incluso al del Secretario General, aunque con menor poder real—, dice querer ser “puente entre los Estados” y reactivar el papel de la organización como foro de diálogo efectivo.

Una ONU bajo presión
La propia Baerbock reconoció que la institución a la que ahora representa atraviesa un momento crítico. “Las Naciones Unidas están bajo una presión enorme, política y financiera”, declaró. Según sus palabras, su mayor desafío será “mantener a los 193 Estados unidos”, iniciar reformas y conducir el proceso de elección del sucesor de António Guterres, cuyo mandato finaliza en 2026.
Entre sus primeras misiones figura un tema especialmente delicado: la posible votación para reconocer a Palestina como Estado soberano en el inicio de la próxima Asamblea General, el 22 de septiembre. Varios países europeos apoyan esta iniciativa impulsada por Francia y Arabia Saudita. Baerbock se limitó a decir que su rol será “garantizar un proceso ordenado y transparente”, aunque no ocultó que existe una mayoría que impulsa una “conferencia de dos Estados”.
Un pasado familiar incómodo
En paralelo a su ascenso institucional, Baerbock vuelve a enfrentar cuestionamientos por un viejo asunto que nunca termina de cerrarse: el pasado nazi de su abuelo. Recientemente, la revista alemana Bunte reveló documentos donde se lo describe como un “nacional-socialista convencido”, oficial de la Wehrmacht condecorado durante la Segunda Guerra Mundial.
La entonces ministra había mencionado públicamente a su abuelo en tono afectuoso en entrevistas y discursos, pero según el Ministerio de Asuntos Exteriores, desconocía los detalles revelados por los archivos. La noticia fue utilizada por medios y trolls afines al Kremlin para cuestionar su legitimidad moral, insinuando una supuesta continuidad ideológica en su actitud hacia Rusia.
Más allá de la polémica, historiadores advierten que se trata de una biografía familiar común en Alemania. Lo que genera críticas, sin embargo, es que Baerbock no haya revisado por sí misma los documentos antes de referirse públicamente a su antepasado.

Entre los reflectores y las críticas
El estilo de Baerbock, más activo y visible que el de sus antecesores en la ONU, no es bien recibido por todos. Su presencia en redes sociales, sus posteos con bagels y taxis amarillos desde Nueva York, y su intención de acercar la diplomacia a los jóvenes, generan tanto simpatía como irritación.
Desde Rusia intentaron frenar su designación. Internamente, hay sectores que la acusan de usar la ONU como plataforma personal tras su salida del gabinete alemán. Ella, en cambio, sostiene que su experiencia como ministra la ayuda a “poner caras conocidas alrededor de la mesa” en situaciones complejas.

Reformas, transparencia y el futuro de la ONU
Una de las banderas que Baerbock enarbola con más fuerza es la necesidad de modernizar la ONU. Prometió desmantelar estructuras duplicadas, mejorar la eficiencia, abrir la elección del próximo Secretario General a un proceso transparente y más inclusivo, y revitalizar el rol de la Asamblea General, históricamente opacada por el poder de veto del Consejo de Seguridad.
“La ONU debe estar lista para los próximos 80 años”, sostuvo. Bajo el lema “Mejor Juntos”, la nueva presidenta espera al menos iniciar un camino que la acerque a ese objetivo.

Un mandato breve, un desafío enorme
El cargo que ahora ocupa Annalena Baerbock dura apenas un año. No tiene poder ejecutivo ni capacidad directa de decisión. Sin embargo, sí tiene una plataforma única para facilitar acuerdos, impulsar reformas y amplificar voces que suelen quedar fuera del radar geopolítico. Desde una granja alemana hasta la máxima tribuna multilateral, Baerbock ha hecho de su vida una carrera cuesta arriba. Con luces, sombras y contradicciones. Ahora, el mundo la mira desde el podio de Naciones Unidas.




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