Buenos Aires (AT) – Marcel Ophuls nació el 1 de noviembre de 1927 en Frankfurt, Alemania. Fue hijo de Hildegard Wall, actriz alemana, y de Max Ophuls, uno de los grandes directores del cine europeo de la primera mitad del siglo XX. Su infancia estuvo marcada por la persecución. En 1933, con la llegada del nazismo, la familia se exilió en Francia. Pero en 1940, ante la invasión alemana, huyeron nuevamente. Atravesaron los Pirineos hasta España y en 1941 lograron llegar a Estados Unidos.
Allí, en Los Ángeles, Marcel se formó como cineasta. También fue parte de una unidad de teatro del ejército estadounidense en Japón, en los años posteriores al fin de la guerra. En 1950 regresó a Francia y comenzó a trabajar como asistente de dirección de figuras como Julien Duvivier y Anatole Litvak. Poco después inició su carrera como realizador. Su primera obra importante fue una serie de 32 horas sobre la Conferencia de Múnich, emitida en 1967 por la televisión pública francesa.

Ese fue solo el comienzo. Su nombre quedó marcado en la historia con el estreno, en 1969, de El dolor y la piedad. El documental, de cuatro horas y media, mostraba cómo amplios sectores de la sociedad francesa colaboraron con la ocupación nazi, desde figuras políticas hasta ciudadanos comunes. La película contradijo el relato dominante de una Francia heroicamente resistente. Fue vetada en la televisión francesa durante más de diez años. El director del canal explicó que la obra “destruyó mitos que la gente todavía necesitaba”.
Ophuls negó que su objetivo fuera acusar al pueblo francés. “No intento enjuiciar a los franceses”, declaró años después. Y añadió una pregunta que dejó flotando en el aire: “¿Quién puede decir que su nación se habría comportado mejor en las mismas circunstancias?”
El cine como testimonio de la barbarie
El foco de su obra fue siempre el conflicto. En 1988 estrenó Hotel Terminus: la vida y los tiempos de Klaus Barbie, una investigación profunda sobre el criminal de guerra nazi conocido como el Carnicero de Lyon. El documental reconstruyó la trayectoria del oficial de la Gestapo desde sus años en Francia hasta su fuga a América Latina, donde vivió décadas bajo otra identidad. El trabajo le valió un Óscar al mejor documental largo en 1989.
No fue su único abordaje del horror. En 1973 dirigió A Sense of Loss, sobre el conflicto en Irlanda del Norte. En 1976 presentó The Memory of Justice, un análisis de los crímenes de guerra y los límites de la justicia internacional. En 1994 volvió al frente de batalla con The Troubles We’ve Seen, un registro filmado durante el sitio de Sarajevo, en plena guerra de los Balcanes. En November Days entrevistó a ciudadanos de la ex República Democrática Alemana poco después de la caída del Muro de Berlín.
Durante años trabajó en un documental sobre el conflicto entre Israel y Palestina, titulado provisoriamente Unpleasant Truths. El proyecto quedó inconcluso. En 2013 reapareció con Un viajero, una obra en primera persona donde reflexionó sobre su vida, su familia y su oficio. La película fue bien recibida en el Festival de Cannes y marcó su despedida del cine.
Ophuls vivió sus últimos años en el sur de Francia. Murió el 24 de mayo a los 97 años. Su nieto, Andreas-Benjamin Seyfert, confirmó que falleció en paz.
Una mirada ética, sin solemnidad
En entrevistas, Ophuls evitaba las frases solemnes. “No soy predicador, ni juez, ni consejero. Soy un cineasta que intenta entender las crisis, porque son más interesantes que la vida en Suiza”, dijo en una visita a Israel en 2007. Definió su papel como el de alguien que observa y pregunta. Prefería los hechos a las consignas. Y no se consideraba optimista: “A medida que envejecés, te volvés pesimista y misántropo. Pero igual te importa el mundo”.

Tenía claro que el cine documental no es neutro. Solía citar a Jean-Luc Godard, quien dijo que “objetividad es cinco minutos para los judíos y cinco para Hitler”. Ophuls respondía: “Para mí son dos horas para los verdugos y dos horas para las víctimas. No hay que amar a la humanidad para interesarse por ella”.
El impacto de sus películas fue concreto. El dolor y la piedad generó un debate en Francia que se prolongó durante décadas. El libro La Francia de Vichy de Robert Paxton, publicado en 1972, reforzó las ideas que Ophuls había planteado en su documental. Ambos trabajos se convirtieron en pilares de una nueva lectura histórica: Francia no solo fue víctima, también hubo complicidad. En 1995, el entonces presidente Jacques Chirac reconoció por primera vez la responsabilidad del Estado francés en la deportación de judíos durante el Holocausto.

Más allá de sus logros, Ophuls se definía con humildad. “Mi padre me ayudó a conseguir trabajo, pero sobre todo me ayudó a no tomarme demasiado en serio. Nací a la sombra de un genio. Eso me salvó de la vanidad”.
La obra de Marcel Ophuls ocupa un lugar central en la historia del documental político. No buscó adoctrinar. Quiso registrar, interpelar, incomodar. Eligió contar lo que muchos no querían ver. Frente al olvido, construyó memoria. Frente a la mentira, ofreció verdad. Y frente a los mitos, puso en escena las preguntas difíciles.
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