Buenos Aires (AT) – El vínculo entre la alimentación y la salud viene siendo objeto de investigaciones cada vez más precisas. De hecho, el concepto de “comer para curar” se instaló en el debate público y en la agenda científica. El eje está en los alimentos con capacidad para prevenir enfermedades, fortalecer el sistema inmunológico y mejorar la calidad de vida. En este contexto, un grupo de investigadores de Brasil y Alemania avanza en el análisis de los efectos de frutas tropicales como la papaya, el maracuyá y los cítricos. Según sus hallazgos, ciertos compuestos presentes en estas frutas podrían ser clave para prevenir enfermedades como el cáncer y algunas infecciones comunes.
Los resultados de las investigaciones fueron presentados durante la FAPESP Week en Alemania. Participaron universidades brasileñas, entre ellas la Universidad Federal de Minas Gerais (UFMG), y centros de investigación alemanes como la Universidad de Múnich.
Frutas tropicales, bacterias y sistema inmunológico
Las plantas medicinales y los frutos tropicales contienen fitocompuestos. Se trata de compuestos químicos naturales capaces de combatir infecciones bacterianas y fortalecer las defensas del organismo. En particular, hay interés en la acción de flavonoides, alcaloides y terpenoides. Estos elementos podrían tener efectos antiinflamatorios, analgésicos y antipiréticos. Sin embargo, sus mecanismos de acción sobre las células patógenas todavía no se comprenden del todo.

En Alemania, un equipo liderado por el profesor Ulrich Dobrindt desarrolló modelos de infección para estudiar cómo influyen los extractos vegetales sobre la respuesta inmune innata. Analizaron también su impacto en la regulación epigenética de la expresión genética. El equipo alemán trabajó con extractos acuosos de especies como Solidago gigantea y Equiseti herba. Observaron que estos extractos reducen la adhesión y proliferación de la bacteria Escherichia coli en células epiteliales de la vejiga humana. Esta bacteria suele ser la responsable de infecciones urinarias, una de las más comunes a nivel mundial.
Dobrindt explicó que se logró una “reducción drástica” en la adhesión de la E. coli. Esta acción preventiva sobre infecciones comunes evita el uso excesivo de antibióticos, con el consiguiente impacto positivo sobre la salud pública.
Pectinas: fibras con efectos prometedores
En Brasil, la investigación se centró en las pectinas, un tipo de polisacárido no digerible y soluble en agua que forma parte de la fibra presente en frutas como la papaya, el maracuyá y los cítricos. Las pectinas se vinculan con la reducción de enfermedades crónicas no transmisibles. Sin embargo, su extracción y uso presentan desafíos técnicos.
Uno de los problemas es que frutas como la papaya maduran con rapidez. Esto genera un ablandamiento del fruto y modifica químicamente la estructura de sus pectinas, reduciendo su efecto sobre la microbiota intestinal. El profesor João Paulo Fabi, coordinador del proyecto, explicó que durante la maduración se activan enzimas que alteran la estructura de las pectinas. Por eso, los efectos benéficos tienden a disminuir.

Para contrarrestar esto, el equipo brasileño desarrolló métodos de extracción de pectinas desde el albedo, la parte blanca entre la cáscara y la pulpa de cítricos y maracuyá. Esta parte del fruto suele desecharse durante la producción de jugos. Mediante técnicas de laboratorio, lograron modificar las pectinas para reducir su complejidad molecular y aumentar su actividad biológica.
La investigación derivó en una patente vinculada al proceso de extracción de pectinas de frutas carnosas como la papaya y el chayote. Una segunda patente, relacionada con la modificación de pectinas del maracuyá, está en proceso de registro. Según Fabi, ya se dispone de un prototipo funcional para estas técnicas en laboratorio. El objetivo es producir un suplemento o ingrediente alimentario en forma de harina rica en pectina modificada.
Estudios preclínicos y proyecciones futuras
Para verificar la eficacia de estas pectinas modificadas, el equipo brasileño realizó estudios con animales. Los ensayos mostraron una correlación entre el consumo de estas fibras y un aumento de la actividad biológica, lo cual refuerza su potencial como herramienta preventiva.
Fabi sostiene que estos estudios preclínicos pueden servir de base para el desarrollo de ensayos clínicos. Una vez obtenidas las autorizaciones correspondientes, se buscará evaluar la efectividad de estos compuestos en personas, sobre todo en poblaciones con alto riesgo de enfermedades crónicas.
En paralelo, los equipos de investigación analizan el impacto del consumo habitual de estas fibras en la composición del microbioma intestinal. En Argentina, la Fundación Favaloro y el Conicet desarrollaron trabajos sobre el microbioma que demuestran su influencia en la inmunidad, la inflamación crónica y la salud metabólica.

La Organización Mundial de la Salud estima que las enfermedades no transmisibles, como el cáncer, la diabetes tipo 2 y las enfermedades cardiovasculares, causan más del 70 % de las muertes a nivel global. Frente a este escenario, cualquier herramienta que permita disminuir la incidencia o gravedad de estos cuadros cobra relevancia. Las pectinas, en combinación con otros hábitos saludables, podrían convertirse en una de esas herramientas.
Además, el enfoque “alimentos como medicina” gana respaldo institucional. Países como Estados Unidos y Reino Unido implementaron programas piloto en hospitales públicos donde pacientes con enfermedades crónicas reciben asistencia alimentaria especializada. En Francia, un estudio publicado en The Lancet Regional Health mostró que una dieta rica en frutas, verduras y fibras redujo en un 30 % el riesgo de desarrollar cáncer colorrectal en adultos mayores.
En Europa, el mercado de suplementos y alimentos funcionales supera los EUR 17.000 millones anuales. En América Latina, Brasil y México lideran el desarrollo de productos con propiedades funcionales. La demanda se vincula con una búsqueda más consciente de bienestar y prevención.
La investigación conjunta entre Brasil y Alemania todavía se encuentra en etapa de laboratorio, pero su impacto potencial resulta claro. No se trata de soluciones mágicas, sino de avances científicos concretos que, con el tiempo, podrían integrarse a políticas públicas de salud y nutrición.
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