martes, 29 de abril de 2025

Por Sebastian Schoepp(*)

Buenos Aires / Múnich – El diario me pareció una reliquia especialmente polvorienta de la historia de la inmigración en Argentina, pero también muy importante. De a poco fui reconstruyendo una imagen a partir de conversaciones, cartas antiguas y artículos que encontré, ya que me permitieron leer los viejos volúmenes en el archivo por las noches, desde 1933 hasta 1945. Solo se podían encontrar acá en su totalidad, ya que durante el nazismo estaba prohibida la importación del Argentinisches Tageblatt a Alemania. Fui prácticamente el primero en leer todos los volúmenes, y tardé seis meses en transcribir a mano lo que me parecía interesante.

Así encontré el tema para mi tesis de máster: “El Argentinisches Tageblatt, un foro de la emigración antinacionalsocialista”, porque eso era lo que había sido: un refugio y un hogar espiritual para los fugitivos que habían escapado de la persecución de Hitler en Alemania. Habían convertido el tranquilo periódico de la asociación en un periódico mundial que publicaba reportajes de emigrantes de todo el mundo.

Desde Stefan Zweig y Thomas Mann hasta Albert Einstein

El hecho de que el Tageblatt se opusiera al nazismo, a diferencia de otros diarios alemanes en el extranjero, tenía que ver con su historia fundacional. El emigrante suizo Johann Allemann (entonces todavía escrito con doble “l”) lo fundó en 1889 con el objetivo, según decía en la cabecera del diario, de “guiar a los germanoparlantes del país por el camino del progreso y el amor a la libertad con auténtico liberalismo y una convicción inquebrantable”.

Los Alemann habían llegado a este país deshabitado por invitación del presidente Sarmiento, cuyo lema era: “gobernar es poblar”. Como publicación de origen suizo, el Tageblatt resultó inmune al virus nazi que comenzó a propagarse desde Alemania hacia Argentina en la década de 1920.

Con su toma de partido contra el nacionalsocialismo, el editor Ernesto Alemann, nieto del fundador Johann, y sus redactores entraron en 1933 en un amargo conflicto con la mayoría de la llamada “colonia alemana”, que en ese momento contaba con unos 250.000 habitantes y que, en su mayoría, se dejó someter sin resistencia bajo la esvástica. Las sucursales de las empresas alemanas boicotearon el diario y los redactores alemanes fueron expulsados del país. Los simpatizantes nazis intentaron silenciarlo con atentados con bombas y agresiones. La embajada alemana en Buenos Aires persiguió a la familia Alemann con juicios e intrigas.

Sin embargo, el Tageblatt se convirtió en un aliado natural de los emigrantes, de los cuales casi 50.000 encontraron refugio en Argentina entre 1933 y 1945. Para celebrar su 50° aniversario en 1939, prácticamente todas las personalidades de la emigración felicitaron al Tageblatt: Stefan Zweig, los hermanos Mann, Lion Feuchtwanger, Albert Einstein, Sigmund Freud y Oskar Maria Graf enviaron telegramas. Stefan Heym, entonces redactor del “Deutsches Volksecho” en Nueva York, escribió: “Por extraño que pueda parecer, en Nueva York envidiamos a los argentinos por el Argentinisches Tageblatt, porque han logrado crear y mantener un verdadero diario alemán en la lucha por la democracia y contra el nazismo (…).”

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El humor y la sátira se convirtieron en uno de los medios más poderosos con los que el Argentinisches Tageblatt supo hacer frente al terror en Alemania. La postura y la fuerza del periódico fueron un ejemplo para los emigrantes alemanes en el exilio, desde Nueva York hasta Buenos Aires. En Berlín, por el contrario, fue una constante piedra en el zapato. (Foto: Sebastián Schoepp)

Alimento para el alma, esperanza, orgullo

Una y otra vez me encontraba en el archivo cartas de lectores como esta: “Hoy ha llegado el día en que queremos decirles (…) lo agradecidos que les estamos. Ninguno de los que llegamos acá, casi sin medios, olvidará la primera vez que tuvo en sus manos el Argentinisches Tageblatt. Así que aún existía algo así, aún se escribían protestas encendidas contra la barbarie, aún había defensores que se manifestaban con la palabra y la pluma para combatir lo que se atrevía, bajo el manto de un “nuevo orden”, a exterminarnos de raíz. Era nuestro alimento espiritual, nuestra esperanza, nuestro orgullo”.

Ahora entendía por qué tantos descendientes de emigrantes se suscribían al Tageblatt, aunque ya no pudieran leerlo. “Lo hacemos porque el diario significaba mucho para nuestros padres”, me dijo un argentino de origen judío.

Pero los Alemann no se limitaron a hacer diarios: en respuesta a la uniformización de las asociaciones alemanas, Ernesto Alemann contribuyó de manera decisiva en 1934 a la fundación de la “Escuela Pestalozzi”, que todavía existe en Buenos Aires; al mismo tiempo, participó en la creación del “Freie Deutsche Bühne” (Escenario Libre Alemán) y ofreció un hogar a la organización de exiliados “Das Andere Deutschland” (La otra Alemania).

