Buenos Aires (AT) – “Las Meninas“, pintada por Diego Velázquez en 1656, es una de las obras más estudiadas del arte occidental. Con sede permanente en el Museo del Prado, este retrato coral de la corte de Felipe IV fascinó durante siglos por su composición, perspectiva y simbolismo. Sin embargo, una nueva lectura impulsada por la medicina molecular sugiere que el cuadro también podría esconder un diagnóstico clínico. El centro de esa teoría es la infanta Margarita, hija del rey Felipe IV y Mariana de Austria, retratada en primer plano.
Álvaro Carmona, bioquímico y doctor en Medicina Molecular, lanzó una teoría a través de sus redes sociales: según su análisis visual, la niña mostraba señales de una enfermedad genética rara. En sus palabras, los signos observables en la obra coincidirían con el síndrome de McCune-Albright, un trastorno poco frecuente que afecta huesos, piel y glándulas endocrinas. Para llegar a esa conclusión, se basó en diversos retratos pintados por Velázquez y en detalles anatómicos sutiles, aunque presentes.
La infanta Margarita nació en 1651 y fue una figura central en la política dinástica de los Habsburgo. Su retrato en “Las Meninas” la muestra de pie, en medio de la escena, rodeada de damas, un perro y el propio Velázquez. Su postura es firme, su expresión neutra, pero sus rasgos físicos están delineados con precisión. Para Carmona, esa fidelidad estética revela más que el talento del artista.
Tres rasgos que apuntan a un diagnóstico

El primer indicio señalado por Carmona es la forma de la frente de la infanta: abultada, prominente. El segundo es la mirada: los ojos sobresalen del rostro, un detalle que, según el científico, puede estar relacionado con trastornos endocrinos. El tercer elemento es más sutil. Algunos estudios sugieren que Margarita tenía una mancha de color marrón claro en la sien, visible en otros retratos realizados por Velázquez. Esa mancha podría coincidir con el patrón de pigmentación cutánea característico del síndrome de McCune-Albright.
Este síndrome fue descripto por primera vez en 1937. Afecta a aproximadamente 1 de cada 100.000 nacimientos y no se transmite por vía hereditaria. Se produce por una mutación genética espontánea en el gen GNAS1 durante el desarrollo embrionario. Esa mutación crea un mosaico genético: algunas células portan el defecto, otras no.
Entre sus manifestaciones más frecuentes se encuentran las manchas color café con leche en la piel, deformaciones óseas, fracturas recurrentes y problemas hormonales. Estos últimos pueden derivar en pubertad precoz, disfunciones tiroideas o alteraciones suprarrenales. En el caso de Margarita, Carmona plantea que el bocio observado en retratos posteriores podría indicar una disfunción tiroidea progresiva.
El bocio —agrandamiento de la glándula tiroides— fue una afección frecuente en Europa durante los siglos XVII y XVIII, sobre todo en zonas con deficiencia de yodo. Pero en el contexto del síndrome de McCune-Albright, se interpreta como parte de una disfunción glandular generalizada. La coincidencia entre los síntomas visibles en los retratos y las descripciones clínicas actuales permite construir una hipótesis razonable, aunque no verificable.
Una enfermedad sin cura, pero con tratamiento

Hoy en día, los pacientes con síndrome de McCune-Albright reciben un tratamiento personalizado que apunta a reducir las complicaciones óseas y hormonales. Las terapias incluyen desde inhibidores hormonales hasta intervenciones quirúrgicas para corregir deformaciones óseas. La expectativa de vida varía según la severidad del cuadro y las áreas del cuerpo afectadas.
Durante el siglo XVII, este tipo de afecciones era completamente desconocido. En los registros oficiales de la corte española no figuran menciones directas a la salud de Margarita, más allá de las notas diplomáticas que la describen como una niña “delicada”. Lo que se sabe es que la infanta murió joven, a los 21 años, en Viena, tras dar a luz a su cuarto hijo. La causa oficial fue una infección posparto, aunque su salud ya se encontraba deteriorada.
A lo largo de su infancia y adolescencia, Velázquez pintó a Margarita en al menos cinco ocasiones. En todos los retratos se advierten ciertos rasgos constantes: cabello claro, piel pálida, cuello ancho y rasgos definidos. La fidelidad del pintor a los detalles ha sido tema de debate entre historiadores del arte, pero pocos habían analizado esas señales desde una perspectiva médica.
La idea de que un cuadro del Siglo de Oro español pueda revelar una patología genética no es del todo nueva, pero el caso de Margarita abre una ventana interesante entre arte y ciencia. Las obras de Velázquez, sin proponérselo, pueden haber documentado uno de los primeros registros visuales del síndrome.
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