Buenos Aires (AT) – La película Oppenheimer (2023), dirigida por Christopher Nolan, obtuvo ayer domingo siete premios Oscar: mejor película, mejor edición, mejor director, mejor actor principal, mejor banda sonora, mejor fotografía y mejor actor de reparto. El film ya había obtenido numerosos premios previos a la ceremonia celebrada en el Dolby Theatre del Ovation Hollywood en Los Ángeles.
Nolan ha reflotado la historia de quien a menudo, dada su participación en el Proyecto Manhattan, se lo conoce como el “padre de la bomba atómica”: Julius Robert Oppenheimer, ese científico cuyo invento marcó un avance fascinante para la ciencia y, a su vez, devino en un inventó tan letal y nocivo.
Las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki –que fueron detonadas entre el 6 y el 9 de agosto de 1945– precipitaron el final de la Segunda Guerra Mundial. Tras el conflicto armado, Estados Unidos y los Aliados se erigieron como ganadores y eso marcó el comienzo de la Guerra Fría. En ese contexto muchos profesionales se sumaron a las oleadas de personas que dejaban atrás a la Europa destruida para hacer una nueva vida en América del Sur. Entre ellos, se destacan distintas generaciones de científicos que bajo la venia de Juan Domingo Perón persiguieron el sueño de convertirse en los Oppenheimer argentinos.
¿Quién fue Oppenheimer?
Nacido en Alemania, en el seno de una familia judía, Robert Julius Oppenheimer llegó a los Estados Unidos cuando era un adolescente. Se formó en el área química en la Universidad de Harvard y, luego, obtuvo su doctorado en física en las Universidades de Cambridge, Reino Unido, y Göttingen, Alemania. Luego de unos años como catedrático en distintas universidades, en 1943, Oppenheimer fue nombrado director del laboratorio Los Álamos, en Nuevo México y director del proyecto Manhattan que dio origen a la primera bomba atómica del mundo.
Finalizada la guerra, Oppenheimer fue director de la Comisión de Energía Atómica de Estados Unidos (United States Atomic Energy Commission – AEC). El objetivo de la agencia era evitar la proliferación de armas nucleares en el contexto de la Guerra Fría con la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URRS). Sin embargo, en los años ´50, Oppenheimer sufrió la persecución de la “caza de brujas” anticomunista impulsada por Eugene McCarthy. Hasta aquí, la historia que relata la película de Nolan. La historia menos conocida es la que se desarrolló a más de 9.000 kilómetros al Sur de los hechos del film: entre Buenos Aires y Bariloche.
Los “pequeños soles” que sedujeron a Perón
Así como ocurrió con Oppenheimer en los Estados Unidos, en la Argentina también hubo un incipiente programa nuclear. Mucho más modesto y algo menos secreto que su par estadounidense, este contó con la participación de científicos provenientes del Viejo Mundo y otros que conformaron argentinos de familias germanoparlantes.
El caso más notorio fue el de Kurt Tank. A mediados de 1948, este ingeniero aeronáutico alemán responsable del avión Pulqui II, le sugirió al Gobierno argentino que contratara los servicios de Ronald Richter. Tank y Richter se habían conocido en Alemania durante la guerra.
Richter nació el 11 de octubre de 1909 en la región Falkenau an der Eger, del Imperio Austro-Húngaro –hoy la ciudad checa de Sokolov– era doctor en física por la Universidad Carolina de Praga. Criado en una familia acomodada, pasó la Segunda Guerra Mundial en el laboratorio que su padre le montó en Berlín.
Tras la derrota del Tercer Reich, Richter se trasladó a la Argentina y en la provincia de Córdoba se reencontró con Tank. Éste se interesó en su sapiencia para todo lo relativo a la propulsión de los aviones.
Una mañana de agosto de 1948, el científico austríaco le comentó al entonces Presidente de la Nación, Juan Domingo Perón que tenía el conocimiento para crear unos “pequeños soles” en la Tierra. Soles artificiales capaces de producir energía mediante la fusión nuclear, cosa que no se había logrado ni en Estados Unidos o Inglaterra.
“Era una persona muy especial. Por un lado muy simpática, con mucho carisma, que tenía una capacidad especial de convencer, de transmitir ideas con una firmeza tal y con un estilo que era muy difícil no quedar convencido de lo que él decía era cierto”. Con esas palabras el físico e investigador argentino Mario Mariscotti describe a Richter en el documental Perón y la bomba atómica (Canal A, 2002), expresiones que refrenda en su libro El secreto atómico de Huemul. Crónica del origen de la energía atómica en Argentina (Planeta, 1985).
