Buenos Aires (AT) – En tiempos de retroceso político o censura ideológica, la historia de Albert Einstein y su enfrentamiento con los nazis sigue ofreciendo lecciones. La destrucción de la comunidad científica alemana en la década de 1930 no fue solo una pérdida para Europa, sino también un recordatorio de lo que ocurre cuando la política decide subordinar el conocimiento.
En una nota de Alexander Soifer publicada en Scientific American, se revisita ese período oscuro y se traza conexiones con el presente. El papel de Einstein, sus convicciones éticas y la represión de las ciencias ofrecen una advertencia que parece más vigente que nunca.
La ruptura del camino científico
Hasta comienzos del siglo XX, Alemania era considerada una potencia mundial en investigación científica. Universidades como las de Berlín, Gotinga y Múnich reunían a muchos de los científicos más influyentes del mundo. Ese panorama cambió de forma abrupta el 31 de enero de 1933, cuando Adolf Hitler fue nombrado canciller.

Apenas dos meses después, el régimen nazi expulsó a casi todos los profesores y estudiantes judíos de las instituciones académicas. Las calles de Berlín fueron escenario de quema de libros escritos por autores judíos o considerados “enemigos” del Estado. La obediencia al Führer y la adhesión ideológica al nazismo comenzaron a pesar más que el talento o la trayectoria académica.
Estados Unidos se convirtió en refugio de varios científicos europeos perseguidos. Entre ellos, Albert Einstein, autor de la teoría general de la relatividad, que explicaba cómo la masa y la radiación deforman el espacio-tiempo para generar la gravedad. Su figura había sido blanco de burlas y ataques por parte del régimen nazi, que promovía una física “alemana”, opuesta a lo que llamaban despectivamente “física judía”.
La gran mayoría de los físicos alemanes negó o minimizó el valor de la teoría de Einstein. Una de las pocas excepciones fue Werner Heisenberg, quien enseñaba relatividad a pesar de las amenazas. Por ello fue etiquetado como “judío blanco”. En una carta del 21 de julio de 1937, Heisenberg pidió protección directamente a Heinrich Himmler. Un año después, el líder de las SS accedió, pero le impuso una condición: debía separar, de manera clara, los resultados científicos de las ideas políticas o personales de quienes los producían.
Einstein y la responsabilidad pública del científico

Einstein no solo se destacó como físico, sino también por su compromiso con los asuntos públicos. Desde un primer momento, condenó al régimen nazi, incluso cuando esa actitud le valió críticas dentro y fuera de Alemania. En una carta del 26 de junio de 1933, el físico Max von Laue le pidió que se mantuviera alejado de la política. Einstein respondió que no estaba de acuerdo con la idea de que el científico debía guardar silencio frente a los temas humanos: “¿No implica esa moderación una falta de responsabilidad?”.
Para Einstein, era imposible separar la ciencia de la ética. Consideraba que el deber del intelectual no era el retiro en una torre de marfil, sino la participación activa en los debates públicos. Su postura contrastaba con la de muchos colegas, que preferían limitarse a sus investigaciones y evitar confrontaciones con el poder.
No fue el único en sostener esa idea. El matemático holandés Luitzen Egbertus Jan Brouwer escribió en 1929 que “la cuestión moral más pequeña es más importante que toda la ciencia”. Brouwer creía que defender la integridad intelectual también implicaba denunciar cualquier proyecto inmoral, sin importar su origen o alcance.

Einstein fue una de las voces más firmes contra el nazismo desde sus primeros días. En ese entonces, esa posición no era vista como algo natural. Abraham Flexner, director del Instituto de Estudios Avanzados de Princeton, llegó a presionarlo para que dejara de criticar al régimen alemán. Argumentaba que sus declaraciones afectaban la causa judía en Alemania y su prestigio como científico.
Einstein no cedió. Siguió expresando su repudio. Más adelante, insistió en que sus declaraciones no buscaban beneficios personales, sino responder a una obligación moral. En su opinión, la ciencia, por sí sola, no bastaba para mejorar el mundo. Hacía falta también valentía para actuar.
Ciencia y poder político en la actualidad
Soifer vincula estos episodios del pasado con el presente político de Estados Unidos. Durante la administración Trump, miles de científicos fueron despedidos, y los fondos para investigación científica se redujeron. En marzo, casi 2.000 miembros de las Academias Nacionales de Ciencias, Ingeniería y Medicina firmaron una carta para denunciar los ataques a la ciencia por parte del gobierno federal. En abril, el Departamento de Comercio cuestionó la validez de los estudios sobre el cambio climático, acusándolos de promover amenazas “exageradas e inverosímiles”.
El paralelismo con los ataques a la teoría de la relatividad en la Alemania nazi puede parecer extremo. Pero el punto no es comparar regímenes, sino advertir que cuando el poder político comienza a intervenir en la producción del conocimiento, el daño no tarda en manifestarse. La censura, el desprecio por la evidencia y la sospecha permanente sobre los investigadores debilitan la vida democrática.
Einstein escribió en 1950 que “la empresa humana más importante es el esfuerzo por la moralidad en nuestras acciones. Solo la moralidad puede darle belleza y dignidad a la vida”. Esa frase conserva vigencia. En un momento donde los datos se relativizan y las verdades científicas se presentan como opiniones discutibles, la figura de Einstein no sirve solo para recordar una gran mente del siglo XX. También es un llamado a que la ciencia no se calle frente al poder.
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