viernes, 13 de junio de 2025

Buenos Aires (AT) – Una encuesta reciente del instituto YouGov reveló que el 69% de los ciudadanos suizos se consideran exclusivamente “suizos”. Apenas el 4% respondió sentirse “europeo”. El dato generó sorpresa dentro y fuera del país. Suiza se ubica en el corazón del continente, no forma parte de la Unión Europea pero mantiene acuerdos bilaterales con Bruselas. Además, tiene una población en la que cuatro de cada diez personas tiene raíces migrantes.

El contraste entre la composición social y la identidad percibida invita a revisar cómo construye Suiza su sentido de pertenencia. ¿Qué implica “ser suizo” en un país con cuatro idiomas oficiales, una red económica globalizada y una presencia alta de extranjeros?

La autonomía como valor fundacional

Uno de los pilares de la identidad suiza es la soberanía. El país evitó sumarse a la Unión Europea y mantiene desde hace años una posición de neutralidad frente a bloques políticos. La idea de que Bruselas podría imponer normas externas genera resistencia. “Suiza tiene una idea muy marcada de su autonomía. La pertenencia a la UE implicaría una pérdida de control político”, explicó el politólogo Daniel Warner.

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Ginebra y Basilea también aparecen entre las diez mejores ciudades del mundo para vivir.

Esa defensa de la independencia se traslada al modelo institucional. Suiza aplica una democracia directa en todos los niveles. Los ciudadanos votan referendos nacionales, cantonales y comunales varias veces por año. Se definen allí desde leyes fiscales hasta regulaciones sociales o ambientales. No es una figura simbólica. Las urnas pueden revertir decisiones del parlamento.

Este sistema sostiene una cultura política horizontal. El poder se distribuye entre el Estado federal y los cantones. Las decisiones no se centralizan. Esa descentralización refuerza la idea de que “lo suizo” se construye desde abajo y por decisión de los ciudadanos.

Una economía fuerte, una vida estable

La solidez económica también alimenta el orgullo nacional. Suiza se mantiene entre los diez países más ricos del mundo, con un ingreso anual promedio por hogar cercano a los EUR 114.000, según cifras oficiales de 2023. El desempleo no supera el 2,3%. La inflación, contenida por políticas fiscales conservadoras, se mantiene baja desde hace años.

Durante la pandemia, Suiza logró amortiguar el impacto económico sin medidas extremas. Y ante la guerra en Ucrania, sus indicadores macroeconómicos resistieron mejor que en otros países europeos. Esa estabilidad consolida la confianza de la población en su sistema.

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Zúrich lideró en 2024 el ranking global de calidad de vida elaborado por Mercer.

Además, varias ciudades suizas lideran rankings globales de calidad de vida. El índice Mercer 2024 ubicó a Zúrich como la mejor ciudad del mundo para vivir. Ginebra quedó en tercer lugar. Berna y Basilea también entraron entre las diez primeras. La publicación estadounidense US News & World Report eligió a Suiza como el mejor país del mundo en 2023 y 2024.

Las infraestructuras funcionan. Los trenes suelen salir en horario. Los servicios públicos se mantienen operativos. El entorno urbano resulta previsible y ordenado. Todo eso moldea una percepción positiva, y muchas veces orgullosa, sobre lo propio.

Suiza frente a Europa: una distancia cultural y simbólica

El modelo suizo no solo genera orgullo. También produce una mirada crítica hacia lo externo. En el discurso cotidiano, algunos suizos marcan diferencias con sus vecinos. Critican la impuntualidad de los trenes alemanes. El caos administrativo de Italia. El desorden político francés. Se alimenta así una idea de eficiencia propia y deficiencia ajena.

No se trata de una xenofobia abierta, sino de una actitud comparativa constante. En ese marco, la identidad europea se percibe como difusa, burocrática y lejana. El sistema suizo, en cambio, aparece como concreto, cercano y funcional.

Pero dentro del país, la identidad tampoco es homogénea. Cuando un suizo viaja al exterior, dice ser de Suiza. Pero dentro de las fronteras, suele identificarse con su cantón o ciudad. En Suiza, importa si uno es de Ginebra, del Tesino o de Zúrich. Cada región tiene idioma, reglas y tradiciones propias. La identidad nacional se vive en capas: primero lo local, luego lo suizo, muy por último lo europeo.

Además, existen diferencias internas marcadas. Los suizos de expresión alemana, por ejemplo, tienden a mostrarse más distantes de Europa que los de habla francesa. Algunos cantones rurales desconfían más de los tratados internacionales. Otros, más urbanos, aceptan vínculos con la UE si no afectan la autonomía legislativa.

Una identidad fuerte en tiempos de fragmentación

La encuesta de YouGov no indaga por qué tan pocos suizos se sienten europeos. Pero el contexto político y cultural permite comprenderlo. La soberanía, la democracia directa, el bienestar económico y una vida organizada construyen una identidad firme. Esa identidad, en muchos casos, se percibe como incompatible con el modelo europeo.

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Los acuerdos bilaterales con la Unión Europea siguen vigentes, pero sin adhesión formal al bloque.

Suiza mantiene acuerdos bilaterales con la UE en materia comercial, de investigación y transporte. Pero se niega a formar parte del bloque. La Comisión Europea considera que esa negativa limita la cooperación. Para Suiza, es una forma de preservar su modelo.

La encuesta refleja una realidad: más allá de las fronteras, los tratados y las estadísticas, la mayoría de los suizos se sienten parte de un proyecto propio.

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