Seducido, Perón lo dota de recursos para construir su propio laboratorio. A diferencia de lo ocurrido con el laboratorio Los Álamos de Oppenheimer, cuyo paisaje era desértico, el Gobierno argentino buscó acoplar el proyecto atómico a la población de la Patagonia. Entre otros potenciales sitios se habían considerado ubicaciones en Catamarca, San Juan y La Rioja. pero fue la pequeña Isla Huemul, frente a la playa Bonita, a siete kilómetros de San Carlos de Bariloche, que resultó ser el lugar elegido para montar el Proyecto Huemul.
Iniciado el 21 de julio de 1949 para producir energía en base a la fusión nuclear controlada, el proyecto terminaría en un rotundo fracaso pocos años más tarde, tras comprobar una Comisión Fiscalizadora que los supuestos logros generados por Richter, que habían sido noticia hasta en Washington y Moscú, no eran más que una fantasía.
Mario Báncora, Manuel Beninson, Pedro Bussolini, Otto Gamba y José Antonio Balseiro –nombre que hoy lleva el instituto del Centro Atómico Bariloche– fueron los cinco hombres que integraron la comisión fiscalizadora de 1952 que reveló la inoperabilidad del proyecto. Por sus implicancias históricas y políticas pero también por su escala económica la historia del fallido proyecto dio pie a varios artículos en revistas científicas, un libro y hasta una ópera.
Una nueva generación
Uno de los pocos beneficios que generó el faraónico Proyecto Huemul, fue el impulsó que generó para la creación de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), tal como se desprende del trabajo El desarrollo nuclear y la conformación de una política exterior argentina independiente, 1950-1990, de David Sheinin (EIAL, 2005). La CNEA quedó bajo la órbita de las Fuerzas Armadas, primeramente a cargo del coronel Enrique P. González. Si bien la historia de Richter terminó en Monte Grande, Provincia de Buenos Aires, donde se recluyó hasta su muerte en 1991, la del proyecto atómico siguió.
En menos de tres lustros, se fue conformando el complejo industrial nuclear, con el establecimiento de instituciones científicas y tecnológicas, como los centros atómicos Bariloche (1955), Constituyentes (1958) y Ezeiza (1967). Además se crearon carreras universitarias e institutos afines para formar nuevos especialistas en el área. Responsable de ello fue una nueva camada de científicos. Entre los que se destacan descendientes de familias alemanas, austríacas y suizas. Uno de los más respetados de la época es hoy más conocido por la trayectoria de su hijo que por su labor científica reconocida a escala internacional.
Director de Investigaciones del CNEA y en el Wissenschaftszentrum Berlin für Sozialforschung
Nacido en la Nochebuena de 1928, Carlos Alberto Mallmann fue uno de estos especialistas. En 1954, con 26 años, se doctoró en Física-Matemática en la UBA e hizo un posgrado en Países Bajos gracias al apoyo de la CNEA y también en el Argonne National Laboratory de la AEC, donde compartió el resultado de su trabajo ante el Premio Nobel de Física, Niels Bohr.
Padre de seis hijos, entre ellos el chef Francis, Mallmann fue director de Investigaciones de la CNEA entre 1958 y 1961. De 1962 a 1966 dirigió el Centro Atómico Bariloche y el Instituto Balseiro.
Mallmann fue el cofundador y presidente ejecutivo de la Fundación Bariloche, desde donde en los ’70 impulsó con Amílcar Herrera –geólogo experto en recursos naturales no renovables– el Modelo Mundial Latinoamericano. Este trabajo multidisciplinario conducido por el Dr. Amílcar O. Herrera, recorrió los principales centros académicos del mundo. Demostraba que la mejor manera de controlar la tasa de natalidad era el desarrollo humano de los pueblos.
El Modelo Mundial Latinoamericano buscaba optimizar la variable expectativa de vida al nacer versus el producto bruto per cápita, como se medía en centros como el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT). A partir de este modelo se contribuyó al concepto de Necesidades Básicas Insatisfechas (NBI), que luego adoptó la Organización de Naciones Unidas (ONU).
El equipo interdisciplinario reunido por la Fundación Bariloche logró formular ideas mancomunadas que contribuyeron al progreso de la humanidad. “Fue una enorme suerte poder juntar grupos así, para entender a la Argentina y al Mundo. Profesionales de distintas disciplinas tuvimos que ponernos de acuerdo y en eso consiste la ventaja de la transdisciplina. Se pueden ver fenómenos de una sociedad que son complejos, que exceden a un área de estudio”, recordó oportunamente Mallmann durante una entrevista con la Fundación INVAP en 2017.
Además, Mallmann fue el director de Programa de la Universidad de Naciones Unidas en Tokio (1973-1984) y en el Wissenschaftszentrum für Sozialforschung de Berlín (1972 -1985). Falleció a los 91 años el 3 de mayo de 2020.
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