Buenos Aires (AT) – En 2022, tras la invasión rusa a Ucrania y el corte abrupto del suministro de gas hacia Europa, los hogares alemanes enfrentaron una fuerte suba en los precios de la energía. Sin embargo, pese al contexto crítico, el comportamiento de los consumidores sorprendió a los especialistas: los aumentos de tarifas explicaron solo una pequeña parte del ahorro energético registrado.
Según un estudio publicado recientemente por el Deutsches Institut für Wirtschaftsforschung (DIW Berlin), el consumo de calefacción en los hogares cayó un 16 % durante ese año. Pero de ese total, apenas un 2 % se debió directamente al impacto de los precios.

La política fue más efectiva que el mercado
El informe, basado en el análisis de más de 100.000 edificios multifamiliares con datos provistos por la empresa de servicios inmobiliarios Ista, evaluó cómo variaron los consumos según el tipo de calefacción, la magnitud del aumento y el contexto comunicacional.
“La mayoría de los hogares redujo su consumo por razones no monetarias: por los llamados al ahorro, por el debate social en torno a la crisis del gas y, en muchos casos, por motivaciones políticas”, explicó Till Köveker, uno de los autores del estudio.
El resultado pone en cuestión una de las premisas centrales de la teoría económica clásica, que considera al precio como principal impulsor de cambios en el comportamiento de los consumidores. En esta ocasión, la evidencia empírica sugiere lo contrario: la información, la percepción de emergencia y la conciencia cívica tuvieron un rol más determinante.

Un invierno templado y menos home office
El estudio también identificó otros factores que ayudaron a reducir el consumo de calefacción: por un lado, un clima más benigno que en años anteriores, y por otro, una menor permanencia en los hogares producto del regreso progresivo al trabajo presencial luego de la pandemia. Ambos elementos contribuyeron a que la demanda energética descendiera sin necesidad de intervenciones económicas directas.
No obstante, lo más destacado del informe sigue siendo el escaso efecto de los aumentos tarifarios. En los edificios donde hubo subas de precios, el ahorro fue solo un 2 % mayor que en aquellos donde las tarifas se mantuvieron estables.

El rol clave de la información y la percepción del riesgo
Una de las claves del fenómeno analizado por el DIW Berlin está en cómo circuló la información sobre las tarifas. Los aumentos pequeños —por debajo del 25 %— no generaron cambios significativos en el consumo, en parte porque muchos inquilinos ni siquiera fueron informados por sus propietarios. Esto debilitó el impacto esperado de la señal de precios.
En cambio, en los edificios con calefacción urbana (Fernwärme), donde todos los hogares dependen del mismo proveedor, los aumentos fueron conocidos por todos los usuarios, lo que permitió una mejor reacción. Allí, el ahorro promedio vinculado a razones económicas fue del 5 %, más del doble que en los edificios con calefacción a gas.
“En esos casos, el mensaje sobre el aumento fue más claro y generalizado, y eso generó un efecto más contundente en el comportamiento del consumidor”, detalló Köveker.

El límite de los incentivos monetarios
El estudio subraya que, si bien existe una relación entre precios y consumo, esa relación no es lineal ni inmediata. En contextos de urgencia como el de 2022, los incentivos monetarios tuvieron una eficacia limitada.
“Las estimaciones muestran que la elasticidad precio a corto plazo es baja. Si se quieren lograr reducciones rápidas en el consumo energético, los llamados públicos al ahorro y los consejos prácticos son más efectivos que las subas de tarifas”, concluyó Köveker.
Esto no significa que los precios no influyan, sino que su impacto depende de otros factores: la magnitud del aumento, el nivel de información disponible y el contexto social en el que se produce.

Ciudadanos antes que consumidores
En resumen, el estudio del DIW Berlin ofrece una lectura distinta sobre la forma en que las personas reaccionan en contextos críticos. Frente a una crisis energética de gran escala, la mayoría de los hogares alemanes actuó más como ciudadanos comprometidos que como consumidores racionales. Respondieron con conciencia, solidaridad y sentido colectivo, más que con cálculo económico.
Esa respuesta —menos previsible para los modelos económicos tradicionales— muestra que, en ciertas circunstancias, los mensajes políticos y sociales pueden tener más fuerza que el mercado. Y deja una enseñanza clave para futuras políticas públicas: no siempre es necesario tocar el bolsillo para cambiar el comportamiento.

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