Dos monedas de oro celtas, consideradas entre las más antiguas halladas en Suiza, salieron a la luz en las cercanías de Arisdorf, en el cantón de Basilea-Campiña. El descubrimiento, confirmado por especialistas en arqueología, remite al siglo III antes de Cristo y vuelve a poner el foco sobre los orígenes de la circulación monetaria en Europa central.
El hallazgo se produjo en una zona de turberas próxima al paraje conocido como Bärenfelser Moor, un espacio que ya había ofrecido indicios relevantes en campañas anteriores.
Según informaron las autoridades arqueológicas regionales, estas piezas pasan a integrar un conjunto extremadamente reducido: apenas poco más de veinte ejemplares de las monedas celtas más antiguas conocidas en territorio suizo. El dato no resulta menor. Cada nuevo hallazgo aporta información decisiva sobre los intercambios económicos, religiosos y culturales de las comunidades celtas que habitaron la región hace más de dos mil años.
En el mismo sector, durante 2023, voluntarios y expertos habían recuperado un tesoro compuesto por 34 monedas de plata, lo que refuerza la hipótesis de que el lugar ocupó un rol simbólico y ritual de larga duración.
Un hallazgo excepcional en Basilea-Campiña
Las dos monedas recientemente identificadas corresponden a un estáter de oro de 7,8 gramos y a un cuarto de estáter de 1,86 gramos. El estáter constituyó una unidad monetaria relevante en distintas zonas del mundo antiguo, en particular en ámbitos vinculados con la cultura helenística y sus áreas de influencia. En el caso de las comunidades celtas, estas piezas no solo representaban valor económico, sino también prestigio social y poder simbólico.
Los especialistas coinciden en que la llegada del sistema monetario a Europa central se vinculó con la experiencia de mercenarios celtas que combatieron en regiones del Mediterráneo oriental. Tras recibir su paga en monedas griegas, estos guerreros retornaron a sus territorios y comenzaron a acuñar piezas propias. No se trató de simples copias, sino de reinterpretaciones con rasgos locales, adaptadas a las tradiciones estéticas y culturales de los pueblos celtas.
Las monedas encontradas en Arisdorf responden a ese patrón. En el anverso se distingue la cabeza del dios Apolo, mientras que en el reverso aparece un carro tirado por caballos. Ambos motivos derivan de las acuñaciones del rey macedonio Filipo II, que gobernó entre 359 y 336 antes de Cristo. Sin embargo, el estilo se aparta del canon clásico y adopta formas más esquemáticas y expresivas, características del arte celta.
Monedas demasiado valiosas para el uso diario
Uno de los puntos que más interés despierta entre los investigadores es el destino que tuvieron estas monedas. Todo indica que no circularon como medio de pago cotidiano. Su alto valor las volvía inadecuadas para transacciones comunes, como la compra de alimentos o herramientas. En cambio, los arqueólogos sostienen que pudieron cumplir una función ritual.
Las turberas, pantanos y zonas húmedas ocuparon un lugar central en la cosmovisión celta. Eran consideradas espacios sagrados, fronteras simbólicas entre el mundo de los vivos y otras dimensiones espirituales. En distintos puntos de Europa se documentaron depósitos deliberados de armas, joyas y monedas en este tipo de entornos. El hallazgo de Arisdorf se inscribe en esa tradición. La presencia reiterada de tesoros en el mismo sector refuerza la idea de ofrendas realizadas a divinidades o fuerzas sobrenaturales.
Este fenómeno no resulta exclusivo de Suiza. En Irlanda, por ejemplo, numerosos hallazgos en lagos y pantanos revelan prácticas similares. En Dinamarca, el célebre tesoro de Gundestrup, aunque posterior, también apareció en una zona húmeda y se asocia con rituales complejos. Las monedas de oro de Arisdorf dialogan con ese amplio repertorio de gestos religiosos del mundo celta.
Otras monedas antiguas y su valor histórico
Para comprender la relevancia de estas piezas, conviene situarlas en un contexto más amplio. En el territorio suizo, los hallazgos monetarios de época prerromana no abundan. Además de los estáteres de inspiración macedónica, se identificaron monedas celtas de plata y bronce, vinculadas con tribus como los helvecios. Estas acuñaciones reflejan redes de intercambio que conectaban los Alpes con la Galia, el norte de Italia y el valle del Rin.
Más adelante, con la expansión romana, el panorama monetario cambió de forma profunda. Denarios, ases y sestercios comenzaron a circular en asentamientos y campamentos militares. A diferencia de las monedas celtas, las romanas respondían a un sistema más estandarizado y orientado al comercio regular. El contraste entre ambos mundos monetarios permite observar una transición económica y cultural de gran alcance.
Fuera de Suiza, otros descubrimientos recientes ayudaron a redefinir el mapa de la numismática antigua. En Alemania, se recuperaron estáteres de oro en la región de Renania, asociados con tribus celtas del oeste. En Francia, excavaciones en Borgoña y Champaña sacaron a la luz monedas con iconografía híbrida, donde conviven símbolos locales y referencias mediterráneas. Estos hallazgos muestran que la acuñación celta no fue un fenómeno aislado, sino parte de un proceso amplio de circulación de ideas y técnicas.
El valor de estas monedas no se mide solo en términos materiales. Aunque el precio del oro resulte elevado en la actualidad, su importancia principal radica en la información que aportan. Cada pieza funciona como un documento histórico, capaz de revelar datos sobre jerarquías sociales, creencias religiosas y contactos entre pueblos distantes.
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