Franz Beckenbauer murió el 7 de enero de 2024 en Salzburgo, a los 78 años. La leyenda del fútbol alemán, campeón mundial como jugador en 1974 y como entrenador en 1990, había dejado su legado deportivo marcado en la historia. Pero su último gran partido lo jugó fuera de la cancha: la organización de su herencia.
El tribunal de distrito de Salzburgo confirmó el cierre del proceso sucesorio (expediente N.º 3 A 11/24y), que puso punto final a la incertidumbre sobre el reparto de una fortuna estimada en decenas de millones de euros. Según la revista Bunte, Beckenbauer estableció en vida un plan claro para garantizar la armonía familiar tras su fallecimiento.

Un reparto con nombres propios
El patrimonio del ex futbolista quedó dividido en tres partes iguales para su esposa Heidi, de 58 años, y sus hijos menores, Francesca (21) y Joel (25). Sus hijos mayores, Thomas (62) y Michael (58), así como la familia de Stephan —el hijo que falleció en 2015— ya habían sido beneficiados en vida con aportes que les aseguraron estabilidad financiera.
En una entrevista con Bunte en 2019, Beckenbauer había anticipado su decisión: “Sí, desde hace mucho tiempo. No quiero que después de mi muerte surjan discordias en la familia”.

Propiedades y activos millonarios
Más allá del dinero en efectivo, buena parte de la herencia de Beckenbauer se encuentra en bienes raíces. Entre ellos figuran un cobertizo para botes y una casa en St. Gilgen, a orillas del lago Wolfgang; el Marienheim, un establecimiento en Salzburgo; y un edificio comercial en Kitzbühel. Parte de este portafolio estaba integrado en una sociedad junto a su esposa, de la cual en febrero de 2022 transfirió acciones a Francesca y Joel, reservándose apenas una participación minoritaria.
El interés inmobiliario se transmitió a su hijo Joel, quien continúa invirtiendo en este rubro. Entre las operaciones más recordadas está la venta del restaurante de alta gama Riedenburg, en Salzburgo, concretada en 2020 por EUR 3,3 millones (US$ 3,87 millones). Según la prensa austríaca, esa decisión buscó simplificar la sucesión, dado que en Austria las herencias en efectivo y acciones no tributan impuestos, mientras que los inmuebles sí pueden generar costos adicionales.

Un legado también sentimental
El “Kaiser” no solo dejó bienes materiales. Antes de su fallecimiento, recuperó un automóvil con fuerte valor afectivo: un Mercedes Benz 450 SEL 6.9 azul, adquirido en 1976 tras recomendación del entonces presidente de la automotriz. “Me llamó y me dijo: ‘Regálate un coche de verdad’. Ese era el Mercedes. Un sueño azul”, recordó en una entrevista publicada por Bild.
Beckenbauer había recibido como premio por la Copa del Mundo de 1974 un modesto Volkswagen Escarabajo, que usó como auto de ciudad. Un año después, vendió el Mercedes cuando se mudó de Múnich a Nueva York para jugar en el Cosmos. Incluso en 1976 el coche fue robado durante unas vacaciones en el Lago de Garda, aunque la policía lo recuperó.
Más de cuatro décadas más tarde, el destino le devolvió su “sueño azul”. El vehículo apareció en manos de un empresario austríaco y un amigo en común, el empresario Daniel Bauchinger, lo contactó para ofrecerle un derecho preferencial de compra. Beckenbauer aceptó sin dudarlo: “Así se cierra un círculo en mi vida”, dijo.

El modelo, con asientos de terciopelo beige, techo corredizo, transmisión automática y teléfono para automóvil —hoy en desuso—, fue descrito por el ex futbolista como un coche “pesado como un tanque y sin dirección asistida”. Aun así, aseguró con entusiasmo: “Lo voy a cuidar como se merece. Ya me imagino las escapadas por el campo”.
Una herencia sin conflictos
El caso de Beckenbauer contrasta con otros de figuras públicas en Europa, donde los patrimonios millonarios suelen derivar en prolongadas disputas legales. Su testamento claro y anticipado evitó posibles tensiones entre los herederos.
La revista Bunte subrayó que el valor total del patrimonio se ubicaría en torno a los EUR 160 millones (US$ 187,5 millones), aunque no hay cifras oficiales confirmadas. En cualquier caso, el Kaiser cumplió con su máxima: priorizar la paz familiar por encima de cualquier interés económico.
La última jugada
Franz Beckenbauer fue mucho más que un jugador y entrenador exitoso. También fue un gestor cuidadoso de su legado. Su decisión de dejar todo ordenado en vida refleja la misma visión estratégica que aplicó dentro de una cancha: prever cada movimiento, anticipar riesgos y asegurar que su equipo —en este caso, su familia— siga unido. Con la herencia ya distribuida, el Kaiser puede descansar en paz. Su último deseo se cumplió: no habrá disputa, sino continuidad en la armonía que tanto valoró.




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