Buenos Aires (AT) – Durante siglos, Suiza convivió con un entramado de unidades de medida que variaban entre regiones pero también entre actividades. Una cuerda de tela se medía en codos, un terreno agrícola en “Juchart” y el vino en “Mass” o “Schoppen”. Las medidas no se basaban en patrones universales, sino en criterios empíricos, locales o incluso en el cuerpo humano.
Por ejemplo, el “codo” equivalía a la longitud del antebrazo de una persona, y su valor podía cambiar según el cantón. En Solothurn medía 545,9 milímetros; en el vecino Bern, 600 milímetros. La unidad más común en el país para medir longitud era el pie, pero su extensión iba de 26 a 36 centímetros. No existía una única conversión: en algunos lugares un pie se dividía en 12 pulgadas, cada una con 12 líneas, totalizando 144 líneas. En Vaud, en cambio, el pie se subdividía en 100 líneas.
En el peso, la falta de uniformidad también era evidente. Se usaban libras, onzas, quintales, y los granos o la sal se cuantificaban por saco, no por kilos. En el volumen, el vino o el agua se medían en “pinta”, “boccale” o “pot”, recipientes que contenían desde un litro hasta más de dos. En zonas lecheras, los contenedores eran más grandes que en ciudades. Para medir áreas, se apelaba a unidades como el “Manngrab” o el “Mannwerk”, ligadas a la cantidad de trabajo que un hombre podía hacer en determinado tiempo.
Este desorden no era solo una anécdota pintoresca. Dificultaba el comercio, el cobro de impuestos, el cálculo de cosechas o la producción industrial. En un país con múltiples lenguas y tradiciones, esa variedad de sistemas era un obstáculo para la integración económica y administrativa.
Primeros intentos de orden y la firma de la Convención

El primer intento real por unificar criterios apareció en 1835. Doce cantones firmaron un concordato que introdujo el sistema métrico como referencia. Las unidades tradicionales no se prohibieron, pero fueron convertidas a equivalentes métricos. Fue un paso intermedio.
En 1851, una ley federal extendió este principio a todo el país. Sin embargo, no todos los cantones aceptaron. Uri pretendía mantener sus unidades previas a la Revolución Francesa. Vaud, Ginebra, Ticino y Valais ya usaban medidas parcialmente métricas y no querían abandonarlas.
Ese régimen mixto terminó el 20 de mayo de 1875. Ese día, Suiza se unió a la Convención del Metro, junto a otros 17 países europeos. El tratado, firmado en París, estableció las bases para unificar las medidas en todo el mundo. También se acordó la creación de organismos encargados de producir los patrones internacionales del metro y el kilogramo.
Ese mismo año, una nueva ley federal otorgó validez plena al sistema métrico. La entrada en vigor se fijó para enero de 1877. Desde entonces, metros, litros y gramos reemplazaron las unidades antiguas en todo el territorio suizo.
La Convención también definió la construcción de los primeros prototipos del metro y del kilogramo, elaborados en platino e iridio. Esos objetos físicos fueron depositados en el Bureau Internacional de Pesas y Medidas (BIPM), con sede en Sèvres, Francia. Cada país firmante recibió copias para uso oficial.
Medir bien para funcionar mejor: impacto y contexto internacional

El paso de Suiza hacia el sistema métrico no fue un fenómeno aislado. Formó parte de un movimiento más amplio que buscaba dotar de orden y previsibilidad al comercio, la ciencia y la vida cotidiana. Francia ya había adoptado oficialmente el sistema métrico en 1795, durante la Revolución. Alemania lo hizo entre 1868 y 1872, al unificarse como imperio. Italia lo adoptó en 1861, con la unificación del país.
Hoy, casi todos los países del mundo usan el sistema métrico como estándar legal. Solo Estados Unidos, Myanmar y Liberia mantienen oficialmente sistemas no métricos, aunque incluso en esos casos existen conversiones sistemáticas.
El proceso de estandarización también implicó la revisión periódica de los patrones. En 1960 se redefinió el metro como la distancia recorrida por la luz en el vacío durante un intervalo específico. En 2019, se redefinieron todas las unidades básicas a partir de constantes físicas universales, y no de objetos materiales.
En Suiza, el impacto de esta transformación fue profundo. La administración pública, el sistema educativo, la industria y el comercio pasaron a operar con una lógica compartida. El Instituto Federal de Metrología (METAS), creado para garantizar la precisión de las mediciones, depende hoy del Departamento Federal del Interior. Su tarea incluye desde calibrar instrumentos médicos hasta verificar básculas comerciales o equipos industriales.
Una historia que dejó números

Desde 1875, Suiza invirtió de forma constante en garantizar mediciones exactas. Hoy, METAS dispone de laboratorios que operan con exactitud hasta en niveles cuánticos. En 2023, el presupuesto del organismo fue de aproximadamente EUR 25 millones, según datos oficiales. Además, Suiza participa activamente en comités del BIPM y colabora con instituciones europeas para armonizar estándares técnicos.
Según el Banco Mundial, en 2022 el 99 % de las exportaciones industriales suizas fueron destinadas a países que también usan el sistema métrico. Esto confirma que el cambio realizado en el siglo XIX no fue solo una decisión técnica: fue una apuesta por la integración internacional.
Medir con precisión, en definitiva, permitió a Suiza transformarse en una economía exportadora altamente especializada. Sin esa base común, los logros científicos, tecnológicos y comerciales de las últimas décadas habrían sido mucho más difíciles de alcanzar.
Hacé tu comentario