Buenos Aires (AT) – Europa fundó su agencia espacial en 1975, cuando diez países —entre ellos Alemania— firmaron en París la convención que dio origen a la Agencia Espacial Europea (ESA, por sus siglas en inglés). En estas cinco décadas, logró hitos como el sistema de navegación Galileo, el programa de observación terrestre Copernicus y su participación en el telescopio espacial James Webb. Pero también enfrentó obstáculos. Y hoy, más que nunca, necesita resolver preguntas de fondo: ¿quiere ser un actor relevante en el nuevo escenario espacial global? ¿Y puede?
La ESA, que hoy tiene 23 miembros, nació de una lógica de cooperación pacífica y científica. Su antecesora, la ESRO, había comenzado a operar en 1964. Con esa herencia, la agencia buscó posicionarse como contrapeso multilateral frente a la hegemonía tecnológica de las potencias espaciales. Pero en el presente, esa idea enfrenta límites concretos.

El acceso al espacio: una cuenta pendiente
Uno de los principales problemas es que Europa aún no cuenta con un sistema propio para enviar personas al espacio. Si bien dispone de lanzadores como la Vega C y la Ariane 6, y de una base en Kourou (Guayana Francesa), no tiene cápsulas tripuladas. Por eso depende de socios como la NASA para sus misiones.
El objetivo de llevar un astronauta europeo a la Luna antes de 2030 no está garantizado. La iniciativa depende del programa estadounidense Artemis. Pero expertos como el director de la ESA, Josef Aschbacher, advierten que la continuidad de ese proyecto no está asegurada, especialmente tras los cambios de gobierno en EE.UU. “Europa debe definir sus prioridades y fortalecer su autonomía en el espacio”, sostuvo Aschbacher a comienzos de año.

Una industria que se privatiza y acelera
En los últimos años, la irrupción de empresas privadas ha transformado radicalmente el ecosistema espacial. SpaceX, fundada por Elon Musk, opera desde 2015 cohetes reutilizables, una tecnología que Europa todavía no ha podido desarrollar. Mientras tanto, otras compañías como Blue Origin, de Jeff Bezos, amplían su presencia con ofertas comerciales a gobiernos y empresas.
En ese contexto, la ESA ha comenzado a cambiar su enfoque. En lugar de desarrollar internamente cada tecnología, impulsa concursos entre compañías europeas para que propongan soluciones. Esa apertura busca acortar tiempos, reducir costos y aprovechar la agilidad del sector privado.
“Muchos de los contratos actuales de Ariane 6 provienen de Jeff Bezos, que decidió no trabajar con SpaceX”, señaló el profesor Martin Tajmar, de la Universidad Técnica de Dresde. Tajmar también advirtió que Europa corre el riesgo de quedar rezagada si no moderniza su modelo de producción y decisión.

Socios, alianzas y tensiones geopolíticas
La cooperación con EE.UU. sigue siendo clave, pero la política exterior norteamericana es cada vez más impredecible. El expresidente Donald Trump y su entorno, incluidos actores privados como Musk, impulsan una agenda más centrada en Marte que en la Luna, lo que podría dejar a Europa sin asiento en misiones proyectadas.
Ante ese panorama, la ESA ha intensificado sus lazos con Asia. Tiene vínculos activos con la agencia japonesa JAXA y recientemente fortaleció su relación con India y Corea del Sur. También busca acuerdos con otras agencias para el uso compartido de futuras estaciones espaciales, ante el cierre previsto de la Estación Espacial Internacional en 2030.
Para Ludwig Moeller, director del think tank europeo ESPI, la ESA sigue siendo vista como “un socio confiable a nivel global”, y ese capital simbólico debe utilizarse para promover una cooperación internacional orientada a la paz y el desarrollo sostenible.

Cuando lo público se impone: Galileo y Copernicus
Pese a las dificultades en el área tripulada, Europa muestra resultados notables en la observación de la Tierra y la navegación. El sistema Galileo, alternativa al GPS estadounidense, ya cuenta con más de 30 satélites activos. Por su parte, el programa Copernicus brinda datos clave sobre clima, océanos, deforestación y desastres naturales, con aplicaciones tanto científicas como humanitarias.
Ambos programas posicionan a Europa como líder en monitoreo ambiental y tecnologías satelitales, en momentos donde la información geoespacial es estratégica para la economía, la defensa y la investigación científica.

Una oportunidad para Argentina y la región
La redefinición del rol europeo en el espacio abre oportunidades para América Latina. Argentina, que cuenta con capacidades satelitales desarrolladas por INVAP y la CONAE, ha demostrado ser un socio tecnológico confiable. Proyectos como el SAOCOM o el radar SABIA-Mar podrían integrarse en futuras misiones o colaboraciones interagenciales.
Además, el eje pacífico y científico de la ESA se alinea con la visión regional de una exploración espacial cooperativa, no militarizada. La posibilidad de sumar capacidades, compartir datos o desarrollar tecnologías conjuntas podría ser estratégica para ambos lados del Atlántico.

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