Tres monjas agustinas de Austria —la hermana Bernadette, 88; hermana Regina, 86; y hermana Rita, 82— escaparon de un hogar de cuidado y regresaron al monasterio Schloss Goldenstein, ubicado cerca de Salzburgo. El edificio, un antiguo castillo, aloja desde el siglo XVIII comunidades religiosas y escuelas privadas. Desde 1877 funciona también como colegio, que actualmente recibe a alumnos de ambos sexos.
Las religiosas explicaron que fueron enviadas a la residencia en contra de su voluntad. El 4 de septiembre, con la ayuda de una exalumna y un cerrajero, regresaron a sus habitaciones en el convento. “Siempre fui obediente, pero esto fue demasiado”, confesó la hermana Bernadette a la BBC.
El convento había quedado bajo supervisión por normas vaticanas que regulan las comunidades de mujeres religiosas con pocos miembros. Según Kronen Zeitung, las monjas habían transferido el convento a la Archidiócesis de Salzburgo y a la Abadía de Reichersberg, esperando vivir allí hasta el final de sus vidas. En cambio, fueron trasladadas a un hogar de ancianos. La comunidad se disolvió oficialmente en 2024, aunque las monjas conservaron el derecho de residencia mientras su salud lo permitiera.
Regulación vaticana y control de comunidades
En 2018, la Congregación para Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica del Vaticano emitió Cor Orans (“Corazón que reza”), basado en la constitución apostólica de 2016 de Francisco, Vultum Dei Quaerere. El documento establece que un monasterio o comunidad contemplativa de mujeres necesita al menos ocho religiosas profesas para mantener autonomía. Si quedan cinco, pierden el derecho a elegir superiora y se forma una comisión para nombrar un administrador.

“Legalmente, cuando las órdenes se reducen o sus miembros son de edad avanzada, el Vaticano designa un superior”, explicó la hermana Christine Rod, secretaria general de la Conferencia de Órdenes Religiosas de Austria. En el caso de Goldenstein, la autoridad pasó al Presidente de la Federación de las Agustinas Alemanas y al Provost Markus Grasl, nombrado superior por el Vaticano. “El objetivo es cuidar a las religiosas en una etapa difícil de sus vidas”, añadió Rod.
En diciembre de 2023, las monjas fueron trasladadas al hogar Kahlsperg Castle, administrado por las Hermanas Franciscanas de Hallein. Provost Grasl defendió la medida, asegurando que se tomó “por el bienestar de las hermanas y por preocupación por su seguridad”. Según él, su avanzada edad, su salud frágil y la necesidad de garantizar su vida espiritual hacían imposible que vivieran de manera independiente en Goldenstein.
Un conflicto entre cuidado y autonomía
Para las monjas, el hogar de ancianos nunca reemplazará su monasterio. La comunidad sostiene que “el mejor cuidado es el que se recibe en el propio hogar”. A pesar de que la electricidad y el agua no funcionaban al principio, regresaron contentas. Servicios básicos fueron parcialmente restaurados, y médicos y voluntarios apoyan a las religiosas con atención y comida.

Sophie Tauscher, exalumna, afirmó: “Goldenstein sin las monjas no es posible. Cuando nos necesitan, solo deben llamarnos y estaremos allí. Cambiaron tantas vidas de manera tan positiva”.
El caso de las monjas de Goldenstein abre un dilema entre las reglas vaticanas y las necesidades emocionales y espirituales de religiosas mayores. Por un lado, las autoridades buscan garantizar cuidado y protección, pero las monjas defienden su derecho a permanecer en el lugar que consideran su hogar. El retorno de las tres religiosas muestra que la vida de fe y la autonomía personal pueden entrar en conflicto con la normativa institucional.



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