viernes, 29 de septiembre de 2023

Falta apenas días para conmemorar el Día de la Reunificación. Las celebraciones llegan lastradas por una economía que no quiere arrancar y un humor social ensombrecido. Al gobierno de coalición le quedan apenas dos años para revertir la situación. Su principal herramienta para lograrlo, según el equipo liderado por Olaf Scholz, será el plan de medidas que presentó hace unas semanas para reactivar la economía y salir del estado de estancamiento o recesión técnica en el que ingresó en 2023. Ante la inminencia del día patrio, a continuación, un análisis del plan para volver a arrancar la antigua “locomotora de Europa”.

Fue en Merseberg, cerca de Berlín, que Scholz, junto a los ministros de Finanzas, Christian Linder (FDP), y de Economía, Robert Habeck (SPD), presentó el conjunto de 50 medidas fiscales valoradas en 32.000 millones de euros. Las medidas están concebidas para extenderse a lo largo de los próximos cuatro años con un foco principal: la competitividad de las empresas.

Las medidas incluyen una la Ley de Fomento al Crecimiento, la Ley de Financiamiento a Futuro y la creación de un Fondo para el Clima y la Transformación. Además, se pone el acento en la agilización de los procesos de planificación y aprobación, la reducción de la burocracia, el aseguramiento de energía segura y accesible, el impulso a la digitalización, la promoción de la formación de trabajadores cualificados, el estímulo a la innovación, la estrategia comercial y la oferta de productos básicos.

Uno de los aspectos destacados es la introducción de un bono de inversión destinado a mejorar la eficiencia energética en las empresas. El gobierno federal subsidiará el 15% de los gastos en estas iniciativas. También se planea modernizar la legislación tributaria con el fin de simplificarla y actualizarla. En esta medida se incluye la obligatoriedad de utilizar facturas electrónicas en las transacciones entre empresas nacionales. Es importante destacar que estas leyes propuestas por el Gobierno aún deben ser aprobadas por el Parlamento alemán, que se compone de la Bundestag como el Bundesrat.

El enfermo de Europa: una historia que se repite

Desde que el zar ruso Nicolás I acuñó la expresión “el enfermo de Europa” a mediados del siglo XIX, esta denominación pasó de unas manos a otras a lo largo de los años. Al principio fue utilizada para señalar la decadencia del Imperio Otomano, pero con el tiempo ha evolucionado para convertirse en la descripción de una economía importante en declive. Ahora, con la guerra en Ucrania y sus repercusiones, se ha puesto en el punto de mira a Alemania. La cuarta economía más grande del mundo y la más grande de Europa enfrenta desafíos estructurales que podrían poner fin a casi dos décadas de prosperidad. Según un informe del Fondo Monetario Internacional (FMI), Alemania será la única economía desarrollada que no experimentará crecimiento en el 2023.

La última vez que Alemania pasó por algo similar fue a principios de la década de 2000, cuando su economía estaba sumida en la deflación, con dos años consecutivos de caída del PIB en 2002 y 2003, y enfrentaba una débil demanda externa y tasas de desempleo de dos dígitos. Gerhard Schröder, canciller de 1998 a 2005, introdujo entonces una serie de reformas que desencadenaron un “jobwunder” (auge del empleo). Combinadas con una la demanda extranjera de economías en crecimiento, como China, impulsaron la columna vertebral de la economía alemana. Así, se logró un sector manufacturero competitivo, en gran parte gracias al gas ruso económico y la mano de obra de Europa del Este. Estos factores sostuvieron a Alemania durante casi dos décadas.

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La economía alemana enfrenta una estanflación (CRÉDITOS: REUTERS).

La economía alemana ahora está lejos del auge del pasado: según datos del gobierno alemán, en el segundo trimestre el PIB se mantuvo prácticamente estancado (0,1%) después de haber entrado en recesión a principios de año. Lo cierto es que tampoco ha experimentado un repunte significativo desde septiembre de 2022. Además, la inflación, que ha sido un problema en los últimos meses, persiste debido a la crisis energética. La combinación de alta inflación y recesión económica ha llevado a la estanflación. Sin embargo, es importante destacar que el país conserva la tasa de desempleo más baja de la zona euro. Algunos economistas, como Clemens Fuest, director del Instituto de Investigación Económica Leibniz (IFO), consideran que la etiqueta de “enfermo” es una exageración.

Los indicadores oficiales reflejan la mentalidad ahorradora alemana: aunque los salarios aumentaron más en el segundo trimestre (6,6%), lo que avivó los temores de una mayor inflación, el consumo de los hogares se mantuvo estancado y los indicadores de confianza del consumidor disminuyeron. El índice elaborado por la empresa de investigación de mercado GfK mostró un nuevo retroceso este mes, con una tasa negativa de 25,5 puntos en vísperas de septiembre. Sin embargo, Marcel Fratzscher, presidente del Instituto de Investigación Económica DIW Berlin, argumentó en una entrevista a Euronews que hasta el momento no se observaron efectos secundarios por los aumentos salariales.

