Buenos Aires (AT) – En el norte de Italia, Alto Adige —o Südtirol, en alemán— es una de las regiones productoras de vino más particulares del país. Con menos de 6.000 hectáreas cultivadas, concentra una gran diversidad de suelos, altitudes y microclimas. Las viñas se extienden a lo largo del valle del Adige, entre los Alpes y los Dolomitas, donde las pendientes abruptas y la variabilidad del terreno exigen un trabajo preciso en cada etapa del cultivo.
La región combina influencias alpinas y mediterráneas, cuenta con dos idiomas oficiales —alemán e italiano— y una historia marcada por el cruce de culturas. Esa dualidad se refleja en las etiquetas, que pueden llevar los nombres “Südtirol” o “Alto Adige”, según el criterio de cada productor.
Nuevas zonas, nuevos desafíos
Alto Adige cuenta con una denominación de origen (DOC) principal y seis subzonas reconocidas: Val Venosta, Meranese, Terlano, Santa Maddalena, Colli di Bolzano y Valle Isarco. Cada una posee características propias. Por ejemplo, Valle Isarco, cerca de Austria, produce blancos ácidos y ligeros como Kerner o Sylvaner. Terlano se destaca por su Chardonnay, mientras que Lagrein crece con fuerza en los suelos cálidos del valle de Bolzano.

Pronto se sumarán 86 Unità Geografiche Aggiuntive (UGAs). Esta nueva clasificación busca destacar aún más la diversidad del terroir, al estilo de Barolo o Borgoña. La idea es buena, pero genera interrogantes: ¿ayudará a entender la región o sumará confusión? Para los expertos, este cambio ofrece más herramientas.
Un lugar clave es Gries, con más de 270 hectáreas de Lagrein cerca de Bolzano. Allí funciona la abadía Muri-Gries, que también es bodega. El vino más representativo: Lagrein Riserva “Vigna Klosteranger”.
Diversidad que se bebe
Alto Adige cultiva más de 20 variedades de uva con buenos resultados. Desde blancos frescos hasta tintos con carácter, la combinación de suelos, microclimas y alturas permite mucha versatilidad. Las zonas bajas rondan los 200 metros y algunas viñas superan los 1.000. Además, los cerca de 5.000 productores manejan en promedio una hectárea cada uno. Eso obliga a optimizar el espacio y a elegir con precisión qué plantar y dónde.

En las últimas décadas, variedades internacionales como Chardonnay, Sauvignon Blanc, Pinot Grigio y Pinot Noir demostraron un gran potencial, sobre todo en zonas más altas, donde las noches frías conservan la acidez. Terlano produce uno de los Sauvignon más reconocidos del país: el ‘Winkl’, que se caracteriza por su mineralidad y precisión cítrica. Su cuvée ‘Novus Domus’ mezcla 70 % Pinot Bianco, 25 % Chardonnay y 5 % Sauvignon Blanc, y necesita años de guarda para mostrar su mejor versión.
El Pinot Nero también se consolida, sobre todo en suelos calcáreos. La bodega Girlan elabora el ‘Trattmann’ Riserva, con fruta roja, notas terrosas y una frescura alpina. Pfitscher resalta que el proyecto empezó en 1985 y refleja una búsqueda constante de calidad.
El resurgir del Schiava y el Lagrein marca otro capítulo importante. En los años 80, la región sufrió una crisis cuando el Schiava perdió popularidad. Rendimientos altos y vinos poco concentrados pusieron en jaque a la viticultura local.
Hoy, el Schiava se vinifica con elegancia. Girlan produce versiones sutiles, florales, con frutas rojas y una frescura de montaña.
Aromas clásicos para exigentes

El Gewürztraminer tiene un rol especial. Se cultiva cerca del pueblo de Tramin, del cual toma su nombre. Aunque su perfil aromático suele dividir opiniones, en Alto Adige da vinos de calidad, con especias, pétalos de rosa y menos dulzor.
El mapa vitivinícola de Alto Adige no es simple, pero guarda tesoros. En sus contradicciones, se esconde una enorme riqueza. Vinos blancos con nervio y tintos con identidad, etiquetas en dos idiomas, y productores que cuidan cada hectárea con esmero. Todo en un paisaje donde el frío y el calor se rozan y donde la tradición convive con el cambio.
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