Para corroborar mis investigaciones con datos, fui a la Biblioteca Nacional Argentina, que en su momento había sido dirigida por el gran Jorge Luis Borges. Ahí encontré las habituales cajas con fichas. Por desgracia, las referencias estaban prácticamente borradas por miles de dedos grasientos y eran ilegibles o casi ilegibles. Por lo tanto, en la mayoría de los casos había que acudir al mostrador de información: “Fíjese, el libro no se encuentra. Imagínese, no se encuentra el libro”.

La biblioteca era, salvo por un aparato manual, prácticamente inutilizable. La lógica de su orden se la había llevado a la tumba el casi ciego Borges. Me acordé de la película “El nombre de la rosa”. Ahí, un Jorge de Burgos ciego vigilaba la biblioteca de un monasterio cuyo sistema solo él entendía. ¿Era Jorge de Burgos una parodia de Umberto Eco sobre Jorge Luis Borges? En cualquier caso, estaba claro que no iba a llegar muy lejos en ese laberinto borgiano. Así que busqué una fuente mejor: las personas.

En 1990, muchos de los emigrantes que habían abandonado Alemania en la época nazi cuando eran jóvenes adultos aún vivían. El primero al que pregunté fue, por supuesto, Gorlinsky, a quien veía todos los días en la redacción. Me dijo: “No se puede imaginar lo que significó para nosotros encontrar acá, en el otro extremo del mundo, un diario que escribía en nuestro sentido”.

Había tenido que abandonar Berlín en 1933, con 18 años, y había desembarcado en Latinoamérica con diez marcos en el bolsillo, que era todo lo que se les permitía llevar a los emigrantes judíos. Empezó como corrector en el Tageblatt, luego pasó a ser redactor jefe y envejeció con el diario.

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La prensa argentina, aquí en el periódico Crítica, difundió la emisión de la AT hasta Berlín. (Foto: Sebastián Schoepp)

Testigos de la inquebrantable resistencia

Algo similar le pasó a Werner Finkelstein, que publicaba paralelamente el Semanario Israelita, y a mis otros compañeros de redacción, Marion Kaufmann, Franz J. Blum, Erico Wolf, Walter Rosenberg y Günther G. Apt. Fui a comer asado con Rosenberg, pero apenas pude masticar porque se me quedó la boca abierta cuando escuché cómo había llegado a Buenos Aires en 1937, con 16 años: en tren a través de Moscú y Vladivostok, luego en barco por el Pacífico hasta Perú y, finalmente, a través de los Andes hasta Argentina.

Rosenberg había sido organista en Alemania. “Me presenté en el Tageblatt y Alemann me dijo: Bueno, si sabe tocar el órgano, también sabrá manejar una linotipia”. Era una máquina con teclado para componer tipos de plomo. Alemann había hecho mucho por la emigración, dijo Rosenberg, pero el trabajo con él era “una esclavitud”. En la imprenta se trabajaba a destajo y el sueldo era escaso.

Conocí a Dorothea Jackisch, una comunista aún combativa, y a Maria O. Herzfeld, una señora alegre de más de 90 años que se entusiasmaba con los apuestos oficiales polacos que había conocido a bordo del barco de emigrantes durante la travesía. Günter G. Apt me contó que había estado un par de veces en Berlín, pero que ya no se encontraba allí a gusto. “En realidad, mi hogar es el avión, el espacio entre ambos lugares”.

Me impresionó la actitud positiva y la confianza en la vida de estas personas, su inquebrantable determinación a pesar de todo. Habían vivido lo peor, habían perdido a sus familias, pero no se dejaban vencer. El más joven era Fabian Philipp, que llegó a Sudamérica después de la guerra y era un trotamundos.

En Perú había publicado una revista científica de gran calidad, de la que me regaló con orgullo dos ejemplares. Tenía una mujer en Perú, que se reuniría con él en algún momento, si podía permitirse una habitación más grande, pero no parecía probable. Fumábamos Jockey del quiosco de la esquina, tomábamos cerveza Quilmes, discutíamos y charlábamos, y el 31 de diciembre a la noche escuchábamos los barcos sonar solemnemente en el puerto.

Fin de la segunda parte

Para acceder a la tercera y última parte del texto haga, haga clic aquí.

(*) Sebastian Schoepp (1964) es periodista y escritor. En 1990/91 realizó una pasantía en el Argentinisches Tageblatt. Después trabajó durante casi 30 años para el Süddeutsche Zeitung, últimamente en la redacción de política exterior, donde era responsable de España y Latinoamérica. Desde 2021 es escritor independiente. Entre sus publicaciones en la editorial Westend-Verlag (Fráncfort) se encuentran: “Das Ende der Einsamkeit: Was die Welt von Lateinamerika lernen kann” (El fin de la soledad: lo que el mundo puede aprender de Latinoamérica); “Mehr Süden wagen: Oder wie wir Europäer wieder zueinander finden” (Atreverse a ser más sureños: o cómo los europeos podemos volver a encontrarnos); “Seht zu wie ihr zurechtkommt: Abschied von der deutschen Kriegsgeneration” (Mirad cómo se las arreglan: adiós a la generación alemana de la guerra). Acaba de publicar su nuevo libro “Seelenpfade” (Caminos del alma), sobre el senderismo en Alemania como alternativa ecológica a los viajes de larga distancia. Sebastian Schoepp vive cerca de Múnich.

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Sebastian Schoepp. (Foto: Marc Hoch)
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