El cambio en el orden geopolítico, perturbado por la invasión de Ucrania, también dejó al descubierto las debilidades del modelo económico alemán. Según Wolfgang Münchau en uno de sus análisis elaborados para Eurointelligence, el modelo alemán se basa en tres pilares: la competitividad en costos, el liderazgo tecnológico en su industria y la estabilidad geopolítica, y “todos ellos han desaparecido”. Por un lado, la interrupción del suministro de gas ruso, que representaba más del 50% del gas consumido en Alemania, afectó a la industria electrointensiva. Y también obligó a empresas como la compañía química Lanxess a reestructurar sus negocios y cerrar plantas. Además, con China en recesión, la excesiva dependencia del comercio se ha vuelto evidente: en julio, según la agencia de estadísticas alemana, las exportaciones a China, que representan el 3% del PIB de Alemania, cayeron más del 6% interanual.

Según la visión de Fuest, Alemania seguirá dependiendo en gran medida de un nivel sustancial de exportaciones e importaciones, “pero las industrias que tuvieron éxito en las últimas dos décadas, es decir, las químicas y las automovilísticas, no desempeñarán el mismo papel en el futuro“. Mientras tanto, el indicador de confianza empresarial elaborado por el instituto presidido por Münchau registró su cuarto mes negativo en agosto, y la percepción de los empresarios alemanes se sitúa en niveles similares a los de agosto de 2020.

Los eternos problemas estructurales

“El gran desafío para la economía alemana es estructural”, indicó Fratzscher en el marco de un informe para el German Institute for Economic Research (DIW). Aunque el desempleo se encuentra en niveles récord, oculta un problema más preocupante: según Eurostat, en el segundo trimestre, la tasa de vacantes de empleo fue del 4,1%, un punto por encima del promedio de la zona euro. Esto significa que, junto con un desempleo casi inexistente, la fuerza laboral no puede satisfacer la demanda de empleo que requiere la economía. Y la causa de esto, como en muchas otras economías desarrolladas, radica en el envejecimiento de la población.

Hace una década, el Instituto de Investigación de Empleo advirtió que entre 2008 y 2050, la fuerza laboral se reduciría en 18 millones de personas solo por razones demográficas. Por ello, a finales de junio, el parlamento alemán aprobó un plan para atraer trabajadores cualificados al país. Sin embargo, siguen llegando y afectan directamente al corazón de la economía alemana, es decir, su industria. El principal es la transición energética, en la que el gobierno está invirtiendo miles de millones de euros y que estiman que llevará al menos hasta 2027 reducir los precios de la energía para la industria. Por esta razón, según el barómetro de Transición Energética de la Cámara de Comercio e Industria, casi un tercio de las empresas están buscando invertir fuera de Alemania. Además, según Carsten Brzeski, jefe de ING en Alemania y la zona euro, los incentivos contenidos en la Ley de Reducción de la Inflación de Estados Unidos están atrayendo a empresas europeas, al mismo tiempo que “debilitan estructuralmente a la industria”.

La poderosa industria automotriz ha sido particularmente golpeada por todos estos factores y la competencia de las marcas chinas, como señala el analista Patrick Artus en un informe del banco de inversión Natixis. El impacto del gigante asiático es doble. Por un lado, su debilidad en los últimos meses ha sido una carga para las exportaciones. Por otro lado, el impulso de marcas como BYD amenaza a la industria alemana. “China se ha convertido en una preocupación más estructural, ya que ya no solo compra productos alemanes, sino que también se ha convertido en un competidor”, señaló Brzeski.

Un problema endémico

Más allá de la excesiva dependencia de las exportaciones, el desafío de la transición energética o el envejecimiento de la población, existe un problema endémico en la economía alemana que, hasta ahora, ha estado enmascarado por un sólido desempeño económico, y es la falta de inversión. “La pandemia y la guerra en Ucrania han cambiado el mundo, pero Alemania tampoco ha invertido e implementado nuevas reformas”, dijo Brzeski. En un entorno estable, las deficiencias en la inversión pública pasan desapercibidas, pero cuando hay un desequilibrio surgen las emergencias.

Para Fratzscher del DIW, la industria “se está quedando atrás en comparación internacional” y necesita someterse a una triple transformación: en primer lugar, acelerar su transformación ecológica; en segundo lugar, tiene “una de las peores infraestructuras digitales de Europa”, y muchas de sus empresas medianas tardaron demasiado en digitalizar la producción. Y finalmente, necesita reducir su dependencia de China. En este proceso, el gobierno alemán busca atraer a grandes empresas de tecnología con una gran cantidad de fondos: una subvención de 10.000 millones de euros e Intel invertirá otros 30.000 millones de euros en la construcción de dos plantas de fabricación de chips en la ciudad de Magdeburgo. La taiwanesa TMSC hará lo mismo en Dresde con una subvención del gobierno de 5.000 millones de euros.

Todo esto se ha sumado al regreso de la retórica de la austeridad por parte del gobierno y al surgimiento de la extrema derecha alemana como una fuerza a tener en cuenta. Curar al “enfermo de Europa” no será fácil, pero tampoco barato.

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