miércoles, 20 de noviembre de 2024

Buenos Aires (AT) – La inteligencia artificial (IA) promete transformar numerosos aspectos de la sociedad, y su impacto en la seguridad internacional es motivo de debate hoy en todo el mundo. Según la asociación de investigadores Brookings, uno de los mayores temores es que el desarrollo y la implementación de la IA puedan incrementar el riesgo de que estallen guerras. Ante esta preocupación, los especialistas dicen que es crucial lanzar una advertencia a los líderes de Estados Unidos, la República Popular China y otras naciones alrededor del mundo.

Esta advertencia se debe a una desconfianza hacia la tecnología, sino de una mirada en alerta por lo que pasó. La historia ofrece ejemplos donde la percepción de tener una ventaja tecnológica llevó a decisiones erróneas, impulsando conflictos que terminaron siendo más prolongados y devastadores de lo previsto. La IA, con su capacidad de acelerar procesos de toma de decisiones y optimizar ataques a sistemas de mando y control, podría ser especialmente susceptible a este patrón peligroso. Quienes piensen que han alcanzado una ventaja tecnológica podrían verse tentados a actuar precipitadamente.

Las enseñanzas de la historia

La Primera Guerra Mundial es un gran ejemplo. Alemania, equipada con un sistema ferroviario avanzado y una infraestructura industrial capaz de producir grandes cantidades de armamento, se volvió excesivamente confiada. Esta confianza llevó a la formulación del Plan Schlieffen, una estrategia para derrotar a Francia rápidamente y luego redirigir las fuerzas hacia Rusia. Líderes políticos y militares creían que una victoria rápida era inevitable. Sin embargo, el conflicto se alargó durante cuatro años y resultó en 10 millones de muertes. Esto dejó a Alemania derrotada y al borde del colapso.

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El desarrollo de tecnologías avanzadas, como la inteligencia artificial, redefine las estrategias de seguridad global (Foto: nationalinterest.org)

El exceso de confianza tecnológica no se limitó a Alemania en la Primera Guerra Mundial. Durante la Segunda Guerra Mundial, Adolf Hitler también cayó en esta trampa. Después del éxito de la blitzkrieg en Francia, el líder nazi asumió que podría aplicar la misma táctica para conquistar la Unión Soviética en 1941. Las fuerzas alemanas avanzaron en Rusia sin estar adecuadamente preparadas para las duras condiciones invernales, un error que subrayó la falibilidad de las teorías de victoria rápida. Esta lección demuestra que incluso líderes con un control férreo de sus ejércitos pueden equivocarse cuando sobrevaloran las capacidades de su tecnología.

En otro ejemplo, los teóricos del poder aéreo como Giulio Douhet y Billy Mitchell promovieron la idea de que el bombardeo estratégico podría doblegar a los enemigos de manera rápida y decisiva. Creían que bombardear a una población con armamento aéreo, ya sea convencional o nuclear, llevaría a una rendición inmediata. Sin embargo, esto no ocurrió ni durante el bombardeo alemán sobre Gran Bretaña en “el blitz” ni en los ataques aéreos aliados sobre Alemania y Japón.

Errores persistentes

La tendencia a sobrevalorar avances tecnológicos continuó en la segunda mitad del siglo XX y principios del XXI. Durante la Guerra de Corea, los norcoreanos y los estadounidenses mostraron un exceso de confianza en diferentes momentos. La intervención de China complicó más el conflicto, lo que evidencia que ninguna ventaja tecnológica garantizó la victoria rápida que muchos esperaban. La Guerra de Vietnam fue otro escenario donde Estados Unidos creyó que su tecnología avanzada, como helicópteros y bombarderos, le daría una ventaja decisiva. La realidad fue distinta, y el conflicto se alargó durante años, con un precio altísimo en vidas humanas y recursos.

En 2003, Estados Unidos invadió Irak con la esperanza de que el concepto de “shock and awe” o asombro y terror, utilizando tecnologías de precisión, aseguraría un “paseo” militar. Aunque el derrocamiento de Saddam Hussein fue rápido, la ocupación y estabilización del país se convirtieron en un desafío interminable. La administración de George W. Bush subestimó la complejidad del contexto político y social iraquí, dejando una lección de las limitaciones inherentes a las estrategias basadas exclusivamente en la tecnología.

Más recientemente, Vladimir Putin cometió un error similar al planear la invasión de Ucrania en 2022. Es probable que el líder ruso esperaba que la campaña militar fuera tan rápida y eficaz como la anexión de Crimea en 2014. Sin embargo, la realidad fue muy distinta, y el conflicto con Ucrania se ha prolongado, poniendo de manifiesto que las expectativas iniciales de una victoria relámpago fueron erróneas.

Peligros potenciales de la IA

La IA podría reforzar estas expectativas de éxito rápido debido a su capacidad para procesar datos a gran velocidad, mejorar la precisión de los ataques y facilitar decisiones militares automatizadas. Sin embargo, la historia muestra que ninguna ventaja tecnológica asegura un resultado simple en el campo de batalla. Los estrategas y líderes deben considerar que la guerra tiene una naturaleza impredecible y que los factores humanos, políticos y sociales complican cualquier teoría de victoria fácil.

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La percepción de ventaja tecnológica ha provocado errores de cálculo bélico con consecuencias graves (Foto: techstory.in)

El estratega Sun Tzu afirmó que la mejor victoria es aquella que se logra sin necesidad de luchar. Sin embargo, la realidad demostró que pocos conflictos pueden evitarse o resolverse sin violencia. Es esencial que las naciones no se dejen llevar por ilusiones tecnológicas que prometan victorias sin esfuerzo. La IA debe manejarse con extrema precaución, con la idea de que incluso una ventaja parcial no garantiza éxito. El riesgo de un conflicto prolongado y destructivo siempre está presente.

La comunidad internacional debe estar alerta. Una carrera armamentista en torno a la IA podría aumentar tensiones y percepciones de amenaza. La lección de la historia es clara: las teorías de guerra rápida basadas en tecnología rara vez resultan como se espera, y las consecuencias pueden ser devastadoras. La prudencia y la diplomacia deben prevalecer para evitar que ilusiones tecnológicas conduzcan a decisiones irreversibles.

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