Buenos Aires (AT) – La compositora y pianista Sofia Gubaidulina, una de las figuras más influyentes de la música contemporánea, falleció esta semana en su hogar en Appen, Alemania, a los 93 años. Su legado musical es uno de los más relevantes en la composición del siglo XX y XXI, con obras que combinan experimentación sonora, simbolismo religioso y un profundo sentido filosófico.
Su editorial, Boosey & Hawkes, confirmó su fallecimiento y la describió como “la gran dama de la nueva música”. Su estilo desafió las convenciones del clasicismo, utilizando técnicas innovadoras y explorando el poder expresivo de los instrumentos. Su capacidad para generar atmósferas de gran impacto emocional la convirtió en una referencia dentro de la música contemporánea.
En 2021, para celebrar su 90º cumpleaños, la Orquesta Gewandhaus de Leipzig lanzó un álbum con tres piezas sinfónicas dirigidas por Andris Nelsons, todas con un trasfondo metafísico. La crítica especializada destacó su audacia y profundidad, señalando su manera única de traducir conceptos filosóficos en sonido.
Una voz singular dentro de la música

Desde los primeros años de su carrera, Gubaidulina mostró una inclinación por la exploración de lo desconocido. Influenciada por la música de Johann Sebastian Bach, Anton Webern y Dmitri Shostakovich, desarrolló un lenguaje propio donde lo espiritual y lo sonoro se entrelazaban. Para ella, la música no solo era un arte, sino un puente hacia lo trascendental.
Andris Nelsons, uno de los directores que trabajó con su música, la describió como una creadora con una visión única. “Cuando interpretamos su obra, sentimos que cada nota tiene un significado más allá de la partitura”, afirmó en una entrevista. “Cada sonido contiene una metáfora, un mensaje que trasciende el tiempo y el espacio”.
En una conversación con la Fundación BBVA en 2017, Gubaidulina expresó su visión del arte sonoro. “La música tiene la tarea de expandir la dimensión superior de la vida”, declaró. Sus composiciones, cargadas de simbolismo, reflejan esta idea con el uso de contrastes extremos, pausas prolongadas y la integración de elementos inesperados.
Infancia, formación y los desafíos en la Unión Soviética

Nació el 24 de octubre de 1931 en Christopol, una pequeña ciudad en la República Autónoma de Tartaristán, en la entonces Unión Soviética. Criada en un ambiente modesto, descubrió su fascinación por la música desde temprana edad. Sin acceso a un paisaje inspirador, dirigió su imaginación hacia el cielo, según relató en un documental de la BBC.
El piano se convirtió en su primer contacto con el mundo sonoro. Experimentó con él de maneras poco convencionales, explorando no solo el teclado, sino también las cuerdas internas y la resonancia del instrumento. Esta curiosidad marcó el inicio de su camino como compositora.
Estudió en el conservatorio de Kazán y posteriormente en el Conservatorio de Moscú. Allí, Dmitri Shostakovich reconoció su talento y la animó a seguir su propio camino sin temor a las críticas. En la década de 1970, cofundó el grupo de improvisación Astrea, donde exploró la conexión entre la música y la cultura oriental.
Sin embargo, su estilo no fue bien recibido por las autoridades soviéticas. En 1979, la Unión de Compositores Soviéticos la incluyó en una lista de músicos censurados. Para subsistir, trabajó en la composición de bandas sonoras para películas, como la adaptación animada de El libro de la selva.
En 1992, tras la caída de la Unión Soviética, se trasladó a Alemania, donde encontró un ambiente más propicio para desarrollar su obra sin restricciones ideológicas. En Appen, su residencia definitiva, halló el silencio necesario para la composición.
Legado musical y reconocimiento internacional

La música de Gubaidulina se caracteriza por su riqueza tímbrica y el uso de estructuras poco convencionales. Su primer gran éxito internacional llegó con Offertorium, un concierto para violín estrenado en 1981 por Gidon Kremer. La obra toma un tema de Bach y lo transforma a lo largo de la pieza, hasta reconstruirlo en su forma original.
También escribió otros dos conciertos para violín: In Tempus Praesens, dedicado a Anne-Sophie Mutter en 2007, y Dialogue: I and You, estrenado por Vadim Repin en 2018. Para la orquesta sinfónica, creó obras de gran impacto como Sinfonía en 12 movimientos (Stimmen … Verstummen), donde el silencio se convierte en un elemento narrativo.
Su producción incluyó piezas de inspiración religiosa, como Pasión según San Juan, estrenada en el año 2000. En su música, la espiritualidad no se limita a la liturgia cristiana, sino que abarca influencias del misticismo oriental y la filosofía alemana.
A lo largo de su carrera, recibió más de 40 premios y reconocimientos. Entre ellos, el Praemium Imperiale de Japón en 1998 y el Premio Fronteras del Conocimiento de la Fundación BBVA en 2017. Varias universidades, como Yale y la Universidad de Chicago, le otorgaron doctorados honorarios.
Su impacto en la música contemporánea es innegable. Obras suyas forman parte del repertorio de orquestas de todo el mundo, y su estilo sigue inspirando a nuevas generaciones de compositores.
Con su partida, deja una obra que desafía los límites entre la música, la filosofía y la espiritualidad. “El sonido es sagrado”, afirmó en una ocasión. Esa visión quedará plasmada en su obra, asegurando su lugar entre los grandes nombres de la música del siglo XX y XXI.
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