Alemania consolidó su apuesta por las energías renovables en Latinoamérica con una fuerte inversión en Chile, dejando a Argentina al margen de una estrategia que promete redefinir el mapa energético regional. Mientras Buenos Aires avanza con proyectos solares y eólicos de escala doméstica, Berlín eligió al país trasandino como socio estratégico para desarrollar hidrógeno verde y tecnologías Power-to-X (PtX), con cientos de millones de dólares en juego.

Chile, el elegido
La potencia europea profundizó su vínculo con Chile a través de programas bilaterales de investigación y desarrollo como Power-to-MEDME, enfocado en la producción de hidrógeno verde. Recientemente, más de 100 representantes de ambos países participaron del encuentro internacional “Del Laboratorio a la Industria: convertir al hidrógeno verde en realidad”, donde se debatieron mecanismos para acelerar la implementación de esta tecnología junto a la formación técnica especializada y la colaboración internacional.
El compromiso alemán incluye inversiones concretas. La empresa germana de energía WPD desarrollará el Parque Eólico Trumao, entre Frutillar y Llanquihue, con una inversión de US$ 700 millones. El proyecto contempla aerogeneradores de hasta 260 metros de altura y capacidad para abastecer aproximadamente 170.500 hogares anuales, con una reducción estimada de 500.000 toneladas de dióxido de carbono por año.

Metas trasandinas ambiciosas
Chile estableció objetivos concretos para 2030: alcanzar 25 GW de capacidad instalada de hidrógeno verde y posicionarse como líder global en exportaciones de Power-to-X. Para 2050, Santiago apunta a la neutralidad de carbono. Si bien enfrenta desafíos como los elevados costos de producción y la escasez de mano de obra calificada, cuenta con el respaldo tecnológico alemán desde hace al menos dos años, cuando comenzó la colaboración entre institutos especializados de ambos países.

Argentina, fuera de la jugada
Del lado argentino, el panorama energético renovable muestra avances fragmentados. El país cuenta con una red creciente de parques solares y eólicos, destacándose el Parque San Luis Norte como el primer proyecto híbrido que combina ambas tecnologías. También figuran en carpeta emprendimientos como El Quemado, en Las Heras, Mendoza, proyectado como el mayor desarrollo fotovoltaico nacional.
Sin embargo, estos esfuerzos lucen modestos frente a la magnitud de la apuesta germana en Chile. Mientras la potencia europea desembarca con inversiones millonarias y transferencia tecnológica de punta, Argentina quedó relegada de una estrategia que podría transformar la matriz energética sudamericana en la próxima década.

El contexto global de la transición
La carrera por las energías limpias se aceleró globalmente. Estados Unidos negocia el acceso a tierras raras, cobre y litio para producir y almacenar energía. China maximiza su capacidad de generación renovable. En este escenario, Alemania definió a Latinoamérica como territorio clave para su estrategia de descarbonización, pero eligió con precisión dónde invertir.

Implicancias para Argentina
La exclusión argentina de los planes alemanes plantea interrogantes sobre la capacidad del país para insertarse en las cadenas de valor de las energías del futuro. A pesar de contar con vastos recursos naturales —desde vientos patagónicos hasta radiación solar en el noroeste— y yacimientos de litio en el norte, Buenos Aires no logró articular una propuesta atractiva para capitales y tecnología europea de primera línea.
La elección alemana de Chile como socio preferencial no es casual: Santiago ofrece estabilidad institucional, marcos regulatorios predecibles y políticas energéticas sostenidas en el tiempo. En contraste, la volatilidad macroeconómica argentina y la falta de continuidad en las políticas públicas alejan inversiones de largo plazo que requieren certidumbre. Mientras Chile construye su futuro energético de la mano de Alemania, Argentina corre el riesgo de convertirse en espectadora de una transformación regional que definirá competitividad y desarrollo para las próximas décadas. La pregunta es si Buenos Aires podrá revertir esta tendencia o si la ventana de oportunidad comenzó a cerrarse.




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